jueves, 5 de enero de 2017

"Sobre la religión. Discursos a sus menospreciadores cultivados".- Friedrich Daniel E. Schleiermacher (1768-1834)


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 Quinto discurso: Sobre las religiones

 «Llamáis religiones positivas a estas manifestaciones religiosas determinadas, existentes, y, bajo esta denominación, ellas han sido ya, desde hace tiempo, objeto de un odio del todo particular; por el contrario, a pesar de toda la aversión hacia la religión en general, siempre habéis tolerado más fácilmente esa otra cosa que se llama religión natural, e incluso habéis hablado de ella con estima. Yo no vacilo en permitiros inmediatamente que echéis una mirada a mis convicciones íntimas a este respecto, en la medida en que, por mi parte, protesto clamorosamente contra esta preferencia y la declaro, por lo que se refiere a todos aquellos que pretenden en general tener religión y amarla, como la más burda inconsecuencia y como la autorrefutación más manifiesta, por motivos a los que daréis ciertamente vuestra aprobación cuando yo haya podido exponerlos. En contraste con vosotros, que sentíais aversión hacia la religión en general, siempre he considerado muy natural hacer esta distinción. La llamada religión natural es generalmente tan refinada y adopta un estilo tan filosófico y moral, que poco deja traslucir del carácter peculiar de la religión; ella se las ingenia para llevar una vida tan galante, para guardar los límites y adaptarse a las circunstancias, que es por doquier bien tolerada: por el contrario, toda religión positiva posee rasgos muy vigorosos y una fisonomía muy acusada, de modo que, en todo movimiento que ella realiza y en toda mirada que se arroja sobre ella, evoca de un modo infalible lo que ella es propiamente. Si éste es el verdadero e íntimo motivo de vuestra antipatía, tal como es, de hecho, el único que se refiere a la cosa misma, es preciso que os liberéis ahora de esta aversión; y yo no tendría propiamente que polemizar más contra ella. Pues si vosotros ahora, tal como espero, emitís un juicio más favorable sobre la religión en general, si reconocéis que ella tiene como fundamento una disposición especial y noble en el hombre, la cual, por consiguiente, también debe ser formada allí donde haga acto de presencia, entonces no os puede resultar enojoso considerarla en las formas determinadas bajo las que se ya se ha manifestado realmente y vosotros debéis más bien juzgar estas formas tanto más dignas de vuestra consideración, cuanto más lo peculiar y distintivo de la religión ha tomado forma en ellas.
 Pero si rehusáis reconocer este fundamento, quizá todos los antiguos reproches, que vosotros soléis, por lo demás, hacer a la religión en general, los lanzaréis ahora contra las religiones particulares y afirmaréis que precisamente, en lo que llamáis lo positivo en la religión, debe hallarse aquello que ocasiona y justifica, siempre de nuevo, estos reproches; vosotros negaréis que las religiones positivas puedan ser manifestaciones de la verdadera religión. Me llamaréis la atención acerca de cómo todas ellas, sin distinción, están llenas de lo que, según mis propias manifestaciones, no es religión, y de que, por tanto, debe haber un principio de corrupción profundamente arraigado en su constitución; vosotros me recordaréis cómo cada una de ellas se proclama la única verdadera, considerando precisamente sus rasgos peculiares como la realidad suprema; me recordaréis que ellas se diferencian entre sí, como si se tratara de algo esencial, precisamente mediante aquello que cada uno debería eliminar de sí tanto como fuera posible; me recordaréis cómo ellas, de una forma completamente contraria a la naturaleza de la verdadera religión, demuestran, refutan y disputan bien sea con las armas del arte y del entendimiento o con otras todavía más extrañas y más indignas; añadiréis que precisamente ahora, cuando apreciáis la religión y la reconocéis como algo importante, habríais de tener un vivo interés en que se le concediera por doquier la mayor libertad para desarrollarse en todos los sentidos y de las formas más diversas, y que vosotros, por tanto, deberíais odiar tanto más vivamente las formas determinadas de la religión, que mantienen sujetos a la misma figura a todos sus adeptos, les privan de la libertad de seguir su propia naturaleza y los someten a unas limitaciones contrarias a la naturaleza, y en todos estos puntos me haréis un encendido elogio de las ventajas de la religión natural frente a la positiva.
 Yo manifiesto, una vez más, que no quiero negar estas desfiguraciones y que no pongo ninguna objeción a la aversión que sentís hacia las mismas. Reconozco en todas ellas aquella degeneración y aquella desviación consistentes en pasar a un ámbito extraño, objeto de tantas lamentaciones; y cuanto más divina es la religión misma, tanto menos quiero adornar su corrupción y fomentar, admirándolas, sus excrecencias salvajes. No obstante, olvidad de una vez esta concepción que, ciertamente, también es unilateral, y seguidme a otra distinta. Ponderad en qué medida esta corrupción ha de ser achacada a aquellos que han sacado la religión del interior del corazón para llevarla al mundo civil; confesad que muchas deformaciones resultan inevitables por doquier tan pronto como lo Infinito reviste una forma imperfecta y limitada, y desciende al ámbito de lo temporal y de la interacción general de las cosas finitas, para dejarse dominar por ella.»

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