Capítulo XVIII: Cómo resplandece más la sabiduría y providencia del criador en las cosas pequeñas que en las grandes
«Son tantas las cosas en que aquella inmensa majestad se quiso dar a conocer a los hombres, y resplandece en tantas cosas su providencia y sabiduría, que no sólo en los animales más grandes, sino también en los muy viles y pequeños, se ve ella muy a la clara. Lo cual dice San Jerónimo en el epitafio de Nepociano por estas palabras: No solamente nos maravillamos del Criador en la fábrica del cielo y de la tierra, del sol, del mar Océano, de los elefantes, camellos, caballos, onzas, osos y leones sino también en la de otros pequeñitos animales, como es la hormiga, el mosquito, la mosca y los gusanillos, y en todos estos géneros de animalillos, cuyos cuerpos conocemos más que los nombres dellos; y no menos en estas cosas que en las otras grandes veneramos la sabiduría y providencia del que las hizo. Pero a San Agustín más admirable paresce el artificio del Criador en estas cosas pequeñas, que en las grandes. Y así dice él: Más me espanto de la ligereza de la mosca que vuela, que de la grandeza de la bestia que anda; y más me maravillo de las obras de las hormigas, que de las de los camellos. Y Aristóteles dice en el primer libro de las partes de los animales, que ningún animalico hay tan vil y tan despreciado, en el cual no hallemos alguna cosa divina y de grande admiración. Desto pone un singular ejemplo Plinio, maravillándose más de la fábrica del mosquito, que de la del elefante. Porque en los cuerpos grandes (dice él) hay bastante materia para que el artífice pueda hacer lo que quisiere; mas en estos tan pequeños y tan nada, ¿cuán gran concierto, cuán gran fuerza y cuánta perfección les puso? ¿Dónde asentó tantos sentidos en el mosquito? ¿Dónde puso los ojos? ¿Dónde aplicó el gusto? ¿Dónde enjirió el sentido del oler? ¿Dónde asentó aquel tan temeroso zumbido, y tan grande según la proporción de su cuerpo? ¿Con cuánta sutileza le juntó las alas y extendió los pies y formó el vientre vacío donde recibe la sangre que bebe? ¿Dónde encendió aquella sed tan grande de sangre, mayormente de la humana? ¿Con qué artificio afiló aquel aguijón con que hiere? Y ¿con cuánta subtileza, siendo tan delgado, lo hizo cóncavo, para que por él mismo beba la sangre que por él saca? Mas los hombres maravíllanse de los cuerpos de los elefantes, que traen sobre sí torres y castillos, y de otros grandes y fieros animales, siendo verdad que la naturaleza en ninguna parte está más entera, y más toda junta que en los pequeños. Hasta aquí son palabras de Plinio, el cual con mucha razón se espanta de tantos sentidos como tiene un mosquito.
Mas especialmente causa más admiración hallarse en él ojos. Porque espántanse los anatomistas del artificio con que el Criador formó este sentido tan excelente, con que tantas cosas conoscemos. Pues ¿quién no se maravilla de que ese tan artificioso y tan delicado sentido haya formado el Criador en una cabeza tan pequeña como la del mosquito y la de la hormiga? Tiene también muy vivo el sentido del oler, el cual experimentamos cada día a nuestra costa. Porque estando el hombre dormiendo en una sala grande, cubierto parte del rostro con algún lienzo por miedo dél, viene él dende el cabo de la sala muy de espacio con su acostumbrada música y dulzaina, y acierta a asentarseos en la parte del rostro que está descubierta. Lo cual no es por la vista (porque la pieza está escura) sino por sólo el olor, que tan agudo es.
Pues aun otra habilidad deste animalillo diré yo, que experimenté. Asentóseme uno junto a la uña del dedo pulgar de la mano, y púsose en orden como suele para herir la carne. Mas como aquella parte del dedo es un poco más dura, no pudo penetrarla con aquel su aguijón. Yo de propósito estaba mirando en lo que esto había de parar. Pues, ¿qué hizo él entonces? Tomó el aguijoncillo entre las dos manecillas delanteras, y a gran priesa comienza a aguzarlo, y adelgazarlo con la una y con la otra, como hace el que aguza un cuchillo con otro. Y esto hecho, volvió a probar si hecha esta diligencia podría lo que antes no pudo. Dicen del unicornio, que habiendo de pelear con el elefante, aguza el cuerno en una piedra; y esto mismo hace este animalillo para herirnos, aguzando aquel su aguijón con las manecillas. Todo esto, pues, nos declara cuán admirable sea el Criador, no sólo en las cosas grandes, sino mucho más aun en las pequeñas.»
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