Lanval
"Continuaba el debate cuando apareció, a través de la ciudad, una doncella; no la había en el mundo tan hermosa. Cabalgaba en un blanco palafrén que la llevaba como en volandas; tan bella era la testa y tan grácil el cuello del animal que no había otro más noble bajo el cielo. Iba muy ricamente engalanado; bajo el cielo no existe conde ni rey que pueda comprarlo sin vender o empeñar sus tierras. Ella iba vestida de este modo: una túnica blanca y una camisa cubrían su figura, enlazadas en los costados. Tenía el cuerpo gentil, baja la cadera, el cuello más blanco que nieve sobre rama, los ojos luminosos y el rostro claro, bella la boca, recta la nariz, sombreadas las cejas y amplia la frente, la cabellera larga, rizada y rubia: no despiden los hilos del oro el resplandor de sus cabellos a la luz del sol. Su manto era de púrpura sombría, envuelta estaba entre sus pliegues. Sobre el puño llevaba un gavilán y tras ella corría un lebrel.
No hubo burgués, fuese pequeño o grande, viejo o niño, que no saliese a verla pasar. No era cuestión de burla su belleza. Venía a paso rápido. Los jueces que la veían la consideraban gran maravilla. Ninguno hay que no la admire y se consume de placer.
Los que querían bien al caballero se dirigen a él y le hablan de la doncella que se acerca; si a Dios le place, será su libertadora.
"Señor compañero -le dicen-, aquí llega una dama, no es rubia ni morena. Pero es la más bella de cuantas pueden encontrarse en el mundo."
Lanval les oye, levanta la cabeza, bien la reconoce, suspira. Le sube la sangre a la cara y rompe su silencio.
"A fe mía -dice-, ésta es mi amiga. Ahora no puede hacerme daño nada, si ella tiene piedad de mí, pues me siento curado al verla."
Entra la doncella en palacio. Nunca se vio allí una tan hermosa. Descabalga ante el rey, de manera que todos puedan verla. Deja caer su manto para que todos puedan contemplarla mejor. El rey, que es de buena crianza, se levanta a saludarla y todos los demás la honran y le ofrecen sus servicios. Cuando la han contemplado a su sabor y mucho han alabado su belleza, dice ella brevemente, pues no desea demorarse:
"Rey, he amado a un tu vasallo. Helo aquí, es Lanval. Fue acusado ante tu corte, y yo no quiero en modo alguno que vaya a sufrir por unas palabras que dijo. La reina, sábelo bien, no tiene razón: jamás ha intentado seducirla. Si mi presencia puede justificar su jactancia, a vuestros barones corresponde decirlo y darle, en consecuencia, la libertad."
Lo que ellos juzgaron conforme a derecho, el rey lo otorga como justo. No hay ninguno que no haya juzgado inocente a Lanval. La sentencia le ha liberado. Y la doncella se marcha, sin que el rey pueda retenerla. La gente se agolpaba para ayudarla a montar.
Fuera de la sala habían erigido una gran escalinata de mármol gris, desde donde los hombres armados montaban sobre sus caballos cuando abandonaban la corte. Allí subió Lanval.
Cuando la doncella franqueaba la puerta, cayó con gran impulso sobre su palafrén, detrás de ella. Juntos, afirman los bretones, partieron hacia Avalon, una isla maravillosa. Allí fue encantado el doncel. Nadie ha oído hablar de ellos desde entonces. Yo tampoco sé nada más".
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