"Pasemos luego a tratar de si el ser filósofo es cosa indecorosa y mala. Y, una vez que hayamos demostrado que no lo es, hablaremos un poco de nosotros mismos y de esta profesión nuestra.
I. Oí en cierta ocasión decir que hubo un maestro de jóvenes, natural de Samos, que andaba siempre vestido de blanco y con melenas, famoso porque tenía un muslo de oro y había nacido y vuelto a nacer muchas veces. Se llamaba Ipse, El mismo, y así lo llamaban sus discípulos.
Pero a esos discípulos, apenas los admitía en su escuela, les arrancaba la lengua. Y, si oís las instrucciones que les daba, estoy seguro de que os partiréis de risa. Os diré ahora mismo algunas: No perfores el fuego con la espada, les decía; no desequilibres la balanza; no comas sesos; tampoco has de comer corazón; no te sientes en el celemín; trasplanta la malva, pero no la comas; no hables mirando al sol; deja el camino real y toma el atajo; cuando te levantes de la cama, enrolla el colchón y que no quede huella de tu cuerpo; no lleves anillo; borra de la ceniza la huella del puchero; no dejes que las golondrinas entren en tu casa; no mees contra el sol; no te mires al espejo a la luz del candil; cálzate primero el pie derecho, pero lávate primero el izquierdo; no mees en los recortes de tus uñas o de tus cabellos, escupe sobre ellos.
Dicho individuo se abstuvo de comer habas, como los judíos de comer cerdo. Pero, si topaba con un gallo gallináceo de plumas y alas blancas, le demostraba inmediatamente su amor, como a un verdadero hermano.
Si no fuera porque temo vuestras carcajadas que, me parece están ya a punto de explotar, tendría aún más cosas que contaros. De todas formas, os las voy a contar y podéis reíros todo lo que queráis.
Se dedicaba a domar animales, lo mismo salvajes que domésticos. Y se recuerda a este propósito que hubo en Daunia* una osa de proporciones espantosas y de terrible fiereza, que era un auténtico peligro lo mismo para los rebaños que para las personas. Pues bien, este hombre, si realmente era Ipse un hombre, la llamó suavemente, la acarició con la mano y se la llevó a su casa durante algún tiempo, alimentándola a pan y fruta. Luego la dejó libre haciéndole prometer que en adelante no tocaría a ningún animal. La bestia, efectivamente, se fue mansamente a sus montes y a sus bosques y, en lo sucesivo, no hizo daño a animal alguno.
¿Queréis oír también la historia del buey? Habiendo visto en un prado de Tarento cierto buey que tronchaba a mordiscos las habas todavía verdes, le dijo al pastor que aconsejara a su buey que no las comiera. Y el pastor le respondió con sorna: "Yo no sé el lenguaje de los bueyes, así que díselo tú, si lo sabes."
Ipse, sin vacilar un momento se acercó al buey y, hablándole al oído durante un rato, consiguió que el buey se abstuviera de comer habas, no sólo en aquel momento sino también en lo sucesivo.
Aquel buey tuvo luego una plácida vejez, considerado como algo sagrado en el templo de Juno y nutrido diariamente con alimentos propios de los hombres, que la gente acudía a llevarle.
El mismo Ipse, profesor y difusor de tan portentosa sabiduría, preguntado un día por el tirano Leonte de Fliunte qué tipo de hombre era, respondió que era filósofo. Y preguntado a continuación que qué quería decir aquella palabra, jamás oída antes pues Ipse acababa de inventarla, contestó: que la vida humana es como una feria celebrada con gran abundancia de juegos y con la concurrencia de toda Grecia. A ella acuden infinidad de personas, unas por unos motivos y otras por otros; [...] Y añadía que, de la misma manera, se juntan en esta vida hombres de intereses diversos, dominados unos por el afán de dinero y de placeres, acuciados otros por la ambición de mandar, movidos otros por el estímulo de la honrilla, y otros solicitados por el regusto de los placeres. Pero que los que se alzan sobre todos y gozan de mayor consideración son los que se complacen en la contemplación de las cosas bellas y se dedican a observar este cielo nuestro, el sol, la luna, y el concierto de los astros. [...] Referente a las cosas que son bellas, divinas y puras en su principio, es decir, en su fuente misma, y que son las que determinan ese orden, hay -decía- una ciencia que se llama sophia (sapientia, en latín), y a los que la cultivan los llama Ipse filósofos".
*Puglia, región italiana.
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