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"La hermosura es una fuerza trágica. Pretende el paganismo que la hermosura es la alegría de la vida. Para mí representó la tristeza. El Renacimiento colocaba la intensidad del placer artístico por encima de todas las cosas. Qué aberración más grande, amigo mío. La divinización del cuerpo humano es un pecado contra Dios. Los antiguos nos han dejado graciosas esculturas de animales: corderos inocentes, nobles caballos y vacas apacibles. Al salir de visitar la fauna que se conserva en el museo Vaticano se siente el alma ligera, como después de un baño de pureza. Los artistas que trabajaron tan hermosas esculturas no pretendieron sacar las cosas de quicio ni actuar sobre nuestra sensibilidad de un modo desmesurado. Ellos sí, fueron unos verdaderos clásicos. El desasosiego y el pecado empiezan con la entronización del humanismo. Se ha dicho que el arte lo ennoblece todo, pero cuanto más artística, cuanto más delicada sea la representación de la belleza femenina, con tanta mayor intensidad hablará a los sentidos del hombre, haciéndole olvidar que existe una belleza moral y ultraterrena que es, en definitiva, la única que ha de salvarnos. La mujer hermosa y modesta, convenientemente vestida, aun constituyendo un peligro, puede ser una nota delicada y consoladora en nuestra vida afanosa. La mujer divinizada, la Venus, constituye un sacrilegio. Quienes afirman que el arte es siempre puro son o hipócritas o retóricos sin sensibilidad. El arte puede ser a veces una borrachera. Las tentaciones de San Antonio, las de Pafnuci, se hallan llenas de belleza terrenal y divinizada. Bellas y reprobables son las mujeres del Giorgione, incluso las de Botticelli y las de Miguel Ángel, artistas, los dos últimos, por otra parte, católicos. Satanás sabe revestirse también de belleza y las Escrituras nos enseñan taxativamente que Luzbel era hermoso.
Xima aparecía deslumbradora. Llevaba un abrigo verde veronés y una capota de plumas. Su rostro constituía una porcelana pintada con los más delicados y artificiosos colores. Los ojos eran de una profundidad fascinadora, la boca un hechizo. Luzbel fue bello. A pesar de mi turbación, me di cuenta de que se parecía al señor, que pasaba por feo. Años después, doña María Antonia. cuyas facultades empezaban a declinar, me aseguró que a quien se parecía la deslumbradora criatura era a mí. Misterio de los juicios humanos.
16
-Nuestro hogar... ¿Te acuerdas de nuestro hogar, onclo Tonet? -dijo doña Xima, sentándose a su lado-. Me gusta llamarte onclo.
Se había despojado de su abrigo de viaje y lucía un vestido crema, muy primaveral. Se movía con aplomo y sonreía siempre. Recordé la máscara del primitivo teatro griego, cuando cada personaje era, del principio al fin, cómico o trágico. Había proscrito de su vocabulario la palabra "no". "Xima, la mujer que no se enfada"... Se hallaba acostumbrada a conseguirlo todo por la sonrisa. O no tenía sentimientos y obraba como un autómata o poseía la facultad de comerciar con ellos. A veces he pensado si seres así, tocados de estupidez moral, son plenamente responsables de las catástrofes que desencadenan y si, en vez de condenarse como los criminales conscientes y quemarse en el Infierno, continuarán después de la muerte sonriendo por igual a la Verdad y al Error desde la tinieblas del Limbo. El señor la comparaba a una gata y parece evidente que aquella alma no podía ser del todo racional.
-¿No es verdad -dijo la gata, medio enrollada en un banco- que me acompañarás a París como la otra vez? A principios de año redonarán Faust.
El señor la miraba un poco inclinado hacia delante, con los ojos pequeños y vivos surcados de arrugas, como el Voltaire de Houdon.
-Redonar es un galicismo, Xima.
.-¿Acaso yo no soy un galicismo?
-Un galicismo delicioso".
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