Sobre granujas
"-Siempre he tenido debilidad por los granujas -observé-. Como amigos quizá no pueda confiarse mucho en ellos, pero imagínate lo sosa que sería la vida sin ellos.
-No creo que Harry siga siendo un granuja -repuso Tom-. Tiene demasiados remordimientos.
-Cuando se es un granuja, se es un granuja. La gente no cambia.
-Eso es discutible. Yo creo que puede cambiar.
-Tú no has trabajado en el ramo de seguros. La pasión por el engaño es universal, muchacho y cuando alguien le coge el gusto, ya no hay remedio que valga. El dinero fácil: no hay mayor tentación que ésa. Fíjate en todos esos listos que montan simulacros de accidentes de coches en los que resultan falsamente heridos, los comerciantes que incendian sus tiendas y almacenes, la gente que finge su propia muerte. He estado treinta años observando esas cosas, y nunca me he cansado de verlas. El gran espectáculo de la falta de honradez. Lo tienes por todas partes donde mires y, te guste o no, es de lo más divertido que se pueda ver.
Tom emitió un breve sonido, una fuerte espiración a medio camino entre una risita contenida y una abierta carcajada.
-Me encanta oír cómo sueltas tus chorradas, Nathan. No me había dado cuenta hasta ahora, pero lo he echado en falta. Lo he echado mucho de menos.
-Tú crees que estoy de broma -repuse-, pero te digo las cosas tal como son. Las perlas de mi sabiduría. Algunas advertencias después de toda una vida de lucha en las trincheras de la experiencia. Los embaucadores y timadores dominan el mundo. Los granujas detentan el poder. ¿Y sabes por qué?
-Dime, Maestro. Soy todo oídos.
-Porque son más insaciables que nosotros. Porque saben lo que quieren. Porque creen en la vida más que nosotros.
-Habla por ti, Sócrates. Si yo no fuera tan insaciable, no andaría por ahí con este barrigón a cuestas.
-Te gusta la vida, Tom, pero no crees en ella. Ni yo tampoco.
-Empiezo a perder el hilo.
-Acuérdate de Jacob y Esaú. ¿Los ves?
-Ah. Vale. Ahora lo entiendo.
-Es una historia horrible, ¿verdad?
-Sí, verdaderamente horrorosa. Me creó muchos problemas de pequeño. Yo era entonces un personajillo de carácter recto y virtuoso. No decía mentiras, no robaba, no hacía trampas, no decía una mala palabra a nadie. Y ahí tenemos a Esaú, un bobalicón que se mueve con la gracia de un elefante, igual que yo. Lo justo era que Isaac le diera a él su bendición. Pero Jacob se la arrebata mediante un ardid: con ayuda de su madre, ni más ni menos. Y lo peor es que Dios parece aprobar la situación. El falso y traicionero Jacob pasa a ser jefe de los judíos, mientras Esaú se queda con las ganas y se convierte en un paria olvidado, en un don nadie. Mi madre me enseñó a ser bueno. "Dios quiere que seas bueno", repetía, y como yo era aún lo bastante joven para creer en Dios, daba por ciertas sus palabras. Luego leí por casualidad esa historia de la Biblia y no entendí ni jota. El malo gana, y Dios no lo castiga. No me parecía justo. Y sigue sin parecérmelo.
-Pues claro que es justo. Jacob tenía pasión por la vida, mientras que Esaú era un tarado. De buen corazón, de acuerdo, pero un cretino. Si tienes que elegir a uno de los dos para que conduzca a tu pueblo, te decidirás por el luchador, por el que demuestra ingenio y astucia, por el que posee la energía necesaria para superar los obstáculos y salir victorioso. Preferirás al individuo fuerte e inteligente antes que al bueno y débil.
-Eso es una verdadera brutalidad, Nathan. Sólo con llevar tu argumento un poco más lejos, podrás decirme que Stalin fue un gran hombre al que debe venerarse.
-Stalin era un rufián, un asesino psicótico. Yo estoy hablando del instinto de supervivencia, Tom, de la voluntad de vivir. Prefiero mil veces un granuja astuto a un beato inocentón. El granuja quizá no actúe siempre conforme a las normas, pero tiene temple. Y mientras haya un hombre de temple, habrá cierta esperanza para el mundo".
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