Introducción
«La
crisis financiera dejó bien claro que las matemáticas, que una vez habían sido
mi refugio, no sólo estaban profundamente involucradas en los problemas del
mundo, sino que además agravaban muchos de ellos. La crisis inmobiliaria, la
ruina de grandes entidades financieras, el aumento del desempleo: todo esto
había sido impulsado e inducido por matemáticos que blandían fórmulas mágicas.
Además, gracias a los extraordinarios poderes que tanto amaba, las matemáticas
podrían combinarse con la tecnología para multiplicar el caos y la desgracia,
lo que añadía eficacia y magnitud a unos sistemas que entonces comprendí que
eran defectuosos.
Si
hubiéramos estado lúcidos, habríamos dado un paso atrás en este punto
para analizar cómo habíamos hecho un mal uso de las matemáticas y cómo
podríamos evitar una catástrofe similar en el futuro. Sin embargo, en lugar de eso, justo después de la crisis,
las nuevas técnicas matemáticas estaban más de moda que nunca y se extendían a
un creciente número de áreas. Funcionaban veinticuatro horas al día procesando petabytes de información, en gran parte
extraídos de las redes sociales o de páginas web de comercio electrónico. Y en
lugar de prestar cada vez más atención a los movimientos de los mercados
financieros mundiales, se dedicaban cada vez más a analizar a los seres humanos,
a nosotros. Los matemáticos y los especialistas en estadísticas estudian nuestros
deseos, nuestros movimientos y nuestro poder adquisitivo. Predecían
nuestra solvencia y calculaban nuestro potencial como estudiantes,
trabajadores, amantes o delincuentes.
Esta
era la economía del big-data, y
prometía ganancias especulares. Un programa de ordenador era capaz de procesar
miles de currículos o solicitudes de préstamos en un par de segundos y
clasificarlos en listas bien ordenadas, con los candidatos más prometedores
situados en los primeros puestos. Estos programas no sólo permitían ahorrar
tiempo, sino que además se anunciaban como procesos más justos y objetivos.
Al fin y al cabo, eran procesos en los que no había seres humanos, con sus
prejuicios, escarbando en montones de papel, sino simplemente máquinas
procesando números de manera objetiva. En el año 2010 aproximadamente las
matemáticas se habían impuesto como nunca antes en los asuntos humanos, y el
público en general recibió el cambio con los brazos abiertos.
Y, sin
embargo, yo veía problemas en el horizonte. Estas aplicaciones fundamentadas en
las matemáticas que alimentaban la economía de los datos se basaban en
decisiones tomadas por seres humanos que no eran infalibles. Seguro que algunas
de esas decisiones se tomaban con la mejor de las intenciones, pero muchos de
estos modelos programaban los prejuicios, las equivocaciones y los sesgos
humanos en unos sistemas informáticos que dirigían cada vez más nuestras vidas.
Cuales dioses, estos modelos matemáticos eran opacos y sus mecanismos
resultaban invisibles para todos, salvo para los sumos sacerdotes del
sector: los matemáticos y los ingenieros informáticos. Sus veredictos, incluso
cuando estaban equivocados o eran perjudiciales, eran indiscutibles e
inapelables y solían castigar a los pobres y los oprimidos de nuestra sociedad,
al tiempo que enriquecían a los ricos.
Se
me ocurrió un nombre para este tipo de modelos perniciosos: armas de
destrucción matemática o ADM. […]
01.-Partes
de una bomba: ¿qué es un modelo?
Estos son los 3 elementos que conforman
un ADM: la opacidad, la escala y el daño. […]
07.-Sudar
balas: en el trabajo.
Los maestros, además de ser los educadores
y cuidadores de nuestros hijos, son, evidentemente, trabajadores. En este
sentido quiero profundizar un poco más en los modelos que puntúan su rendimiento,
puesto que podrían aplicarse en el futuro a los trabajadores de otros sectores.
Consideremos el caso de Tim Clifford, un profesor de secundaria que enseña Lengua
y Literatura en Nueva York, con 26 años de experiencia. Hace unos años,
Clifford descubrió que había suspendido la evaluación de docentes conocida como
el modelo de valor añadido, […] la puntuación de Clifford había sido un
ridículo 6 sobre 100. […] El modelo de valor añadido le había dado un
suspenso, pero ningún consejo sobre cómo mejorarlo. Conque Clifford siguió
dando clase como siempre lo había hecho y confío en que saldría bien. Al año
siguiente su puntuación fue de 96.
[…]
Un análisis realizado por Gary Rubinstein, un bloguero y educador, demostró que uno
de cada 4 profesores que enseñaban la misma asignatura en años consecutivos
registraba una diferencia de 40 puntos en el modelo. Esto sugiere que los datos
de evaluación son prácticamente aleatorios. No era el rendimiento de los
profesores lo que variaba de un año a otro, lo que variaba era la puntuación
generada por un ADM que era un auténtico fraude.
Pese
a que sus puntuaciones no tienen sentido alguno, el impacto del modelo de valor
añadido es generalizado y muy dañino. “He visto a profesores geniales que, al
ver los resultados de esas puntuaciones, empezaron a pensar que
podían considerarse mediocres como mucho -dice Clifford-. Dejaron de dar las
estupendas clases que solían impartir y se centraron cada vez más en la
preparación de las pruebas de final de año. Un profesor joven sufrirá si saca
una puntuación baja en el modelo de valor añadido, mientras que, si saca una
puntuación alta, puede tener la falsa sensación de haber
alcanzado importantes logros que aún no se ha ganado”.
Como
en el caso de tantas otras ADM, el modelo de valor añadido nació de las
buenas intenciones. La administración Obama pronto se percató de que los
distritos perjudicados a consecuencia de las reformas de la ley de 2001
denominada “Que ningún niño se quede atrás”, que imponían unas pruebas
homologadas muy exigentes, solían ser los más pobres y desfavorecidos. En
consecuencia, decidió otorgar exenciones a los distritos que pudiesen demostrar
la efectividad de sus maestros y profesores para asegurarse de que dichos
centros no resultarían perjudicados aunque sus alumnos se quedaran rezagados.
La utilización de modelos de valor añadido nace
en gran parte de este
cambio legislativo. Sin embargo, a finales de 2015, la moda de la evaluación
de los docentes tomó lo que podría ser un giro aún más dramático. En primer
lugar, el Congreso y la Casablanca acordaron derogar la ley “Que ningún niño se
quede atrás” y sustituirla por una que diese a los Estados mayor libertad para
llevar a cabo sus propias estrategias de mejora de los distritos escolares
con bajo rendimiento. También se les otorgó un abanico más amplio de criterios
que podían considerar, como la implicación de los alumnos y de los profesores, el
acceso a trabajo avanzado del curso, el ambiente escolar o la seguridad. En otras
palabras, los responsables de educación podían empezar a estudiar lo que ocurre
en cada centro individual, y prestar menos atención a las ADM similares a los modelos de valor
añadido. O, mejor aún, desecharlas por completo.
Aproximadamente
en esa misma época, la comisión especial de educación del gobernador de Nueva
York, Andrew Cuomo, anunció una moratoria de cuatro años en
el uso de exámenes para evaluar a maestros y profesores. A pesar de ser bien
recibido, este cambio no marca un rechazo claro a las ADM de
evaluación docente, ni mucho menos el reconocimiento de que son injustas.
De hecho,
la presión provenía de los
padres, que se quejaban de que el régimen de pruebas dejaba exhaustos a sus
hijos y consumía demasiado tiempo del curso académico. En la primavera de 2015,
un movimiento de boicot impidió que un 20 por ciento de los alumnos de tercero
a octavo curso (equivalentes a tercero de primaria y segundo de secundaria)
realizasen las pruebas. Este movimiento sigue creciendo. Cediendo ante los
padres, la administración Cuomo como asestó un duro golpe a los modelos de
valor añadido. Al fin y al cabo, si no podía hacer las pruebas a todos los
alumnos, el estado carecería de los datos necesarios para alimentar el modelo.
Tim
Clifford se alegró mucho de esta noticia, aunque sigue preocupado. “El
movimiento de boicot forzó a Cuomo a doblegarse –escribía en un correo-. Temía
perder el apoyo de los votantes más ricos de los mejores distritos escolares,
que fueron precisamente los que más incondicionalmente lo apoyaron. Ha otorgado
esta moratoria sobre el uso de las puntuaciones de las pruebas para olvidarse
del asunto”. Clifford teme que las pruebas volverán.
Y
es posible que así sea. Y puesto que los modelos de valor añadido han resultado
una herramienta efectiva contra los sindicatos de enseñantes, no creo que
lleguen a desaparecer en el futuro cercano. Están bien afianzados: el distrito
de Columbia y cuarenta estados en todo el país los usan o desarrollan de una
forma u otra. Ésta es una razón más para hacer correr la voz
sobre estas y otras ADM. Cuando la gente las reconozca y comprenda sus defectos
estadísticos, exigirán evaluaciones más justas, tanto para los alumnos como
para los docentes. Sin embargo, si el objetivo de las pruebas es encontrar
a alguien a quien echarle la culpa e intimidar a los trabajadores, entonces, como hemos visto, una ADM que escupe
puntuaciones sin sentido saca un sobresaliente.»
[El texto pertenece a la edición en español de Capitán Swing Libros, 2017, en traducción de
Violeta Arranz de la Torre, pp.10-11, 43, 166-167 y 171-173. ISBN: 978-84-947408-4-8.]