jueves, 7 de julio de 2016

"Introducción a la historia de la biología".- Jean Rostand (1894-1977)


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XXIII.- Conclusiones

 "El acrecentamiento de nuestro saber raramente se efectúa según un orden estrictamente racional y lógico: datos fragmentarios que tanto sugieren lo falso como lo verdadero, ideas preconcebidas, influencias filosóficas o sociales, interacción de los descubrimientos, repercusión mutua de las diversas disciplinas, papel de los progresos técnicos, del azar, del genio personal, todo ello se enmaraña y se imbrica, imprimiendo su cariz más o menos incoherente al desarrollo del progreso científico.
 Y, sin embargo, éste no cesa de ser continuo. Cada día de la ciencia es provechoso para la verdad, puesto que el número de hechos conocidos no cesa de acrecentarse; en cuanto a las mismas interpretaciones, aun cuando en puntos determinados tomen caminos erróneos, no dejan , en su conjunto, de ganar mayor justeza y precisión.
 De tarde en trade, el progreso manifiesta una aceleración súbita. Los descubrimientos se multiplican, las ideas se clarifican, surgiendo entonces una gran teoría o una novísima noción. Así ocurrió en la historia de la biología, al imponerse las tres grandes teorías: celular (1839), transformista (1859), mendeliana (1900), produciéndose cada vez una ruptura más o menos violenta con el pasado. No hay duda alguna de que la biología conocerá todavía alguno de esos saltos iluminadores, pero no tenemos que olvidar que los grandes rasgos de la ciencia de la vida están ya establecidos y que muchos problemas están resueltos.

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 En la historia de la biología, como en la de cualquier otra ciencia, encontraremos motivos más que suficientes para desconfiar de las afirmaciones demasiado dogmáticas. Y no es ésta la menos valiosa de las lecciones que podamos extraer de ella.
 Hemos insistido prolijamente en el gran conflicto que opuso los partidarios de la epigénesis a los partidarios de la preformación. Hemos visto que, durante muchos años, se opuso una inverosimilitud a otra inverosimilitud, un milagro a otro milagro. La pasión intervino en todo ello, provocando el obnubilamiento de los espíritus y haciendo que cada uno de los bandos sólo viese lo absurdo de la tesis adversa para concluir en la justeza de la propia.
 Y finalmente el acuerdo se produjo, gracias a una noción insospechada y casi insospechable: la de un germen muy vigorosamente organizado, pero sin preformación.
 Lo mismo sucedió con el conflicto entre ovistas y animalculistas. Parecía que la verdad hubiera de encontrarse necesariamente en uno o en otro lado, puesto que era imposible que el hombre naciese de dos "homúnculos". Pero, para conciliar ambas tesis y hacer que cesara el error bilateral, bastaba con que desapareciesen los prejuicios en torno a la preformación del germen.
 En todas nuestras querellas, en todas nuestras controversias y no sólo, acaso, en las científicas, sino también en las filosóficas y hasta en las políticas, acordémonos del interminable debate que enfrentó el partido del huevo y el partido del animálculo. Cuando sostengamos con rigidez, con intransigencia, una tesis de la que creamos estar bien seguros, ¡tengamos buen cuidado en no imitar a aquellos ovistas a quienes el huevo ocultaba el animálculo, a aquellos animalculistas a quienes el animálculo ocultaba el huevo! ¡tengamos confianza en las facultades de adaptación de la realidad que tanto sabe a veces conciliar lo inconciliable!"      

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