Vuelve a Madrid Felipe V
"Como nada impedía ya al rey de España ir a ver a sus fieles súbditos de Madrid, dejó el ejército por unos días y entró en Madrid el 2 de diciembre, en medio de una enorme multitud y de increíbles aclamaciones. Mandó parar en Nuestra Señora de Atocha, de que hablaré en otro lugar y que es la gran devoción de la ciudad; desde allí tardó tres horas en llegar a Palacio: tan enorme era la multitud.
La ciudad le hizo un presente de veinte mil pistolas. En los tres días que permaneció en ella hizo una cosa casi inaudita en España y que recibió la más patente y general aprobación: ir a ver a su propia casa al marqués de Mancera, que estuvo a punto de morir de alegría. Esta visita fue acompañada con las mayores muestras de estimación, de reconocimiento y de afecto, tan justamente debidos a la virtud, al valor y a la fidelidad de aquel viejo tan venerable y con todas las distinciones posibles. El rey habló a solas con él de su situación presente, de sus proyectos y de todo lo que podía testimoniarle su absoluta confianza; luego mandó entrar a las personas distinguidas, sin permitir al marqués que se levantara de su silla. Al marcharse le besó y no quiso permitir que saliera de su habitación para acompañarle. No sé si algún rey de España ha visitado a alguien desde Felipe II, que fue a ver al duque de Alba en trance de muerte, el cual, al verle entrar en su cuarto, exclamó que ya era demasiado tarde y se volvió del otro lado sin querer decirle ni una palabra más.
Al cuarto día de su llegada a Madrid, el rey volvió a marcharse para ir a reunirse con el señor de Vendôme y su ejército.
Este monarca, casi radicalmente aniquilado, errante, fugitivo, sin dinero, sin tropas, sin subsistencias, se veía de pronto al frente de doce o quince mil hombres bien armados, bien vestidos, bien pagados, con víveres y municiones en abundancia, y con dinero, por la súbita conspiración universal de la inquebrantable fidelidad y de la adhesión sin ejemplo de todas las clases de sus súbditos, por su industria y sus esfuerzos, tan prodigiosos unos como otros. En cambio, sus enemigos que, después de haber gozado en Madrid de su derrota, irremediable para cualquier otro, perecían en la absoluta penuria de todo, se retiraban a través de comarcas sublevadas contra ellos, que se dejaban abrasar antes que abastecerles de lo más insignificante y que no daban cuartel ni a uno solo que se quedara rezagado a quinientos pasos de sus tropas.
Vendôme, pasmado por un cambio de situación tan poco verosímil, quiso aprovecharlo y formó el propósito de unirse al ejército de Extremadura, agrupado por Bay, demasiado débil para hacer frente al de Stahremberg, pero capaz, no obstante, de cansarle y de enlazar con el rey por medio de hábiles movimientos. Tantos, tan audaces y tan rápidos los hizo para conseguir este enlace, que Stahremberg, desembarazado de la persona del archiduque, no hacía otra cosa que tratar de impedirlos. Conocía bien al duque de Vendôme porque, a su vuelta del Tirol, le había ganado muchas marchas, pasado cinco ríos antes que él y a pesar de él, y enlazado con el duque de Saboya. Muy ocupado en tenderle ardides con habilidad y vigilancia, trató de atraerle al centro de su ejército y ponerle en tal situación que pudiera destrozarle sin escape posible. Con este propósito, situó su ejército en posiciones bien comunicadas, próximas entre sí y con la posibilidad de socorrerse unas a otras con prontitud y facilidad; dio bien sus órdenes y situó en Brihuega a Stanhope con todos sus ingleses y holandeses.
Brihuega es una pequeña ciudad fortificada que tiene, además, un buen castillo y para cuya defensa se había añadido todo lo que el tiempo permitiera. Esta posición era la que mandaba todas las demás de aquel ejército, dominando la entrada a un país llano que era necesario atravesar para la conjunción del rey con Bay".
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