miércoles, 8 de diciembre de 2021

La mujer de Andros.- Thornton Wilder (1897-1975)


Resultado de imagen de wilder thornton  «Las tabernas bordeaban el tosco empedrado de la plaza, frente al puerto, y en el interior de una de ellas cinco o seis de los principales Padres de la Isla estaban reunidos jugando. Para cuando apareció la luna, sólo dos de ellos, Simón y Cremes, no se habían marchado aún como el resto de sus compañeros. Simón era dueño de dos almacenes; se dedicaba al comercio y tenía tres barcos que navegaban continuamente entre las islas. Habían terminado de jugar; los tableros reposaban sobre la mesa entre ambos adversarios, que dejaron escapar un suspiro al pensar en el largo camino entre los olivos fantasmales que los separaba aún de sus casas. Simón estaba más cansado que de costumbre: aunque la ley de la moderación nos enseña que la mente no puede emplearse sin perjuicio en números y mercancías más de tres horas al día, aquella jornada él había pasado cinco ocupado en discusiones y transacciones.
 -Simón –dijo Cremes de pronto, con el aire de un hombre que se arma de valor para acometer una tarea desagradable largo tiempo aplazada-, tu hijo tiene ya veinticinco años cumplidos…
 Simón dejó escapar un gruñido al surgir aquel tema, que no era capaz de afrontar.
 -Han transcurrido ya cuatro años –prosiguió Cremes- desde la primera vez que dijiste que los padres no deben obligar a los hijos a casarse. Y desde luego nadie ha tratado de forzar a Pánfilo. Pero, ¿a qué está esperando? Te ayuda en el almacén; se ejercita en la palestra; cena en casa de la andriana. ¿Cuántos años tiene que seguir con esa vida para que por fin convengas conmigo en que mejor estaría casado con mi hija?
 -Cremes, debe acudir él a mí por su propia voluntad. No seré yo el primero en hablar de esto con el muchacho.
 -¡El primero! No serías el primero. Hace años que nuestras familias acordaron que se casaría con Filomena. Se habla de ello continuamente. Los jóvenes se burlan de él todo el día por este motivo. Sabe muy bien que mi hija está pronta para casarse con él. No es más que pura indolencia por su parte. Pura falta de voluntad de asumir las responsabilidades que conlleva ser esposo, padre y el joven hacendado más destacado de la isla.
 -Es un muchacho responsable. No lo coaccionaré.
 -Entonces queda entendido que no desea casarse con mi hija. Es una humillación para ella esperar todos estos años a que él se decida, y su madre lleva mucho tiempo instándome a que zanje este asunto de una vez. Quizá no debería decirlo, pero vais a perder un buen partido con tanto cavilar, los dos, tú y tu hijo. Filomena es con diferencia la muchacha más sana y hermosa de estas islas. Y es diestra en todas las tareas del hogar propias de una mujer. La unión de nuestras familias presenta ventajas, Simón, que no veo necesario señalarte. Pero todo el tiempo transcurrido ha dejado claro que tu hijo piensa esperar hasta que lo encandile cualquier otra muchacha, supongo. Entonces, ¡sea! Desde esta misma noche mi esposa empezará a buscar otro joven para ella.
 -Cremes, Cremes, sólo tiene veinticinco años. Deja que se entretenga un poco más. ¿Por qué han de ser esposos y padres tan pronto? Es un muchacho bueno y feliz. También tu hija. Deja que sigan así un tiempo.
 -¡Nietos! Eso es lo que quiero ver. No deberían dejarse intervalos tan largos entre generaciones. Es malo para las costumbres y los comportamientos.
 -Mayor error cometes apremiando que postergando.
 -Bien –continuó Cremes-, te diré que existe también otro motivo por el que quiero zanjar cuanto antes este asunto, y es éste: no nos gustan las visitas que hace Pánfilo a la andriana. Como comprenderás, Simón, me resulta difícil reaccionar con severidad, pues mi propio hijo hace lo mismo, pero es natural que un padre sea más exigente con su yerno que con su hijo.
 Simón parecía más incómodo que nunca y guardaba silencio. Cremes prosiguió:
Resultado de imagen de wilder thornton la mujer de andros -No creo que apruebes más que yo esos tratos con mujeres extranjeras. Nuestras islas siempre se han significado por un comportamiento estricto y sin tacha. Cuando de muchachos se nos metía el demonio en el cuerpo, siempre podíamos seguir a alguna pastora por caminos oscuros. Pero esta andriana se ha traído aquí consigo todo el ambiente de Alejandría, con sus perfumes, sus baños calientes y su gusto por trasnochar.
 Simón se pasó un momento la mano por las mejillas y después replicó con voz grave y hosca:
 -Bueno, si no es por un motivo es por otro. No sé nada de esa andriana. Al parecer las mujeres no hablan de otra cosa de la mañana a la noche, pero uno no puede dar crédito a todo lo que oye.
 Respondiendo a la invitación velada, Cremes se lanzó a hablar con considerable deleite, examinando de vez en cuando el rostro de Simón para comprobar si los detalles despertaban en este el mismo interés que en él.
 -Su nombre es Críside y no sé con qué intención se hace llamar andriana. La isla de Andros nunca se ha distinguido por su importancia, para que ella se dé esos aires. Ha estado en Corinto y en Alejandría, puedes estar seguro. Allí tendría que haberse quedado en lugar de venir a enterrarse en nuestra isla y a recitarles poesía a nuestros muchachos. Sí, sí, les recita poesía como esas mujeres que todos conocemos. Cada siete u ocho días invita a cenar a su casa a doce o quince jóvenes (de entre los solteros, por supuesto). Yacen en divanes, toman alimentos exóticos y conversan. Después ella se pone en pie y declama; es capaz de recitar tragedias enteras de memoria. Al parecer es muy estricta con los muchachos. Les hace pronunciar todos los acentos áticos; comen a la manera de Atenas, brindando, engalanados con guirnaldas y cada noche designan a uno de ellos Rey del Banquete. Al terminar, les sirven toallas calientes para que se limpien las manos.
 Simón no le dio a Cremes la satisfacción de otorgarle toda su atención; mantenía la mirada baja y su rostro exhibía la misma expresión de tedio con la que acogía todas las habladurías de la isla. Cremes decidió entonces ser menos expansivo y añadió sin contener su indignación:
 -En lo que a mí respecta, Alejandría es Alejandría y Brinos es Brinos. Como sigamos importando ideas, nuestra isla se irá a la ruina para siempre. Se convertirá en una masa de pobres imitaciones mal asimiladas. Todas las muchachas querrán leer, escribir y declamar poesía. ¿Qué será de la vida familiar, Simón, si las mujeres aprenden a leer y a escribir? Tú y yo nos casamos con las mejores muchachas de nuestro tiempo y hemos sido felices. Podemos proporcionarle a la isla al menos una generación más de sensatez y buenos modales antes de que llegue la era en que todas las mujeres se crean bailarinas y los hombres vayan por ahí sirviéndolas.
 Simón conocía la respuesta a aquella pregunta, pero se contuvo. Cremes, más que ningún otro hombre en la isla, vivía dominado por su esposa. De hecho, desde su telar entre las sombras, la mujer de Cremes trataba de gobernar la isla entera, haciendo uso de su hostigado esposo como brazo legislativo y punitivo. Simón preguntó:
 -¿Qué ocurre después del banquete?
 -Cada joven paga su cubierto (y créeme que no sale barato) y de vez en cuando a uno u otro se le concede la gracia de quedarse hasta el amanecer. Es todo cuanto sé.
 -¿Está invitado tu hijo a todos esos banquetes?
 -Se peleó o algo así, quizá bebió demasiado, no lo sé. Sea como fuere, fue expulsado por un tiempo. Los demás invitados lo pusieron en la calle sin miramientos. Pero ya ha hecho las paces con ella.
 -¿Hablas con él de esa…, esa Críside?
 -Claro que no. Finjo no saber nada de todo esto.
 -¿Está mi hijo siempre allí?
 -Según dicen, casi siempre.
 Hubo una larga pausa. El muchacho que atendía en la taberna salió a la calle iluminada por la luna y empezó a cerrar los postigos.»

   [El texto pertenece a la edición en español de 451 Editores, 2007, en traducción de Isabel González Gallarza, pp. 8-14. ISBN: 978-84-96822-08-5.]

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