domingo, 26 de diciembre de 2021

Diarios de motocicleta. Notas de viaje.- Ernesto 'Ché' Guevara (1928-1967)


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Acaba Chile


 «Los largos kilómetros que median entre Iquique y Arica, transcurren entre subidas y bajadas continuas que nos llevaban desde mesetas áridas hasta valles en cuyo fondo corría un hilo de agua, apenas suficiente para permitir crecer a unos raquíticos arbolitos a su vera. En estas pampas de una aridez absoluta hace de día un calor bochornoso y refresca bastante al llegar la noche, característica de todo clima desértico, por otra parte; realmente impresiona el pensar que por estos lados cruzó Valdivia con su puñado de hombres, recorriendo cincuenta o sesenta kilómetros sin encontrar una gota de agua y ni siquiera un arbusto para guarecerse en las horas de más calor. El conocimiento del lugar por donde pasaran aquellos conquistadores, eleva automáticamente la hazaña de Valdivia y sus hombres para colocarla a la altura de las más notables de la colonización española, superior sin duda a aquellas que perduran en la historia de América, porque sus afortunados realizadores encontraron al fin de la aventura guerrera el dominio de reinos riquísimos que convirtieron en oro el sudor de la conquista. El acto de Valdivia representa el nunca desmentido afán del hombre por obtener un lugar donde ejercer su autoridad irrefutable. Aquella frase atribuida a César, en que manifiesta preferir ser el primero en la humilde aldea de los Alpes por la que pasaban, a ser el segundo en Roma, se repite con menos ampulosidad pero no menos efectivamente, en la epopeya de la conquista de Chile. Si en el momento en que el indómito arauco por el brazo de Caupolicán arrebatara la vida al conquistador, su último momento no hubiera sido rebasado por la furia del animal acosado, no dudo que en un examen de su vida pasada encontraría Valdivia la plena justificación de su muerte como gobernante omnímodo de un pueblo guerrero, ya que pertenecía a ese especial tipo de hombre, que las razas producen cada tanto tiempo, en los que la autoridad sin límites es el ansia inconsciente a veces que hace parecer natural todo lo que por alcanzarla sufran.
 Arica es un puertito simpático que todavía no ha perdido el recuerdo de sus anteriores dueños, los peruanos, formando una especie de transición entre los dos países, tan diferentes a pesar de su contacto geográfico y su ascendencia común.
 El morro, orgullo del pueblo, eleva su imponente masa de cien metros de altura cortada a pico. Las palmeras, el calor y los frutos subtropicales que se venden en los mercados le dan una especial fisonomía de pueblo del Caribe o algo así, totalmente diferente de sus colegas de algo más al sur.
 Un médico, que nos mostró todo el desprecio que un burgués afincado y económicamente sólido puede sentir por un par de vagos (aun con título), nos permitió dormir en el hospital del pueblo. Temprano huimos del poco hospitalario lugar para ir directamente hacia la frontera y entrar en Perú. Antes nos despedimos del Pacífico con el último baño (con jabón y todo), lo que sirvió para despertar un dormido anhelo de Alberto: comer algún marisco. Y allí iniciamos la paciente búsqueda de almejas y otras yerbas por las playas en unos acantilados. Algo baboso y salado comimos, pero no distrajo nuestra hambre, ni satisfizo el antojo de Alberto, ni nos dio ningún placer de grumete porque las babas eran bastante desagradables y así, sin nada que las acompañara, peor.
 Después de comer en la policía salimos a nuestra hora acostumbrada, a marcar el paso por la costa hasta la frontera; sin embargo, una chatita nos recogió y fuimos al puesto fronterizo cómodamente instalados. Allí nos encontramos con un aduanero que había trabajado en la frontera con la Argentina, de modo que conocía y comprendía nuestra pasión por el mate y nos dio agua caliente, bollitos y lo que es más, un vehículo que nos llevara hasta Tacna. Con el apretón de manos acompañado de una serie de ampulosos lugares comunes sobre los argentinos en Perú, con que nos recibió muy amablemente el jefe del destacamento, al llegar a la frontera, dimos el adiós a la hospitalaria tierra chilena.
      
Chile, ojeada de lejos

 Al hacer estas notas de viaje, en el calor de mi entusiasmo primero y escritas con la frescura de lo sentido, escribí algunas extravagancias y en general creo haber estado bastante lejos de lo que un espíritu científico podría aprobar. De todas maneras, no me es dado ahora, a más de un año de aquellas notas, dar la idea que en este momento tengo sobre Chile; prefiero hacer una síntesis de lo que escribí antes.
 Empecemos por nuestra especialidad médica: el panorama general de la sanidad chilena deja mucho que desear (después supe que era muy superior a la de otros países que fui conociendo). Los hospitales absolutamente gratuitos son muy escasos y en ellos hay carteles como el siguiente: “¿Por qué se queja de la atención si usted no contribuye al sostenimiento de este hospital?” A pesar de esto, en el norte suele haber atención gratuita pero el pensionado es lo que prima; pensionado que va desde cifras irrisorias, es cierto, hasta verdaderos monumentos al robo legal. En la mina de Chuquicamata los obreros accidentados o enfermos gozan de asistencia médica y socorro hospitalario por la suma de cinco escudos diarios (chilenos), pero los internados ajenos a la planta pagan entre trescientos y quinientos diarios. Los hospitales son pobres, carecen en general de medicamentos y salas adecuadas. Hemos visto salas de operaciones mal alumbradas y hasta sucias y no en puebluchos sino en el mismo Valparaíso. El instrumental es insuficiente. Los baños muy sucios. La conciencia sanitaria de la nación es escasa. Existe en Chile (después lo vi en toda América prácticamente) la costumbre de no tirar los papeles higiénicos usados a la letrina, sino fuera, en el suelo o en cajones puestos para eso.
Resultado de imagen de ernesto che guevara diarios de motocicleta alianzza El estado social del pueblo chileno es más bajo que el argentino. Sumado a los bajos salarios que se pagan en el sur, existen la escasez de trabajo y el poco amparo que las autoridades brindan al trabajador (muy superior, sin embargo, a la que brindan las del norte de América del Sur), hecho que provoca verdaderas olas de emigración chilena a la Argentina en busca del soñado país del oro que una hábil propaganda política se ha encargado de mostrar a los habitantes del lado oeste de los Andes. En el norte se paga mejor al obrero en las minas de cobre, salitre, azufre, oro, etc. pero la vida es mucho más cara, se carece en general de muchos artículos de consumo de primera necesidad y las condiciones climáticas son muy bravas en la montaña. Recuerdo el sugestivo encogimiento de hombros con que un jefe de la mina Chuquicamata contestó a mis preguntas sobre la indemnización pagada a la familia de los diez mil o más obreros sepultados en el cementerio de la localidad.
 El panorama político es confuso (esto fue escrito antes de las elecciones que dieran el triunfo a Ibáñez), hay cuatro aspirantes al mando, de los cuales Carlos Ibáñez del Campo parece ser el primer ganador; es un militar retirado con tendencias dictatoriales y miras políticas parecidas a las de Perón, que inspira al pueblo un entusiasmo de tipo caudillesco. Basa su acción en el Partido Socialista Popular, al que se unen fracciones menores. El segundo lugar, a mi manera de ver, estará ocupado por Pedro Enrique Alfonso, candidato del oficialismo, de política ambigua, al parecer amigo de los americanos y de coquetear con los demás partidos políticos. El abanderado del derechismo es Arturo Matte Larraín, potentado que es yerno del difunto presidente Alessandri y cuenta con el apoyo de todos los sectores reaccionarios de la población. En último término está Salvador Allende, candidato del Frente del Pueblo, que tiene el apoyo de los comunistas, los que han visto mermados sus cuadros en cuarenta mil votos, que es la cifra de las personas despojadas del derecho a votar por haber sido afiliados a dicho partido.
 Es probable que el señor Ibáñez haga una política de latinoamericanismo y se apoye en el odio a Estados Unidos para conseguir popularidad y la nacionalización de las minas de cobre y otros minerales (el conocimiento de los enormes yacimientos que los americanos tienen en el Perú, prácticamente listos para empezar la producción, disminuyó mucho mi confianza en que sea factible la nacionalización de estas minas, por lo menos en un plazo breve), completar la del ferrocarril, etc. y aumentar en gran proporción el intercambio argentino-chileno.
 Como país, Chile ofrece posibilidades económicas a cualquier persona de buena voluntad que no pertenezca al proletariado, vale decir, que acompañe su trabajo de cierta dosis de cultura o preparación técnica. Tiene en su territorio facilidad para sustentar la cantidad suficiente de ganado como para abastecerse (lanar sobre todo), cereales en cantidad aproximadamente necesaria y minerales como para convertirse en un poderoso país industrial, ya que tiene minas de hierro, cobre, hulla, estaño, oro, plata, manganeso, salitre. El esfuerzo mayor que debe hacer es sacudirse el incómodo amigo yanqui de las espaldas y esa tarea es, al menos por el momento, ciclópea, dada la cantidad de dólares invertidos por éstos y la facilidad con que pueden ejercer una eficaz presión económica en el momento en que sus intereses se vean amenazados.»

    [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones B, 2005, pp. 99-105. ISBN: 84-666-2476-7.]

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