"El caso de un bachiller
Llegado el momento de presentarse a examen, Vania Ottepelev besó repetidamente todas las imágenes. Algo rodaba dentro de su vientre y ante lo desconocido, su corazón, lleno de frío, unas veces latía y otras se paraba de miedo. ¿Qué irían a darle? ¿Un tres o un dos?... Cerca de seis veces se acercó a la mamá para pedirle su bendición y antes de marcharse rogó a la tía que rezara por él. Camino de la escuela dio dos copeks a un pobre, calculando que estos dos copeks compensarían su ignorancia y que si Dios quería no le tocaría en suerte ningún Tssarakontos ni ningún Oktokaidek.
Era tarde cuando regresó de la escuela, sobre las cinco. Entró y se acostó sin ruido. Su rostro demacrado estaba pálido. Alrededor de sus ojos enrojecidos se dibujaban unos círculos.
-Bien, ¿y qué?... ¿Qué es lo que te han dado? -preguntó la mamá, acercándose a la cama.
Vania parpadeó, su boca se torció hacia un lado y rompió a llorar. La mamá se puso pálida, abrió la boca y alzó los brazos con un gesto de desesperación. Los pantaloncitos que estaba remendando se le cayeron de las manos.
-¿Por qué lloras? ¿Quieres decir con eso que te han suspendido? -preguntó.
-Me..., me han suspendido... Me han dado un dos...
-¡Eso ya lo sabía yo! ¡Tenía el presentimiento! -dijo la mamá-. ¡Oh, Dios mío! ¿Y cómo es que te han suspendido? ¿Por qué? ¿En qué asignatura?
-En griego... Yo, mamaíta... Me preguntaron el futuro de fero, y yo..., en vez de decir oisomay, dije opsomay. Luego, también, el acento... No hay que ponerlo si la última sílaba es larga, pero yo..., me azaré..., se me olvidó que había de poner un alpha larga..., y puse acento. Luego el señor Artakseksov me mandó que dijera las partículas enclíticas... Yo se las dije, pero sin querer metí un pronombre..., me equivoqué..., y él entonces me puso un dos... ¡Qué desgraciado soy! ¡Me había pasado toda la noche estudiando! ¡Me había estado levantando a las cuatro toda la semana! Y...
-¡No! ¡No eres tú! ¡Yo soy la desgraciada, chiquillo miserable! ¡La desgraciada soy yo!... ¡Me he quedado como una astilla por culpa tuya! ¡Herodes! ¡Verdugo! ¡Yo llorando por ti!..., ¡por una basura!... ¡Doblando la espalda, sufriendo y puedo decir que martirizándome! ¿Y cuál es el pago que me das?... ¿Qué modo de estudiar es el tuyo?
-Yo... estudio... toda la noche..., usted misma lo ha visto.
-¡Pedí a Dios que me mandara la muerte, pero no me la manda!... ¡Pecadora de mí! ¡Estás siendo mi verdugo! Otros tienen hijos que se portan como es debido, ¡y yo que no tengo más que uno, no saco ningún provecho de él! ¡De buena gana te pegaría!, ¡te pegaría!...; pero, ¿de dónde voy a sacar las fuerzas para pegarte?... ¿De dónde, Virgen Santísima?
La mamá se cubrió el rostro con el faldón de su blusa y sollozó. La tristeza agitaba a Vania, que apoyó su frente en la pared. Entró la tía.
-¡Conque ya está! Me lo daba el corazón -dijo palideciendo y alzando las manos-. He estado triste toda la mañana pensando: "Algo malo va a ocurrir". ¡Y ya ha ocurrido!
-¡Bandido! ¡Verdugo! -dijo la mamá.
-¿Por qué le insultas? -le cortó la palabra la tía, quitándose nerviosamente de la cabecita el pañuelo color café-. ¿Acaso tiene él la culpa?... La culpa la tienes tú. ¡Tú! ¿Para qué le mandas al colegio? ¡Vaya un aristócrata!... ¡Quieres meterle entre los nobles!, ¿verdad?... ¡Y te figuras que así, sin más ni más, le dejarán entrar en la nobleza!... Ya te dije yo que lo mejor sería que trabajara en el comercio... o en alguna oficina... Como mi Kusia. ¡Kusia está ganando quinientos rublos al año..., y quinientos rublos no son ninguna broma! ¡Y mientras tanto, tú martirizándote y martirizando al chiquillo con eso de la instrucción! ¡Dichosa instrucción!... ¡Mírale!..., delgadito, tosiendo... ¡Tiene trece años y se le podrían dar nueve!
-¡No, Nasteñka! ¡No, querida! ¡Lo que pasa es que no he pegado bastante a mi verdugo! ¡tenía que haber pegado a este jesuita, a este Mahoma, a este verdugo mío! -hizo ademán de pegar a su hijo-. ¡Debería darte unos azotes, pero me faltan las fuerzas! Antes..., cuando era pequeño..., solían decirme: "¡Pégale, pégale!" ¡Y yo, pecadora de mí, no hacía caso y por eso estoy ahora sufriendo! ¡Pero aguarda!... ¡Espérate..., que vas a llevarte unos buenos azotes! ¡Aguarda...!
Y la madre, agitando en un gesto de amenaza el puño mojado, se dirigió a la habitación del huésped. Dicho huésped, Evtijii Kuzmich Kuporosov, sentado, junto a la mesa, estaba ocupado en la lectura de un estudio científico sobre el baile".