martes, 10 de enero de 2017

"El coleccionista".- John Fowles (1926-2005)


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 «Una vez le llevé algunos de mis trabajos para que los viera. Elegí las obras que pensé que le gustarían a él (no sólo las obras en las que me pasaba de lista, como la perspectiva de Ladymont). No dijo ni palabra mientras las contemplaba. Ni siquiera cuando miraba las que (como la Carmen en Ivinghoe) creo que son mis mejores obras (o lo creía entonces). Y al final dijo: no son muy buenas. Pero un poco mejor de lo que esperaba. [...]  Dijo: Hay que aprender que pintar bien -en el sentido académico y técnico- es lo menos importante de todo. Es decir, ya tienes esa habilidad. Igual que otros miles. Pero lo que yo estoy buscando no está aquí. Sencillamente no está aquí.
 Luego dijo: Ya sé que esto duele. De hecho, estuve a punto de pedirte que no los trajeras. Pero luego pensé... tienes esa especie de ansia. Sobrevivirás.
 Ya sabías que no valdrían nada, dije.
 Estaba esperando algo así. ¿Olvidamos que los has traído? Pero sabía que me estaba poniendo a prueba.
 Dije: Dime en detalle qué es lo que está mal de éste. Y le di unas de las escenas de la calle.
 Dijo: Es muy gráfico, bien compuesto, no puedo darte detalles. Pero no es arte vivo. No es un miembro de tu cuerpo. No espero que lo comprendas a tu edad. No se puede enseñar. O lo consigues algún día o no lo consigues. Te están enseñando a expresar tu personalidad en la Slade, la personalidad en general. Pero por muy bien que consigas traducir la personalidad en líneas o pintura no sirve de nada si tienes una personalidad que no merece la pena traducir. Todo es suerte. Puro azar.
 Hablaba a saltos y trompicones. Y luego se hizo el silencio. Dije: ¿Los rompo? Y él respondió: Ahora te estás poniendo histérica.
 Dije: tengo tanto que aprender.
 Se levantó y dijo: Creo que tienes algo. No sé. Las mujeres casi nunca lo tienen. Quiero decir, la mayoría de las mujeres se conforman con hacer algo bien, tienen mentalidad de lo bien hecho, que para ellas significa habilidad, aptitud, buen gusto y demás. No son capaces de comprender que si lo que deseas es llegar a los límites más extremos de tu ser, la forma concreta que tome tu arte no es importante. Tanto si utilizas palabras o pintura como sonidos. Lo que sea.
 Dije: Sigue.
 Dijo: Es lo mismo que con la voz. Te conformas con tu voz y hablas con ella porque no tienes elección. Pero lo que importa es lo que dices. Es lo que distingue a todo gran arte del otro. Los capullos técnica consumada están dos a un penique en cualquier período. Sobre todo en esta época de educación universal. Estaba sentado en el sofá. Hablando a mis espaldas. Había tenido que irme a mirar por la ventana. Pensé que iba a echarme a llorar.
 Dijo: Los críticos pronuncian discursos sobre técnica consumada. Completamente carente de sentido, esa clase de jerga. El arte es cruel. Puedes librarte del castigo por un asesinato a base de palabras. pero una pintura es como una ventana abierta directamente a lo más profundo de tu corazón. Y lo único que has hecho aquí es construir muchas ventanitas que dan a un corazón lleno de las pinturas de otros artistas de moda. Se acercó y se quedó de pie a mi lado y eligió uno de los últimos abstractos que había pintado en casa. Aquí estás diciendo algo acerca de Nicholson o de Pasmore. No sobre ti misma. Estás empleando una cámara. La pintura en el estilo de otro, lo mismo que el trompe-l'oeil, no es más que fotografía descarriada. Aquí estás fotografiando. Eso es todo.
 Nunca aprenderé, dije.
 Lo que tienes que hacer es desaprender, dijo. Ya casi has terminado el aprendizaje. El resto es suerte. No, un poco más que suerte. Valor. Paciencia.
 Hablamos durante horas. Él hablaba y yo escuchaba.
 Era como el viento y la luz del sol. Se llevó volando todas las telarañas. Lo iluminó todo. Ahora que estoy anotando lo que dijo, resulta tan obvio. Pero es algo que hay en su forma de decir las cosas. Es la única persona que conozco que siempre da la impresión de creer lo que está diciendo cuando habla de arte. Si un día descubriera que no es cierto, sería como una blasfemia.
 Y además resulta que es un buen pintor y sé que algún día será muy famoso y esto me influye más de lo que debiera. No sólo lo que es, sino lo que será.
 Recuerdo que después dijo (el Profesor Higgins de nuevo): De todas formas, no tienes ni la más remota posibilidad. Eres demasiado guapa. El arte de amar está más en tu línea. No el amor al arte.
 Me voy al Heath, a ahogarme, dije.
 Yo no debería casarme. Tú deberías tener una aventura amorosa trágica. Operarte los ovarios. Algo así. Y me echó una de sus miradas verdaderamente perversas por el rabillo del ojo. Pero no era sólo eso. También era de miedo como la de un niño pequeño. Como si hubiera dicho algo que sabía que no debería haber dicho para ver cómo reaccionaba. Y de repente me pareció mucho más joven que yo.»

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