viernes, 20 de enero de 2017

"Dinero para María".- Valentín Rasputin (1935-2015)

Resultado de imagen de valentin rasputin  
«Kuzmá, sentado, recordaba el septiembre del cuarenta y siete. Los cereales estaban maduros y la recolección apremiaba, pero las máquinas estaban paradas. No había combustible. El presidente pasaba cinco días a la semana en la capital, corriendo del Comité de Distrito al Parque de Máquinas y Tractores y viceversa; con verdades y mentiras les arrancaba una gasolina que las máquinas quemaban después en dos días, para quedar de nuevo inactivas. Y el tiempo parecía colaborar: ni una nubecilla. Los sembrados, ya poco ricos de por sí, empezaban a desgranarse. No daba ningún placer ver cómo caía el grano después de las penalidades de la guerra y de los dos últimos años de hambre. Sacaron de nuevo las hoces y pusieron en funcionamiento las segadoras a tracción animal; pero, ¿se puede recoger mucho si gente y animales habían quedado reducidos a un tercio con la guerra?
 El mismo diablo hizo atracar entonces a la orilla aquella barcaza. El patrón, grueso de carnes como una mujer, se pasaba el día entero pescando con los pantalones arremangados y por la noche encendía una hoguera en la orilla y se hacía una sopa de pescado. Para que el fuego ardiera mejor, le echaba unos chorros de gasolina, que sacaba de un bidón. Y allí fue el presidente, a la hoguera.
 Pronto se pusieron de acuerdo. Por la mañana hicieron rodar hasta la orilla dos bidones de gasolina y la barcaza partió. Aquel mismo día, el tractor arrastró de nuevo la cosechadora al campo, y Kuzmá fue a recoger el grano. Toda la aldea sabía que la gasolina fue comprada al patrón de la barcaza pero el presidente era quizás el único que comprendía la amenaza que se cernía sobre él.
 Lo detuvieron a principios de noviembre, cual si hubieran esperado a que terminara la recolección. Pidió que le dejaran pasar las fiestas en casa, pero no se lo permitieron. Y en la aldea, la fiesta ya no fue fiesta. Al principio, los vecinos estaban desconcertados: ¿por qué? No había robado la gasolina y no la había comprado para sí, sino para el koljós, pues en el Parque de Máquinas y Tractores no la había y la siega no podía esperar. Luego se lo explicaron: la gasolina era del Estado, el patrón no tenía derecho a venderla y el presidente no tenía derecho a comprarla. Hubo quien lo comprendió y hubo quien no. Nombraron en asamblea una delegación  de tres hombres, que debía gestionar la libertad del presidente. Hicieron cuanto pudieron: se desplazaron muchas veces a la capital del distrito, fueron incluso a la capital de la región, enviaron documentos a Moscú, pero no consiguieron nada; puede que aun perjudicaran al presidente, pues le sentenciaron a quince años. Había motivos para sorprenderse.
 Volvió el cincuenta y cuatro, después de la amnistía. Quisieron nombrarle de nuevo presidente, pero no fue posible: tenía antecedentes y había perdido su condición de miembro del partido. Trabajó como jefe de equipo. Cinco años más tarde, por fin, después de cambiar más de una docena de presidentes y cuando ya la mitad de la gente había abandonado el koljós, escribieron al Comité Regional pidiendo una vez más que el presidente fuera su presidente, y allí lo autorizaron. Lo nombraron para su antiguo cargo también en otoño, después de la recolección, del mismo modo que le habían destituido. Era como si nada hubiera ocurrido, si dejamos aparte el que entre ambos otoños mediaban más de diez años. [...]
 Empezaron a llegar los especialistas.
 Entró primero el agrónomo, el que acababa de estar en un sanatorio; una llaga hizo presa de él en mitad de la recolección y le obligó a marcharse al sanatorio.
 El agrónomo había llegado al pueblo hacía dos años y procedía de la Dirección General de Agricultura. Eligió voluntariamente aquel lejano koljós, y por eso se le respetaba, aunque al principio le acogieron con desconfianza: trabajaba en su despacho y tenía mando, por lo cual vete a saber cómo se le debía hablar, no fuera que bajo el aspecto de agrónomo hiciera el trabajo de policía, como aquellos que antes mandaban a cada koljós. Luego, observando al agrónomo, olvidaron en cierto modo los temores: le gustaba su trabajo, en verano se perdía por los campos de la mañana a la noche, y pronto fue un aldeano más en el pueblo.
 Entró, saludó y lanzó una mirada interrogativa al presidente. Éste, sin responder, le dijo:
 -Siéntate un momento, esperaremos.
 Luego acudió apresuradamente el veterinario. Vivía en la aldea desde hacía tanto tiempo que ya casi nadie recordaba que también era un especialista.
 Vino la zootécnica, una mujer corpulenta, de voz hombruna. Hablaba poco y era sosegada, pero de todos modos los koljosianos la temían, parecían saber que una fuerza y una voz como las suyas no pueden estar mucho tiempo sin aplicación, y que de un momento a otro la armaría gorda.
 Esperaban al mecánico. El presidente refunfuñaba, mirando hacia la puerta:
 -¡Como que iba a venir en seguida! Necesita que le llamen diez veces.
 Por fin apareció también el mecánico, un joven que aún no se había quitado la insignia del Instituto. Con el calculado paso de cansancio propio del hombre que ha estado trabajando mientras los demás esperaban sentados, fue hasta el diván y se colocó en un extremo.
 Los especialistas estaban sentados en el diván, junto a la pared. Kuzmá, en la otra pared, frente a ellos.
 Sólo entonces, al parecer, comprendió el presidente que el asunto no era sencillo, ni mucho menos. Titubeaba, le costaba empezar. También los especialistas se dieron cuenta y guardaron silencio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Realiza tu comentario: