lunes, 24 de octubre de 2016

"Extraños en un tren".- Patricia Highsmith (1921-1995)


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 "-¿No puede marcharse de casa, si le apetece hacerlo?
Al principio pareció como si Bruno no hubiese entendido la pregunta, pero luego calmosamente respondió:
 -Claro que sí, pero es que me gusta estar con mi madre.
 “Y ella, a su vez, no se marcha a causa del dinero” –pensó Guy.
 -¿Un pitillo?
 Bruno lo cogió, sonriendo.
 -¿Sabe? La noche que se marchó de casa fue la primera vez que salía, puede que en diez años. Me pregunto adónde diablos iría. Estaba tan furioso que le hubiese matado, y él lo sabía. ¿Alguna vez ha tenido ganas de matar a alguien?
 -No.
 -Yo sí. A veces estoy seguro de que podría matar a mi padre.
 Bajó la mirada hacia el plato, sonriendo reflexivamente.
 -¿Sabe cuál es el hobby de mi padre? ¡Adivínelo!
 Guy no deseaba adivinar nada. Le había acometido un aburrimiento repentino, un deseo de estar solo.
 -Pues, ¡colecciona moldes para hacer galletas!
 Bruno se rió burlonamente.
 -¡En serio! Tal como se lo digo. Los tiene de todas clases… de Penssylvania, de Baviera, de Inglaterra, de Francia, una gran cantidad de Hungría. Los hay por toda la habitación. Sobre el escritorio tiene unos moldes para hacer animalitos de galleta… ¡enmarcados! ¿Sabe a qué me refiero? De ésas que comen los niños. Escribió al presidente de la compañía que los fabrica y le mandaron un juego completo. ¡La era de las máquinas!
 Bruno se rió, bajando la cabeza rápidamente.
 Guy le miraba fijamente. Bruno le estaba resultando más divertido de lo que él mismo se figuraba.
 -¿Los utiliza alguna vez?
 -¿Eh?
 -Que si alguna vez hace galletas.
 Bruno lanzó un alarido de risa. Se retorció para quitarse la chaqueta y la arrojó sobre una de las maletas. Durante unos instantes pareció demasiado excitado para poder hablar, entonces, calmándose repentinamente, comentó:
 -Mi madre siempre le está diciendo que se vaya con sus moldes y sus galletitas.
 Su rostro se cubrió de un sudor fino como una capa de aceite. Lanzó una sonrisa solícita hacia el otro lado de la mesa. […]
 -¿Le importa que le pregunte qué edad tiene?
 -Veintinueve.
 -Ah, ¿sí? Le hacía mayor. ¿Qué edad cree que tengo yo?
 Guy le examinó cortésmente.
 -Tal vez veinticuatro o veinticinco –contestó, tratando de halagarle porque, de hecho, parecía más joven.
 -Sí, así es. Veinticinco. ¿Lo dice en serio… que parezco tener veinticinco años con esta… esta cosa en medio de la cabeza?
 Bruno se mordió el labio inferior. En sus ojos brilló un destello de cautela y de pronto se tapó la frente con la mano, con gesto de intensa y amarga vergüenza. Se levantó de un salto, acercándose al espejo.
 -Quería cubrírmelo con algo.
 Guy dijo algo para tranquilizarle, pero Bruno siguió mirándose en el espejo desde varios ángulos, con ganas de atormentarse.
 -No podía ser un simple grano –exclamó nasalmente-. Tenía que ser un divieso… nacido de todo el odio que llevo dentro. ¡Es como una de las llagas de Job!
 -Oh, vamos –dijo Guy, riendo.
 -Empezó a salirme el lunes por la noche, después de la discusión. Y cada vez está peor. Apuesto a que me dejará una cicatriz.
 -No, no lo hará.
 -Le digo que sí. ¡Vaya modo de presentarme en Santa Fe!
 Se había sentado otra vez, apretando los puños, con una de sus piernas echada hacia atrás, como un personaje folletinesco. […]
 -En Santa Fe –dijo Bruno-, quiero de todo. Vino, mujeres, canciones, ¡ja!”

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