"129.-[...] En primer lugar, nos parece que entre las acciones humanas, la más bella sin duda, es la de dotar al mundo de grandes descubrimientos y así es como lo juzgaron los siglos pasados. Concedíase honores divinos a los inventores; a los que, por el contrario, se habían distinguido en el servicio del Estado, como los fundadores de ciudades y de imperios, legisladores, libertadores de la patria afligida por crueles azotes, vencedores de los tiranos, y otros por el estilo no se les concedía más que el título y las prerrogativas de héroes. Y si se hace una justa comparación de estas dos especies de méritos, se aplaudirá sin duda el criterio de las edades antiguas pues el beneficio de los descubrimientos se extiende a todo el género humano y los servicios sociales sólo a un país; éstos no duran más que tiempo limitado y los otros son eternos. Con frecuencia, los Estados no adelantan sino en medio de turbulencias y por violentas sacudidas; pero los descubrimientos derraman sus beneficios sin hacer derramar lágrimas.
Los descubrimientos son como nuevas creaciones que imitan las obras divinas; de ellas dijo, con razón, el poeta: "La primera en los tiempos antiguos, Atenas la célebre, dio a los infelices mortales los frutos que se multiplican, creó de nuevo la vida y sancionó las leyes". Y es digno de observar que Salomón, colmado de todos los beneficios, poder, riqueza, magnificencia de las obras, ejército, servidores, armada, nombradía, admiración sin límites, no haya escogido ninguno para glorificarse sino que, al contrario, haya declarado que la gloria de Dios es ocultar sus secretos y la del rey, descubrirlos.
Reflexiónese. por otra parte, en la diferencia que existe entre la condición del hombre en un reino de los más civilizados de Europa y la condición de ese hombre en una de las regiones más bárbaras e incultas del nuevo mundo; tal es esta diferencia que puede decirse con razón que el hombre es un dios para el hombre, no sólo a causa de los servicios y beneficios que puede prestarle, sino también por la comparación de sus diversas condiciones. Y esta diversidad no es el suelo, no es el cielo quien la establece: son las artes. Preciso es también hacer observar la potencia, la virtud y las consecuencias de los descubrimientos: en parte alguna aparecen más manifiestamente que en estas tres invenciones desconocidas a los antiguos y cuyos orígenes son oscuros y sin gloria: la imprenta, la pólvora para cañón y la brújula, que han cambiado la faz del mundo, la primera en las letras, la segunda en el arte de la guerra, la tercera en la navegación; de las que se han originado tales cambios que jamás imperio, secta ni estrella alguna podrá vanagloriarse de haber ejercido sobre las cosas humanas tanta influencia como esas invenciones mecánicas.
Distinguiremos seguidamente tres especies y como tres grados de ambición: la primera especie es la de los hombres que quieren acrecentar su poderío en su país; ésta es la más vulgar y la más baja de todas; la segunda, la de los hombres que se esfuerzan en acrecentar la potencia y el imperio de su país sobre el género humano; ésta tiene más dignidad, pero aquéllos que se esfuerzan por fundar y extender el imperio del género humano sobre la naturaleza tienen una ambición (si es que este nombre puede aplicársele) incomparablemente más sabia y elevada que los otros. Pero el imperio del hombre sobre las cosas tiene su único fundamento en las artes y en las ciencias pues sólo se ejerce imperio en la naturaleza obedeciéndola.
Diremos también que si la utilidad de un descubrimiento particular ha conmovido de tal modo a los hombres que hayan visto algo más que un hombre en aquel que podía de tal suerte extender un beneficio a todo el género humano, ¿cuánto más elevado no parecerá a sus ojos un descubrimiento que por sí solo da la clave de todos los otros?"
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