miércoles, 15 de diciembre de 2021

Una canción del ser y la apariencia.- Cees Nooteboom (1933)


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   «-Esse est actus es potentia -dijo el otro escritor. 
 El escritor llevaba ya tiempo de mala leche por haberse vuelto a dejar enredar en una discusión. 
 -Mi latín ya no es tan bueno -dijo irritado, y pensó: eso te pasa por ir a recepciones donde se encuentra presente toda la literatura neerlandesa. Se quedó mirando fijamente y con repugnancia las croquetas, los cacahuetes en pequeñas fuentes de cristal y en las bandejas con vino blanco del tiempo y de mala calidad, probablemente español. Uno de sus honorables colegas había cumplido cincuenta años. De repente se producía un auge de los cincuentones en las letras nacionales, se precipitaba una lluvia de premios, y los cincuentones eran celebrados como si se les fuera a enterrar, como si todo el mundo ya estuviera seguro, o confiara, también eso era posible, en que ya nunca volverían a producir nada-. Bueno, ¿qué significa? –preguntó. El otro escritor, que no era el más guapo de la familia, en ese momento se parecía más a un mono que otras veces, puesto que estaba al lado de una palmera en el invernadero de Krasnapolsky y se estaba metiendo un puñado de cacahuetes en la boca. Un mono que sabe latín, madre mía. 
 -Esse est actus et potentia -dijo el mono por entre los cacahuetes-. Esa es la solución a tu problema, porque no es ningún problema. “Lo que es, es tanto realidad como posibilidad”. Lo que inventas es, al ser posible, también realidad. 
 -Yo también había llegado ya a eso -dijo el escritor brevemente-. La cuestión es sólo por qué lo haría alguien, por qué debe añadirse una realidad inventada a la ya existente. 
 -Podría darte una respuesta filosófica -dijo el mono, cuyo discurso volvía a ser interrumpido en cierto modo por una croqueta caliente-, pero la filosofía no es tu fuerte, no te enfades. Si una sola línea sagrada no te ayuda, tampoco te ayudará un arsenal entero. Estás hastiado, eso es todo. Y por eso te doy ahora las razones llanas, las evidencias materiales. Primera: digas lo que digas, es agradable hacerlo. Esos idiotas que dicen que sufren tanto al escribir lo han convertido en un ritual masoquista, algo que por lo tanto sigue siendo placentero. Segunda: porque te pagan, y eres un manirroto -en este punto miró las manos de pianista del escritor como si en ellas pudieran verse estigmas de verdad-. Tercera: porque así te haces famoso, y aunque tan sólo sea en los Países Bajos, eres famoso al fin y al cabo. No por la fama en sí, qué va, sino por el refuerzo personal que produce; y cuarta, muy importante, de todos modos tienes que hacer algo, y por lo que tengo entendido no sabes hacer otra cosa. Es pasmosamente sencillo, lo que pasa es que no paras de ponerte zancadillas a ti mismo, porque te avergüenzas de realizar un trabajo sencillo, ¡contar sin más una historia con un principio y un final! Y, sin embargo, en otro tiempo escribiste un par de buenos relatos. 
 -Sí, en otro tiempo. Entonces no reflexionaba sobre ello. 
 -Pues tienes que volver a hacerlo. 
 -¿El qué? 
 -No reflexionar sobre ello. Escribir es trabajar. Un pintor que está todo el día reflexionando sobre la pintura ya no pinta. 
 -Podría dar otra dimensión a su pintura. 
 -Si no pinta no puede verse. Y, además, esa otra dimensión en lugar de ninguna dimensión, puesto que no hay ningún objeto... ¿a quién le interesa? 
 -Tal vez a él mismo. 
 El otro escritor se limpió la boca con su mano de escritor (la de cosas que se pueden hacer con esa mano)  y dijo: 
 -Todo son excusas, chorradas y excusas –y se fue, abandonando al escritor con el doctor y el coronel. […]

18 

Una historia así sólo podía terminar con la muerte de uno o dos protagonistas, o quizá de los tres. Pero todavía no tenía claro lo que significaba el hacer morir a un personaje ficticio. 
 -Nada -dijo el otro escritor-, siempre que sea una parte de la cohesión lógica de tu relato. No si lo has de hacer para librarte de alguien o dar un giro a algo, como los malos dramaturgos que sacan a alguien del escenario con un mensaje porque tiene que entrar otro personaje que ha de decir algo y aquél no puede estar presente. 
 -Pero no lo digo en ese sentido -dijo el escritor-. Lo digo en el sentido... 
-... metafórico -completó el otro mofándose-. ¡La divina omnipotencia del creador y demás tonterías! 
 Cielo Santo, con qué frecuencia se ven los escritores neerlandeses entre sí. Esta vez era en el pasillo de su editor. El escritor miro con envidia el grueso paquete de galeradas que el otro escritor llevaba bajo el brazo. 
 -Tampoco es tan difícil -dijo el otro escritor, y elevó con un gesto teatral pero ágil el grueso paquete de papel impreso hacia su calva cabeza y lo dejó caer con un golpe considerable-. De aquí salen, y si tengo suerte aparecerán en veinte o cuarenta mil paquetes como éste. Bueno, no pongas esa cara de pena. Vamos a tomar algo. 
 Fueron caminando por el Singel, apartándose para dejar pasar a los coches, y luego otra vez el uno al lado del otro -pasando por la librería Athenaeum, que tenía en el escaparate tres libros diferentes del otro escritor- hacia el Arti. El famoso club de artistas se erigía como un bastión de paz decimonónico junto al Rokin. 
Resultado de imagen de cees nooteboom una cancion  del ser y la apariencia -Así parecemos gente importante -dijo el otro escritor cuando se sentaron en dos grandes butacones de Berlage-. Tómate una copa de vino. Intentaré volvértelo a explicar por última vez. Mira, tampoco soy uno de esos palurdos que no comprenden de lo que hablas. Lo que pasa es que ya llevas demasiado tiempo hablando de lo mismo, y además es algo de lo que hay que hablar al principio de tu... digamos de tu carrera. Escribir es algo muy raro, y quien reflexiona demasiado sobre ello ya no escribe. Yo siempre hago como si fuera un contador de historias del siglo XX, y eso también es una chorrada, pero he decidido que es una profesión y que yo ejerzo esa profesión sin especulaciones sobrenaturales. El mundo existe, y yo cuento al mundo cosas del mundo. Eso puede hacerse diferentes maneras, y yo he optado por un método de lo más común, pero bastante inteligente, porque eso es lo que sé hacer. Las personas me leen porque reconocen algo, quizá incluso porque paradójicamente reconocen algo que aún no sabían, y con eso me conformo. No experimentó con el estilo porque no hay nada que envejezca y se ensucia tanto como el lenguaje, incluso si escribes de manera sencilla, antes de morirte ya se te están cayendo de viejo los trapos. Hay pocos que sobrevivan a esto, y todavía queda por saber por cuanto tiempo. Y por lo demás no filosofo sobre lo que hago, porque considero que la filosofía debe estar en lo que hago. Así soy. Contigo ocurre algo muy diferente. Tú crees que el mundo solo existe cuando escribes. Tú, que no quieres escribir, porque parto de que alguien que no ha escrito durante un periodo tan largo de tiempo en realidad no quiere o no se atreve a escribir, crees mucho más en la escritura que yo. Porque si el mundo sólo existe cuando escribes, entonces lo que en realidad estás diciendo es que sólo existes cuando escribes. Y eso significa -dijo retrepándose con satisfacción- que en cada momento debes tomar la decisión de si quieres vivir realmente o no. No dudas de la autenticidad de tus personajes, sino de la autenticidad de ti mismo. Si puedes inventar a alguien, también alguien te ha podido inventar a ti.
 El escritor no respondió. Siempre había aborrecido que “se practicara psicología con él”, como lo llamaba, y lo definía como una necesidad de invisibilidad. Nadie tenía el  derecho de observarle, y de hecho no podía imaginar que nadie lo hiciera y, por tanto, emitiera un juicio sobre él. Ya era bastante complicado sin que los demás se entremetieran, y sólo empeoraba si se aproximaban a sus pensamientos, no siendo además sus propios pensamientos. 
 -Simular la verdad para ser algo -dijo el otro escritor no sin pedantería, en el tono de alguien que cita-. ¿Sabes de quién es eso? 
 -De Pessoa -dijo con esfuerzo el escritor, como si tuviera que admitir un error. 
-Mira, tal vez pueda parecerte muy aburrido lo que voy a decirte ahora -continuó el otro escritor mientras se restregaba cómodamente en el enorme y redondo respaldo-, pero no te enfades. Pessoa sacrificó su vida en el matadero de la literatura. Es un tópico histérico, pero de eso se trata: lee su correspondencia. Y si ahora quisiera ser muy estúpido, diría: eso ya debería saberlo él. Un gran poeta, pero si quieres decirlo de forma plebeya, un caso patológico. Siempre me pregunto si la literatura se lo merece. También puedes convertirlo en algo muy noble y decir que tenía tanto miedo que no existía, que se repartía fumando y bebiendo entre cuatro poetas para existir en cada caso cuando él, paradoja, paradoja, ya no existiera realmente. Y funciona, fíjate. Con su vida material creó una obra inmaterial que todavía existe. Lo único de lo que pudo disfrutar materialmente, mientras escribía y se mataba a fuerza de alcohol, fue de la perspectiva. Su suprema creación fue su vida, pero antes debía acabar con ella. […]

19

“La gran masa piensa muy poco porque no tiene tiempo para hacerlo y tampoco tiene práctica en pensar”. Eso leía el coronel de Schopenhauer sin preguntarse si tal vez se refería a él mismo. En su opinión, alguien que leía a Schopenhauer no formaba parte de la gran masa, y así se podía dar la vuelta a todo. Sobre Dios, por nombrar a alguien, Liuben Georgiev nunca había reflexionado realmente. Pero ahora que, llevado por todas esas cosas extrañas que le acontecían, había tenido la sensación -ese discreto inicio del pensar- de que en alguna parte, en algún lugar, alguna instancia invisible dudaba de su existencia, la de Liuben, empezaba él a su vez a dudar de la existencia de Dios, en el sentido de que empezaba a preguntarse si quizá existía un Dios que fuera algo distinto a ese sólido bloque de nada que se necesitaban para prestar el juramento de oficial o para capitanear a los soldados. Esa Cosa invisible que de un modo igualmente invisible tenía que ver con el Estado, ahora que tenían uno, y por tanto también con el ejército, parecía que ahora también se interesaba por él. Es evidente que no es nada agradable dudar de uno mismo. Sobre todo no es agradable cuando anteriormente no se ha hecho nunca.  Pero al recurrir a esa instancia invisible, Liuben Georgiev no solucionó ninguno de sus problemas; al contrario, aumentaron tanto sus pesadillas como su confusión durante el día.»

  [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Siruela, 2010, en traducción de Julio Grande, pp. 46-48, 69-72 y 77-78. ISBN: 978-84-9841-346-5.]


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