martes, 25 de octubre de 2016

"Willenbrock".- Christoph Hein (1944)


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 "-¿Cómo andan las cosas en su país? En los periódicos sólo se leen malas noticias sobre la Madre Rusia. Si hay que creerles, todo Moscú es una cueva de ladrones. Drogas, mafias, prostitución, asesinatos, palizas, la verdad es que asusta. Da miedo viajar a su bella ciudad. Un clima así no es bueno para los negocios. ¡Y ahuyenta a los turistas!
 -Yo no hago caso de los periódicos, amigo. Los periodistas…, ya sabe, necesitan sangre. De eso viven. Y si hace falta son capaces de inventarse lo que el periódico quiere publicar. Con los zares pasaba lo mismo, y con Stalin, y hoy todo sigue igual. En el fondo, Moscú no ha cambiado. Los pobres son ahora más pobres y los ricos han mejorado un poco su situación, como en todas partes… Y la prostitución… bueno, eso tampoco está mucho peor que antes, sólo que ahora las chicas de Moscú son más feas. Por desgracia, ésa es la verdad. Las mejores putas rusas hacen la calle en Occidente. En Berlín, en París. Y con el ballet pasa lo mismo. ¡Por Dios! Si se me llenan los ojos de lágrimas cuando pienso en el Bolshói. Hoy siempre se consiguen entradas. Y hasta tienen que hacer propaganda para que la gente vaya. ¡Propaganda! ¡El Bolshói! ¿Dónde se ha visto? Eso sí es una auténtica tragedia rusa.
 Krylov cogió la botella y llenó el vaso de Willenbrock y el suyo, para brindar cordialmente con su “amigo alemán”.
 -La grande y orgullosa Rusia abastece de putas y bailarinas a la Europa occidental, y nosotros nos quedamos con lo que los europeos no quieren comprar. En mi época era diferente; quiero decir, Moscú era lo primero. Pero los que ahora nos gobiernan venden los mejor de Rusia. Ésos son los imbéciles, los verdaderos criminales. Si Moscú tiene hoy un problema con los gángsters y la mafia, es porque los gángsters y los mafiosos se han hecho políticos. No tenemos dirigentes formados y cultos como los que tenéis vosotros, los alemanes. A nosotros, lamentablemente, nos gobiernan unos bribones que sólo piensan en su bolsillo.
 Willenbrock soltó una carcajada.
 -Tiene usted una imagen demasiado hermosa de los alemanes, doctor Krylov. ¡Y yo que pensaba que nos conocía bien! Pero no se haga ilusiones con los políticos alemanes.
 Krylov era un antiguo colaborador del gobierno soviético que había trabajado en el Departamento para la Europa Occidental y visitado varias veces la República Federal. Despedido de la administración tras la disolución de la Unión Soviética, durante dos años se ganó la vida ayudando a empresas alemanas a establecer contactos comerciales y abrir sucursales en Rusia. Después se instaló por su cuenta, con una empresa inscrita en San Petersburgo, Munich y Milán que, según él, se dedicaba a la importación y exportación de nuevas tecnologías. En su primera visita, le había dado a Willenbrock una tarjeta que lo identificaba como director de Russian Venture Group, y le había explicado que su pequeña empresa prosperaba porque él podía allanar algunos caminos en la jungla de la burocracia rusa, lo que equivalía a decir que ayudaba al que lo necesitaba a atravesar el viejísimo pantanal ruso. Entre todas las puertas, él encontraba siempre la apropiada y, además, como aquel héroe de los cuentos populares, sabía cómo se abría. Eso era lo único que tenía para ofrecer y vender.
 -Y paciencia también tengo –había dicho-; la paciencia que vosotros, los europeos, habéis perdido y sin la cual es imposible hacer negocios en mi país. Yo vendo mi paciencia, y eso me permite vivir bastante bien.
 Willenbrock quedó impresionado con Krylov desde su primera visita. Le gustaba ese hombre decidido y seguro de sí mismo y, puesto que creía haber entendido que al ruso le interesaban también los vehículos de ocasión, enseguida le ofreció una ventajosa rebaja si le compraba más de uno. Krylov aceptó y desde entonces aparecía cada dos o tres meses y cada vez que venía le compraba varios coches que pagaba en el acto y al contado.
 -Rusia es grande sólo en la guerra –prosiguió Krylov- y bajo el yugo de un zar. El ruso no soporta la libertad. A nosotros nos marcó Asia, no Europa. Nosotros protegimos a Europa de los asiáticos y, haciéndolo, nos volvimos asiáticos. Nos sacrificamos por Europa, protegimos con nuestro cuerpo a Viena y París de los ataques de los mongoles. Y hemos tenido que pagar un precio muy alto que Europa no nos lo devolverá. Ahora hay que apalear a los rusos para que trabajen bien. No somos alemanes. A los alemanes les gusta trabajar y lo quieren todo perfecto.
 Sus cuatro acompañantes, sentados detrás de él, no abrieron la boca ni una sola vez, aunque parecían seguir la conversación muy atentos. Willenbrock no sabía si de verdad entendían el alemán, si los escuchaban o si sólo esperaban, disciplinados, hasta que su jefe les hiciera la señal de partir. Parecían reclutas que se esforzaban por adivinar cada orden antes de que se les impartiera, sin llamar jamás la atención. A lo mejor los azota, pensó Willenbrock.
 -Tiene usted una idea muy romántica de los alemanes, doctor Krylov. Y Rusia ya tuvo bastante mano dura. No sé si entonces su país era más feliz que ahora.
 -¿Feliz? ¿Qué quiere decir? Entonces había orden y pan y trabajo para todos. En mi país eso significa mucho y hoy, por lo menos, hemos aprendido a apreciarlo.
 -Sí, claro, pan y trabajo. Pero también había campos de confinamiento y dos o tres cosas más bastante desagradables, cosas que no estaban precisamente a la altura del siglo veinte. Stalin no fue ningún santo.
 -Fue seminarista y, ya se sabe, ésos tienden a querer redimir al mundo. Y hubo una guerra, no lo olvidemos. Para nosotros, Stalin fue como un arcángel, un enviado de Dios. El que aspira a ganar una guerra no puede apreciar demasiado la vida de un hombre. El camino de la victoria está empedrado de cadáveres y eso es algo que los europeos aprendieron con Hitler y Napoléon, con los grandes príncipes electores y con la Inquisición.
 -Doctor, el que lo escucha podría pensar que anhela usted una vuelta al pasado. Sin embargo, creo que también a usted le va hoy mucho mejor que en los tiempos en que trabajaba para el gobierno.
 -¿Mejor? Sí, seguro, si mejor quiere decir que hoy gano más dinero, muchísimo más dinero que antes, que hoy tengo varios coches y un par de casas y pisos de lujo en dos o tres ciudades. En aquellos tiempos ni siquiera me habría atrevido a soñar con algo así. Si quiere que le sea sincero, me va de fábula. Lo único que me entristece es lo que esos bandidos han hecho de Rusia. Un pueblo orgulloso convertido en una ruina política. No olvide que soy ruso, no europeo; soy ruso con todas las ridículas cualidades y la sensiblería bárbara que ya lamentó Pushkin. El orgullo humillado de mi patria es algo que me duele en carne propia. Para nosotros, es como el tratado de Versalles para vosotros los alemanes. Ahora esperamos a nuestro Hitler, que hará de nuestro Versalles papel mojado. Echemos otro trago, amigo”.

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