lunes, 16 de enero de 2017

"Antología (Escritos culturales y políticos)".- Joaquín Costa (1846-1911)


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 El programa político del Cid Campeador

 «Dos trabajos publiqué, en aquella ya remota fecha, acerca de la personalidad política del Campeador; y habéis de permitirme que los aduzca aquí, a un doble objeto: como medio de prueba para vindicarme, ya que se ha venido, sin ser buscada, la ocasión, y como necesario antecedente para algo que os tengo que proponer. Eran tales estudios: uno, titulado Representación política del Cid en la Epopeya española, 1878; otro, Programa político del Cid Campeador, 1885.
 En el segundo de ellos, consecuencia de un análisis crítico sobre la génesis de los monumentos que componen el ciclo histórico-literario del Campeador y su comparación con los cuerpos legales de su tiempo, singularmente el Fuero Viejo y las Partidas, decía esto que sigue:
 "Considerado el Cid bajo este aspecto, como una categoría no metafísica, sino nacional, como expresión sintética de la Nación en la unidad de todos los elementos sociales que la componían, como una resultante de todas las energías que han actuado en la dinámica de nuestra historia, podemos servirnos de él como de un criterio positivo, como de una regla práctica, y aprender de sus labios la ley de nuestro pasado y, consiguientemente, la norma de conducta que debemos observar en el presente. Si fuera lícito aplicar a las cosas antiguas nombres nuevos, diría que la figura del Cid representa todo un programa político, y que su vida es una lucha incesante por llevar ese programa a la realidad: lucha religiosa, contra el Papado; lucha nacional, contra el Imperio; lucha territorial, contra los sarracenos; lucha política, contra los reyes. Ese programa podría resumirse en esto: respecto de Europa y el Imperio, la autarquía de la Nación, más absoluta; respecto del Pontificado, la condenación del ultramontanismo y la independencia civil del Estado; respecto de África, el rescate el territorio; respecto del Islam, la tolerancia, considerando a sus creyentes como elemento integrante de la nacionalidad; respecto de la Península, la unión federativa de sus reinos; respecto del organismo social, la concordia de todas sus clases; respecto del Municipio, la autonomía civil y administrativa; tocante a las relaciones entre la autoridad y los súbditos, el imperio absoluto de la ley y de la constitución, mientras no se reformen por las vías legales; respecto del organismo del Estado, la monarquía representativa -(que no ha de confundirse con la parlamentaria)-, o sea, el gobierno compartido por el rey, la nobleza y los concejos, el self-government de las clases, el juicio por las pares, el rey obligado a estar a derecho como el último ciudadano; y por último, respecto de la tiranía, el derecho de insurrección.
 Este programa fue la obra de cuatro siglos, como la figura misma de su mantenedor, el Cid: hace ochocientos años que principió a delinearlo nuestro pueblo, y todavía dista mucho de haber perdido del todo su actualidad. Una parte de él se ha realizado, pero otra parte, y no pequeña, queda aún en estado de ideal. Todavía, la parte realizada no lo ha sido siempre por la acción espontánea de las fuerzas vivas del país, no por un desenvolvimiento lógico, normal, de los gérmenes constitutivos de la sociedad española, sino por obra de la violencia, y a influjo de causas exteriores y mecánicas, después de dolorosas interrupciones que explican la inestabilidad de nuestras instituciones políticas y la desorientación en que viven así el pueblo como las clases directoras en orden a los ideales de la Nación y a los destinos de la raza hispana. Principia a echarse de menos mucho de lo antiguo y a dolerse de haberlo destruido: órdenes corporativas, Universidades autónomas, gremios, fundaciones, montepíos, organismos provinciales y municipales, jurado, libertad civil, propiedad comunal, autoridad paterna, dignidad de la mujer casada o viuda, están demandando en todo o en parte una restauración, que no tardarán en conseguir. El programa de Mío Cid no ha pasado todavía al panteón de las historias muertas; y España debe estudiarlo seriamente, si alguna vez ha de vivir con vida propia, reanudando el hilo roto de sus tradiciones, y adquirir el equilibrio estable propio de todo pueblo que logra adaptar sus instituciones políticas a su temperamento y a su genio."
 Después de esto, digan cuanto quieran que he ofendido al pueblo español en la persona de su héroe predilecto, el Cid; que para resucitar al Lázaro español, todo cuanto se me ha alcanzado es sustituir en la dirección de la sociedad al héroe burgalés por un tenedor de libros de la Cámara de Comercio de Burgos.»

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