1.-El buen soldado Svejk interviene en la Guerra Mundial
"Se hizo un silencio que el propio Svejk interrumpió con un suspiro.
-O sea, que el archiduque reposa en el seno de la justicia divina; que Dios le conceda la paz eterna, pues. No ha vivido lo suficiente para ser emperador. Una vez, cuando yo hacía la mili, un general se cayó del caballo y se mató como si nada. Querían ayudarlo a montar otra vez, pero se dieron cuenta con sorpresa de que estaba muerto y bien muerto. Le faltaba poco para llegar a mariscal de campo. Sucedió durante un desfile militar. Esta clase de desfiles no lleva nunca a nada bueno. En Sarajevo también organizaban uno. Recuerdo que una vez, antes de uno de esos desfiles, me encerraron dos semanas porque me faltaban veinte botones del uniforme. Durante dos días estuve echado como un enfermo, inmovilizado por los grilletes. Pero en el ejército ha de haber disciplina; de lo contrario, nadie haría caso de nada. Nuestro teniente Makovec nos decía siempre: "Es preciso que haya disciplina, majaderos; si no, todavía treparíais a los árboles como si fueseis monos; ¡de unos tochos como vosotros sólo puede hacer hombres el ejército!" ¿Y no es verdad? Imaginad, por ejemplo, que en la plaza Carlos, en cada árbol hubiera un soldado indisciplinado. Esto siempre me ha dado mucho miedo.
-Lo que ha pasado en Sarajevo -insinuó Bretschneider- es cosa de los serbios.
-Se equivoca -dijo Svejk-, lo han hecho los turcos, para vengar a Bosnia-Herzegovina.
Y Svejk expuso su punto de vista sobre la política de Austria-Hungría en los Balcanes. Según él, en 1912 los turcos perdieron la guerra con Serbia, Bulgaria y Grecia porque Austria-Hungría no les envió la ayuda que habían pedido y por ello ahora habían matado a Fernando.
-¿Te gustan los turcos? -Svejk se dirigía al tabernero Palivec-. ¿Te gustan esas bestias paganas? Supongo que no, ¿verdad?
-Un cliente es un cliente -dijo Palivec-, aunque sea turco. Para nosotros, los comerciantes, la política no existe. Si pagas tu cerveza, siéntate y habla todo lo que quieras; he aquí mi principio. Me da igual si el que ha matado a nuestro Fernando es un serbio o un turco, un católico o un musulmán, un anarquista o un nacionalista checo.
-De acuerdo, patrón -observó Bretschneider, que otra vez perdía las esperanzas de poder atrapar a uno de los dos-, pero tiene que admitir que es una gran pérdida para Austria.
Svejk contestó en lugar del tabernero:
-Que es una gran pérdida nadie lo puede negar. Una pérdida enorme. No puede sustituir cualquiera a un botarate. Lo que pasa es que tendría que haber sido todavía más barrigudo.
-¿Qué quiere decir? -se animó Bretschneider.
-¿Que qué quiero decir? -replicó Svejk con la mayor tranquilidad del mundo-. Hombre, sólo eso: si hubiera sido más gordo, seguramente habría tenido un infarto ya hace tiempo, cuando perseguía a las viejas que buscaban setas y recogían leña en el bosque imperial de Konopiste, y así no habría muerto de una manera tan vergonzosa. Qué contrariedad: ¡un tío de Su Majestad el emperador muerto a tiros como un perro! ¡Qué escándalo, los periódicos no hablan de otra cosa! Hace años, en Budejovice, en una discusión apuñalaron a un tal Bretislav Ludvík, que comerciaba con ganado. Cuando su hijo Bohuslav iba a vender sus cerdos, nadie quería comprarle ninguno y todos decían: "Éste es el hijo del que apuñalaron. Seguramente será también una mala pieza." Al final, no tuvo más remedio que tirarse al Moldava desde el puente de Krumlov; lo tuvieron que rescatar, vaciarle el agua de los pulmones hasta que el muchachote respiró por última vez en los brazos del médico, que le acababa de poner una inyección.
-Hace usted unas comparaciones muy extrañas -dijo Bretschneider en un tono suficientemente significativo-. Primero habla del archiduque Fernando y después de un traficante de ganado.
-De ninguna manera -se defendió Svejk-. Dios me libre de hacer comparaciones. El patrón me conoce. ¿Verdad que nunca he comparado a una persona con otra? Sólo que no me gustaría verme en la piel de la viuda del archiduque. ¿Qué hará ahora?
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