sábado, 11 de diciembre de 2021

La escuela del aburrimiento.- Luigi Amara (1971)


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Apéndice: La Internacional Bostezante


 «Hace ya tiempo, con un grupo de amigos, fundamos la Internacional Bostezante. El proyecto por supuesto fracasó. Hundido bajo el peso de nuestros propios bostezos, el movimiento, que no se caracterizaba precisamente por su dinamismo, preveía desde el principio su propia destrucción. Aunque más bien habría que decir que duró muy poco, que estaba condenado a ser un movimiento efímero y sin futuro, que se disiparía a consecuencia de su misma intención contestataria y desestabilizadora. No hubo ceremonia de iniciación. Estábamos reunidos despotricando sobre la falta de disidencia que se respira en el ambiente, sobre la apatía y resignación que produce escuchar una y otra vez, con ese retintín que tanto se parece al autoconvencimiento, la tesis de que ya no hay salida, la cantilena de la desaparición del sentido y, entonces, mientras discurríamos con inocultable desgana sobre cómo podría vencerse hoy la carga de descreimiento y amargura que pesa sobre nuestros hombros, mientras nos lamentábamos de que aun la rebelión más salvaje ha sido neutralizada por el clima de desengaño y fin de los tiempos, por una herencia de claudicaciones y traiciones, alguien manifestó su hastío con la insolencia de un bostezo, ese bostezo llevó a otro y luego a otro, y así, de golpe, un grupo de amigos habíamos fundado la Internacional Bostezante.
 Como era de esperarse, el nuevo movimiento no resistió los embates que él mismo, fiel a los principios de sabotaje y mala leche por los que se regía, dirigió contra su propio despliegue de entusiasmo. Al igual que muchos proyectos absurdos de este tipo, la Internacional Bostezante se autoaniquiló en su radicalismo, se colapsó a causa de su celo y exquisita coherencia. La idea central era sin embargo perfecta: estropear todo momento, cualquier ocasión de regocijo y esperanza, de felicidad y aun de tristeza, con la dinamita temible del bostezo. Oponerse a la complacencia y la sonrisa, al embotamiento y la banalidad que han terminado por cercarnos, a través de la floración casi orgullosa del tedio. Volverse odioso a fuerza de abrir constantemente la boca y comportarse como un pez. Al cabo de pocas horas –quizá de días- todos alrededor acabarían contagiados. Bastaba encender la mecha.  
 En una interpretación desencantada de aquella vieja consigna de George Grosz: “Ataca, insulta y maltrata a la sociedad”, éste era, sin mayores contemplaciones, el programa de nuestro clan boqueante: si te cruzas en la calle con un conocido, salúdalo con un bostezo irreprimible. Si alguien te declara su amor, ponlo a prueba con un bostezo desafiante. En el teatro, en el circo, en la presentación de un libro, haz de tu asiento el trono inamovible del bostezo. Si aquél te regala una sonrisa, hazle rendir cuentas en el tribunal helado del bostezo. Toma fotografías de momentos insuperables de hartazgo, de rostros descompuestos por la violencia erosiva del tedio, y envíalos, con toda tu falta de interés, en tarjetas postales y en spam. Decididamente se trataba de un programa de ascendencia punk.
 Puesto que nunca será lo mismo bostezar frente a una obra de arte que hacerlo en forma rapsódica al entrar a la alcoba con tu amante, era preciso reducir los peligros de una interpretación meramente fisiológica y concentrarse en los poderes corrosivos del gesto. La furia contenida del aburrimiento debía dibujarse en los labios con toda la intensidad irritante y desorientadora de los bostezos más gloriosos. Sin que al parecer nada específico lo invocara, sino más bien como efecto tardío pero nunca gratuito de la inercia general, el bostezo debía irrumpir en el fastidio de lo cotidiano con arrogancia, como una arcada hiperbólica, producir esa comezón indefinible en el alma de cuando en medio de nuestra rutina acojinada, vemos brotar en el terciopelo algo parecido a la textura de los cactus y se despiertan toda clase de dudas sobre nuestra comodidad.
 El principal enemigo de la Internacional Bostezante era el entusiasmo o, más bien, la sospechosa facilidad con que cualquier idea, cualquier alternativa emanada de él, es muy pronto reabsorbida por la aplanadora de la realidad. (En ese entonces definíamos el entusiasmo como el celo excesivo o el estúpido conformismo de seguir concediendo más importancia a lo-que-no-es que a-lo-que-es). “Los desengaños del entusiasmo conducen al aburrimiento”, dejó escrito Sainte-Beuve. La consigna era señalarlo, contrarrestarlo, desarmarlo; había que declarar la guerra al entusiasmo con la fuerza explosiva del hastío y humillarlo. De pronto uno de nosotros dijo que el enemigo no podía ser el entusiasmo, sino el exceso de entusiasmo, pues corríamos el riesgo de desarmar nuestro propio movimiento por contradictorio, ya que aun en la rabia hay un componente entusiasta, y no podía dejar de percibir en los cimientos de la Internacional Bostezante la semilla del propio mal que combatíamos, incluso una alarmante dosis de arrojo. (Y hay que decir que, en efecto, mientras el camarada bostezante argumentaba de este modo soporífero, los demás miembros nos entregábamos con ahínco al contagioso vicio del bostezo, que ya para entonces se parecía a un suspiro del que se ha extirpado toda esperanza). Cuando nos hizo notar, restregándolo en nuestras narices, el empeño, la entrega casi cercana al fanatismo con que abríamos la boca para materializar nuestro fastidio, quedó claro que la Internacional Bostezante llegaba en ese momento a su fin. Nos dimos cuenta de que nos estábamos convirtiendo en el enemigo, de que no había una forma clara e incontestable de juzgar en qué momento el entusiasmo  comienza a ser excesivo, es decir, sospechoso, así que la incipiente pero ya muy descorazonada sociedad de la Internacional Bostezante se desintegró cuando nos topamos de frente, un tanto desprevenidos y boquiabiertos, con la imponente verdad de que todo entusiasmo es ya demasiado. (Hay que decir que estábamos tan aburridos y al mismo tiempo nos sentíamos tan elegantes que, en una versión extemporánea de la caricatura de Gómez de la Serna, estuvimos a punto de brindar con una botella de spleen).   
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 Pero antes de que la Internacional Bostezante se desinflara, pinchada por el aguijón aguafiestas de su contradictorio impulso, y antes de que todos sus miembros se dispersaran cabizbajos, como quienes arrastran su desasimiento hacia la cueva del bostezo íntimo, conseguimos lo que ni siquiera habíamos imaginado: redactar en una espontánea sesión exasperante, tan lenta que casi parecía paralítica, el único manifiesto de nuestro movimiento, un breve decálogo, cuyos incisos, extrañamente no aletargados ni geriátricos, debían ser, como todo bostezo, al mismo tiempo intempestivos y desencantados, y debían pronunciarse en una sola bocanada de vacío.

 Manifiesto único de la Internacional Bostezante

 1.-Un bostezo genuino, en el momento oportuno, no deja de tener su dinamita.
 2.-La pasmosa inventiva que ha desplegado el hombre para matar a su prójimo apenas puede equipararse con su maestría para matar el aburrimiento.
 3.-Declara el don Juan de Lord Byron: “No nos queda más que aburrirnos o aburrir”. Nosotros, amantes torpes y poco imaginativos, añadimos: o ambos.
 4.-Toda la desgracia de la humanidad viene de una sola cosa: no saber entregarse a la extroversión dulcemente ofensiva del bostezo.
 5.-No te quedes callado: abre la boca y bosteza interminablemente.
 6.-A la larga el bostezo resulta más verosímil –por implacable y lúcido- que la alharaca de satisfacción o el gemido del inconforme.
 7.-Lema: Estridencia muda. Táctica: Desafinar, en el concierto de frenesí de los tiempos, con un coro insufrible de bostezos, como preparación para el Día del Gran Rechazo.
 8.-Quien todavía, en señal de buena educación, se tapa la boca para ocultar un bostezo, ha de reconocer que en el centro de su rostro resplandece, sin que nada pueda contenerla, una impresentable proclama nihilista.
 9.-Las normas de la decencia han de interesarnos en razón de nuestra facilidad para desobedecerlas. No bostezar, reprimir la distensión de las mandíbulas, se ha vuelto una forma de dudar de la posibilidad de la rebeldía.
 10.-Desde luego, la meta última e irrenunciable es hermanar a la humanidad, por la fuerza contagiosa del bostezo, en una monstruosa exhalación de fastidio, que sea capaz de sacar de quicio al mundo y obligarlo a que gire en una nueva órbita, de preferencia aberrante.

***
 Este libro está dedicado a los miembros de la Internacional Bostezante, el más elusivo, pasajero y secreto de los movimientos que pretendieron asolar el planeta después de la irrupción de Dadá. Las páginas que lo componen pueden de hecho ser leídas como la continuación o la estela –una estela quizá demasiado prolongada para algo que duró lo que una burbuja de jabón- de aquella sesión boqueante en la cual, sin ceremonia de iniciación, un grupo de amigos quisimos reinsertar en el paisaje del rostro la fuerza crítica y sarcástica del aburrimiento encarnado, ese perfil tantas veces menospreciado del tedio que, ejemplificado en la necesidad de inhalar más y más aire, se muestra como un estado de asfixia pero también de latente subversión.
 En honor de los miembros de la Internacional Bostezante asumo el riesgo de que este libro sea recibido con una seguidilla incontenible de bostezos. Soy de la opinión de que en estos tiempos de ligereza y espectáculo, en esta sociedad siempre ávida de pasársela bien, atiborrada de falsas sonrisas y baratijas, en medio de esta prisa impuesta en las que nos hemos embarcado para huir de nosotros mismos y no voltear atrás, una andanza de bostezos resultaría menos comprometedora, menos maquinal e hipócrita, que una catarata de aplausos.»

  [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Sexto Piso, 2012, pp. 283-287. ISBN: 978-84-15601-05-0.]


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