V parte: La filosofía marxista, según Groucho
4.-Sobre el talento
"Hace algunos años, Ziegfeld montó su revista en Boston. El estreno fue un acontecimiento histórico pero en aquella época todos los estrenos de Ziegfeld resultaban memorables.
Al decir Ziegfeld quedaba dicho todo. Tenía las chicas más bonitas, la escenografía más rutilante y los artistas de mayor comicidad. No mencionaré el nombre de la estrella femenina; baste que diga que, en una revista donde hasta el último mono era admitido por su belleza, ella sobresalía como una de las figuras más resplandecientes del teatro.
No tenía demasiado talento, per cantaba bastante bien y bailaba con la misma gracia que la mayoría de las coristas, lo que no es mucho decir.
Desgraciadamente, no tuve mucho trato con ella y, si lo hubiera tenido, no me hubiera hecho ningún bien, porque a ella le gustaba beber y a mí, no. Por otra parte, era la entretenida de un rico plantador brasileño. No es que fuera una alcoholizada perdida, pero le gustaba echar tres o cuatro tragos antes y durante la representación.
En el primer acto, el telón se alzaba sobre una escena de corte bucólico. El escenario estaba cubierto de rosas y la muchacha aparecía sentada en un columpio festoneado igualmente de flores. Mientras tan seductora muestra de femineidad se columpiaba sobre la platea entonaba una cancioncilla tan estúpida que estoy seguro de que la había escrito ella misma: "¡Empuja un poco más, empuja un poco más y mira dónde pones las manos, atrás!"
Pero a nadie le importaba lo que cantaba. Ni siquiera la oían. No hacían más que mirarla. Apenas había un marido entre el público que no estuviera hechizado por su belleza y apenas había una mujer que no quisiera fulminar a su marido con la mirada.
En las semanas anteriores, en Filadelfia, su canción no había provocado más que unos convencionales aplausos. Pero la noche del estreno en Boston, el teatro parecía electrizado por la estrella y la ovación fue ensordecedora. El telón bajó y volvió a alzarse una y otra vez y, una y otra vez, la estrella columpió sobre el público de la platea sus bien formadas extremidades inferiores. Los actores, entre bastidores, se hallaban perplejos ante aquella inusitada ovación. Los tramoyistas también estaban desorientados. El propio Ziegfeld quedó atónito. Dudo de que en las paredes de algún otro teatro hubiera resonado alguna vez una demostración tan estrepitosa.
¿Qué podía haber añadido a aquella cancioncilla tonta, para provocar casi un tumulto entre el público?
En realidad, no había añadido nada; más bien, sustraído algo. En aquella memorable noche, había soplado algo más que de costumbre y, ofuscada por la bebida, había olvidado ponerse la "malla".
La moraleja de esta historia es de triple aspecto: si se tiene talento, pronto o tarde sale a relucir; no es remunerador ocultar el talento cuando se tiene y, finalmente, si no se consigue por simple adición el efecto deseado, debe invertirse el sentido y probar por sustracción".
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