martes, 31 de marzo de 2015

"El caso de un bachiller" [Cuentos].- Antón Chéjov (1860-1904)

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"El caso de un bachiller
 Llegado el momento de presentarse a examen, Vania Ottepelev besó repetidamente todas las imágenes. Algo rodaba dentro de su vientre y ante lo desconocido, su corazón, lleno de frío, unas veces latía y otras se paraba de miedo. ¿Qué irían a darle? ¿Un tres o un dos?... Cerca de seis veces se acercó a la mamá para pedirle su bendición y antes de marcharse rogó a la tía que rezara por él. Camino de la escuela dio dos copeks a un pobre, calculando que estos dos copeks compensarían su ignorancia y que si Dios quería no le tocaría en suerte ningún Tssarakontos ni ningún Oktokaidek.
 Era tarde cuando regresó de la escuela, sobre las cinco. Entró y se acostó sin ruido. Su rostro demacrado estaba pálido. Alrededor de sus ojos enrojecidos se dibujaban unos círculos.
 -Bien, ¿y qué?... ¿Qué es lo que te han dado? -preguntó la mamá, acercándose a la cama.
 Vania parpadeó, su boca se torció hacia un lado y rompió a llorar. La mamá se puso pálida, abrió la boca y alzó los brazos con un gesto de desesperación. Los pantaloncitos que estaba remendando se le cayeron de las manos.
 -¿Por qué lloras? ¿Quieres decir con eso que te han suspendido? -preguntó.
 -Me..., me han suspendido... Me han dado un dos...
 -¡Eso ya lo sabía yo! ¡Tenía el presentimiento! -dijo la mamá-. ¡Oh, Dios mío! ¿Y cómo es que te han suspendido? ¿Por qué? ¿En qué asignatura?
 -En griego... Yo, mamaíta... Me preguntaron el futuro de fero, y yo..., en vez de decir oisomay, dije opsomay. Luego, también, el acento... No hay que ponerlo si la última sílaba es larga, pero yo..., me azaré..., se me olvidó que había de poner un alpha larga..., y puse acento. Luego el señor Artakseksov me mandó que dijera las partículas enclíticas... Yo se las dije, pero sin querer metí un pronombre..., me equivoqué..., y él entonces me puso un dos... ¡Qué desgraciado soy! ¡Me había pasado toda la noche estudiando! ¡Me había estado levantando a las cuatro toda la semana! Y...
 -¡No! ¡No eres tú! ¡Yo soy la desgraciada, chiquillo miserable! ¡La desgraciada soy yo!... ¡Me he quedado como una astilla por culpa tuya! ¡Herodes! ¡Verdugo! ¡Yo llorando por ti!..., ¡por una basura!... ¡Doblando la espalda, sufriendo y puedo decir que martirizándome! ¿Y cuál es el pago que me das?... ¿Qué modo de estudiar es el tuyo?
 -Yo... estudio... toda la noche..., usted misma lo ha visto.
 -¡Pedí a Dios que me mandara la muerte, pero no me la manda!... ¡Pecadora de mí! ¡Estás siendo mi verdugo! Otros tienen hijos que se portan como es debido, ¡y yo que no tengo más que uno, no saco ningún provecho de él! ¡De buena gana te pegaría!, ¡te pegaría!...; pero, ¿de dónde voy a sacar las fuerzas para pegarte?... ¿De dónde, Virgen Santísima?
 La mamá se cubrió el rostro con el faldón de su blusa y sollozó. La tristeza agitaba a Vania, que apoyó su frente en la pared. Entró la tía.
 -¡Conque ya está! Me lo daba el corazón -dijo palideciendo y alzando las manos-. He estado triste toda la mañana pensando: "Algo malo va a ocurrir". ¡Y ya ha ocurrido!
 -¡Bandido! ¡Verdugo! -dijo la mamá.
 -¿Por qué le insultas? -le cortó la palabra la tía, quitándose nerviosamente de la cabecita el pañuelo color café-. ¿Acaso tiene él la culpa?... La culpa la tienes tú. ¡Tú! ¿Para qué le mandas al colegio? ¡Vaya un aristócrata!... ¡Quieres meterle entre los nobles!, ¿verdad?... ¡Y te figuras que así, sin más ni más, le dejarán entrar en la nobleza!... Ya te dije yo que lo mejor sería que trabajara en el comercio... o en alguna oficina... Como mi Kusia. ¡Kusia está ganando quinientos rublos al año..., y quinientos rublos no son ninguna broma! ¡Y mientras tanto, tú martirizándote y martirizando al chiquillo con eso de la instrucción! ¡Dichosa instrucción!... ¡Mírale!..., delgadito, tosiendo... ¡Tiene trece años y se le podrían dar nueve!
 -¡No, Nasteñka! ¡No, querida! ¡Lo que pasa es que no he pegado bastante a mi verdugo! ¡tenía que haber pegado a este jesuita, a este Mahoma, a este verdugo mío! -hizo ademán de pegar a su hijo-. ¡Debería darte unos azotes, pero me faltan las fuerzas! Antes..., cuando era pequeño..., solían decirme: "¡Pégale, pégale!" ¡Y yo, pecadora de mí, no hacía caso y por eso estoy ahora sufriendo! ¡Pero aguarda!... ¡Espérate..., que vas a llevarte unos buenos azotes! ¡Aguarda...!
 Y la madre, agitando en un gesto de amenaza el puño mojado, se dirigió a la habitación del huésped. Dicho huésped, Evtijii Kuzmich Kuporosov, sentado, junto a la mesa, estaba ocupado en la lectura de un estudio científico sobre el baile". 

lunes, 30 de marzo de 2015

"Los Milagros de Nuestra Señora".- Gonzalo de Berceo (1190-1264)

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"El ladrón devoto

Había un ladrón malo que prefería hurtar / a ir a las iglesias o a puentes
                                                                                                    levantar;
solía con lo hurtado su casa gobernar, / tomó costumbre mala que no podía
                                                                                                               dejar.
Si otros males hacía, esto no lo leemos; / sería mal condenarlo por lo que no
                                                                                                           sabemos,
pero baste con esto que ya dicho tenemos. / Si hizo otro mal, perdónelo Cristo,
                                                                                                en el que creemos.
Entre todo lo malo tenía una bondad / que al final le valió y le dio salvedad:
creía en la Gloriosa de toda voluntad, / y siempre saludaba hacia su majestad.
Decía "Ave María" y más de la escritura / y se inclinaba siempre delante su figura,
decía "Ave María y más de la escritura, / tenía su voluntad con esto más segura.
Como aquel que mal anda en mal ha de caer, / una vez con el hurto lo hubieron de prender;
como ningún consejo lo pudo defender / juzgaron que en la horca lo debían poner:
Lo llevó la justicia para la encrucijada / donde estaba la horca por el concejo alzada;
cerrándole los ojos con toca, bien atada, / alzáronlo de tierra con la soga estirada.
Alzáronlo de tierra cuanto alzarlo quisieron, / cuantos estaban cerca por muerto lo tuvieron:
mas si antes supiesen lo que después supieron / nunca le hubieran hecho todo lo que le hicieron.
La Madre gloriosa, tan ducha en acorrer, / la que suele a sus siervos en sus cuitas valer, 
a este condenado quísolo proteger, / recordóse el servicio que le solía hacer.
Puso bajo sus pies, donde estaba colgado, / sus manos preciosísimas; túvolo levantado:
no se sintió por cosa ninguna embarazado, / ni estuvo más vicioso nunca, ni más pagado.
Al fin al tercer día vinieron los parientes, / vinieron los amigos y vecinos clementes;
venían por descolgarlo rascados y dolientes / pero estaba mejor de lo que creían las gentes.
Lo encontraron con alma bien alegre y sin daño, / estaría tan vicioso si yaciera en un baño.
Bajo los pies, decía, tenía tal escaño / que no habría mal ninguno aunque colgara un año.
Cuando esto le entendieron aquellos que lo ahorcaron / tuvieron que su lazo flojo o se lo dejaron; 
mucho se arrepentían que no lo degollaron: / ¡tanto gozaban de eso cuanto después gozaron!
Y estuvieron de acuerdo toda esa mesnada / en que los engañó una mala lazada,
que debían degollarlo con hoz o con espada: / por un ladrón no fuera la villa deshonrada.
Fueron por degollarlo los mozos más livianos / con buenos serraniles grandes y bien adianos;
metió Santa María entre medio las manos / y quedaron los cueros de su garganta sanos.
Al ver que en modo alguno lo podían nocir / que la Madre gloriosa lo quería encubrir,
tomaron su partido, cesaron de insistir / y hasta que Dios quisiese lo dejaron vivir.
Lo dejaron en paz que siguiese su vía, / porque no querían ir contra Santa María;
su vida mejoró, se apartó de folía, / cuando cumplió su curso murióse de su día.
A Madre tan piadosa, de tal benignidad, / que en buenos como en malos ejerce su piedad
debemos bendecirla de toda voluntad. / Aquel que la bendijo ganó gran heredad.
Las mañas de la Madre y las del que parió / semejan bien calañas a quien las conoció:
Él por buenos y malos, por todos descendió; / Ella, si la rogaron, a todos acorrió".

domingo, 29 de marzo de 2015

"La comedia nueva".- Leandro Fernández de Moratín (1760-1828)


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"Doña Agustina: ¡Qué ignorancia! Vaya, Don Hermógenes, lo que le he dicho a usted. Es menester que usted se dedique a instruirla y descortezarla; porque, la verdad, esa estupidez me avergüenza. Yo, bien sabe Dios que no he podido más; ya se ve, ocupada continuamente en ayudar a mi marido en sus obras, en corregírselas (como usted habrá visto muchas veces), en sugerirle ideas a fin de que salgan con la debida perfección, no he tenido tiempo para emprender su enseñanza. Por otra parte, es increíble lo que aquellas criaturas me molestan. El uno que llora, el otro que quiere mamar, el otro que rompió la taza, el otro que se cayó de la silla, me tienen continuamente afanada. Vaya, ya lo he dicho mil veces, para las mujeres instruidas es un tormento la fecundidad.
 Doña Mariquita: ¡Tormento! ¡Vaya, hermana, que usted es singular en todas sus cosas! Pues yo si me caso, bien sabe Dios que...
 Doña Agustina: Calla, majadera, que vas a decir un disparate.
 Don Hermógenes: Yo la instruiré en las ciencias abstractas; la enseñaré la prosodia; haré que copie a ratos perdidos el Arte magna de Raimundo Lulio y que me recite de memoria todos los martes dos o tres hojas del diccionario de Rubiños. Después aprenderá los logaritmos y algo de la estática; después...
 Doña Mariquita: Después me dará un tabardillo pintado y me llevará Dios. ¡Se habrá visto tal empeño! No, señor; si soy ignorante, buen provecho me haga. Yo sé escribir y ajustar una cuenta, sé guisar, sé planchar, sé coser, sé zurcir, sé bordar, sé cuidar de una casa; yo cuidaré de la mía, y de mi marido y de mis hijos, y yo me los criaré. Pues, señor, ¿no sé bastante? Que por fuerza he de ser doctora y marisabidilla y que he de hacer coplas, ¿para qué? ¿Para perder el juicio? Que permita Dios si no me parece casa de locos la nuestra, desde que mi hermano ha dado en esas manías. Siempre disputando marido y mujer sobre si la escena es larga o corta, siempre contando las letras por los dedos para saber si los versos están cabales o no, si el lance a oscuras ha de estar antes de la batalla o después del veneno, y manoseando continuamente gacetas y mercurios para buscar nombres bien extravagantes, que casi todos acaban en of y en graf, para embutir con ellos sus relaciones... Y entretanto, ni se barre el cuarto, ni la ropa se lava, ni las medias se cosen; y lo que es peor, ni se come ni se cena. ¿Qué le parece a usted que comimos el domingo pasado, Don Serapio?
 Don Serapio: Yo, señora, ¿cómo quiere usted que...?
 Doña Mariquita: Pues lléveme Dios, si todo el banquete no se redujo a libra y media de pepinos, bien amarillos y bien gordos, que compré a la puerta, y un pedazo de rosca que sobró del día anterior. Y éramos seis bocas a comer, que el más desganado se hubiera engullido un cabrito y media hornada sin levantarse del asiento.
 Doña Agustina: Ésta es su canción. Siempre quejándose de que no come y trabaja mucho. Menos como yo, y más trabajo en un rato que me pongo a corregir alguna escena, o arreglar la ilusión de una catástrofe, que tú cosiendo y fregando, u ocupada en otros ministerios viles y mecánicos.
 Don Hermógenes: Sí, Mariquita, sí; en eso tiene razón mi señora Doña Agustina. Hay gran diferencia de un trabajo a otro y los experimentos cotidianos nos enseñan que toda mujer que es literata y sabe hacer versos, ipso facto se halla exonerada de las obligaciones domésticas. Yo lo probé en una disertación que leí a la Academia de los Cinocéfalos. Allí sostuve que los versos se confeccionan con la glándula pineal, y los calzoncillos con los tres dedos llamados pollex, index e infamis; que es decir, que para lo primero se necesita toda la argucia del ingenio cuando para lo segundo basta sólo la costumbre de la mano. Y concluí, a satisfacción de todo mi auditorio, que es más difícil hacer un soneto que pegar un hombrillo y que más elogio merece la mujer que sepa componer décimas y redondillas que la que sólo es buena para hacer un pisto con tomate, un ajo de pollo o un carnero verde".

sábado, 28 de marzo de 2015

"Pensamientos".- Blaise Pascal (1623-1662)

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655.- Los discursos de humildad son materia de orgullo para la gente gloriosa y de humildad para los humildes. Así, los del pirronismo son materia de afirmación para los afirmativos. Pocos hablan de la humildad humildemente, de la castidad castamente, del pirronismo dudando de él. No somos más que mentira, duplicidad, contrariedad, y nos ocultamos y disfrazamos ante nosotros mismos.
 656.- Al escribir mi pensamiento se me escapa algunas veces; pero esto me hace recordar mi debilidad, que olvido a cada momento, lo cual me instruye tanto como mi pensamiento olvidado, porque yo no aspiro más que a conocer mi nada.
 657.-Compadecer a los desgraciados no va contra la concupiscencia; al contrario, es muy fácil rendir ese testimonio de amistad y adquirir fama de ternura sin dar nada.
 [...] 
 659.- ¿Es preciso matar para impedir que haya malvados? Eso es hacer dos en lugar de uno: Vince in bono malum ("Vence el mal con el bien"). San Agustín.
 660.- Spongia solis. ("Las manchas del sol") Cuando vemos a un efecto suceder siempre de la misma manera, concluimos de ello una necesidad natural, como que mañana será de día, etc., pero a menudo la naturaleza nos desmiente y no se sujeta a sus propias reglas.
 [...]
 662.-La gracia estará siempre en el mundo y también en la naturaleza; de suerte que ella es así de algún modo natural. y así siempre habrá pelagianos y siempre católicos, y siempre combate. Porque el primer nacimiento hace a unos y la gracia del segundo nacimiento hace a otros.
 663.-La naturaleza recomienda siempre las mismas cosas, los años, los días, las horas, los espacios, incluso. Y los números están de principio a fin unos a continuación de otros; resulta así una especie de infinito y de eterno. No es que haya algo en todo ello que sea infinito y eterno, pero esos seres acabados se multiplican infinitamente. Así, me parece que no hay sino el número, que los multiplica, que sea infinito.
 664.- El hombre es, propiamente, omne animal. ("Todo animal ama a su semejante").
 665.-El imperio fundado sobre la opinión y la imaginación reina durante algún tiempo, y este imperio es agradable y voluntario. El de la fuerza reina siempre. Así, la opinión es como la reina del mundo, pero la fuerza es su tirano.
 [...]
 668.-Cada uno es un todo para sí mismo, porque muerto él, todo está muerto para sí. Y de ahí procede el que cada uno crea ser todo para todos. No hay que juzgar de la naturaleza según nosotros, sino según ella.
 [...]
 670.- Decidor de buenas palabras, mal carácter.
 671.- ¿Queréis que se piense bien de vosotros? No lo digáis.
 [...]
 675.- Estilo. Cuando se ve el estilo natural, uno se asombra y se entusiasma, pues se espera ver a un autor y se halla a un hombre. En cambio, aquellos que tienen buen gusto y que viendo un libro creen encontrar un hombre, se sorprenden de encontrar un autor. Plus poetice quam humane locutus es. ("Has hablado más poética que humanamente"). Honran bien a la naturaleza quienes le enseñan que puede hablar de todo, incluso de teología.
 [...]
 678.- El hombre no es ni ángel ni bestia, y la desgracia quiere que quien haga el ángel haga la bestia".
    

viernes, 27 de marzo de 2015

"Funes el memorioso".- Jorge Luis Borges (1899-1986)

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"Ireneo empezó por enumerar, en latín y español, los casos de memoria prodigiosa registrados por la Naturalis historia: Ciro, rey de los persas, que sabía llamar por su nombre a todos los soldados de sus ejércitos; Mitrídates Eupator, que administraba la justicia en los 22 idiomas de su imperio; Simónides, inventor de la mnemotecnia; Metrodoro, que profesaba el arte de repetir con fidelidad lo escuchado una sola vez. Con evidente buena fe se maravilló de que tales casos maravillaran. Me dijo que antes de esa tarde lluviosa en que lo volteó el azulejo, él había sido lo que son todos los cristianos: un ciego, un sordo, un abombado, un desmemoriado. (Traté de recordarle su percepción exacta del tiempo, su memoria de nombres propios; no me hizo caso.) Diez y nueve años había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír, se olvidaba de todo, de casi todo. Al caer, perdió el conocimiento; cuando lo recobró, el presente era casi intolerable de tan rico y tan nítido, y también las memorias más antiguas y más triviales. Poco después averiguó que estaba tullido. El hecho apenas le interesó. Razonó (sintió) que la inmovilidad era un precio mínimo. Ahora su percepción y su memoria eran infalibles.
 Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del treinta de abril de mil ochocientos ochenta y dos y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etc. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entresueños. Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero. Me dijo: Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo. Y también: Mis sueños son como la vigilia de ustedes. Y también, hacia el alba: Mi memoria, señor, es como vaciadero de basuras. Una circunferencia en un pizarrón, un triángulo rectángulo, un rombo, son formas que podemos intuir plenamente; lo mismo le pasaba a Ireneo con las aborrascadas crines de un potro, con una punta de ganado en una cuchilla, con el fuego cambiante y con la innumerable ceniza, con las muchas caras de un muerto en un largo velorio. No sé cuántas estrellas veía en el cielo.
 Esas cosas me dijo; ni entonces ni después las he puesto en duda. En aquel tiempo no había cinematógrafos ni fonógrafos; es, sin embargo, inverosímil y hasta increíble que nadie hiciera un experimento con Funes. Lo cierto es que vivimos postergando todo lo postergable; tal vez todos sabemos profundamente que somos inmortales y que, tarde o temprano, todo hombre hará todas las cosas y sabrá todo.
 La voz de Funes, desde la oscuridad, seguía hablando.
 Me dijo que hacia 1866 había discurrido un sistema original de numeración y que en muy pocos días había rebasado el veinticuatro mil. No lo había escrito, porque lo pensado una sola vez ya no podía borrársele. Su primer estímulo, creo, fue el desagrado de que los treinta y tres orientales requirieran dos signos y tres palabras, en lugar de una sola palabra y un solo signo. Aplicó luego ese disparatado principio a los otros números. En lugar de siete mil trece, decía (por ejemplo) Máximo Pérez; en lugar de siete mil catorce, El Ferrocarril; otros números eran Luis Melián Lafinur, Olimar, azufre, los bastos, la ballena, el gas, la caldera, Napoleón, Agustín de Vedia. En lugar de quinientos, decía nueve. Cada palabra tenía un signo particular, una especie de marca; las últimas eran muy complicadas... Yo traté de explicarle que esa rapsodia de voces inconexas era precisamente lo contrario de un sistema de numeración. Le dije que decir 365 era decir tres centenas, seis decenas, cinco unidades; análisis que no existe en los "números" El Negro Timoteo o manta de carne. Funes no me entendió o no quiso entenderme.
 Locke, en el siglo XVII, postuló (y reprobó) un idioma imposible en el que cada cosa individual, cada piedra, cada pájaro y cada rama tuviera un nombre propio; Funes proyectó alguna vez un idioma análogo, pero lo desechó por parecerle demasiado general, demasiado ambiguo. En efecto, Funes, no sólo recordaba cada hoja de cada árbol, de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado. Resolvió reducir cada una de sus jornadas pretéritas a unos setenta mil recuerdos, que definiría luego por cifras. Lo disuadieron dos consideraciones: la conciencia de que la tarea era interminable, la conciencia de que era inútil. Pensó que en la hora de la muerte no habría acabado aún de clasificar todos los recuerdos de la niñez".

jueves, 26 de marzo de 2015

"Conocimiento y libertad".- Noam Chomsky (1928)

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"Se ha argüido alguna vez que la nombración es en última instancia inexplicable y que el deseo de explicar la nombración yendo más allá del simple registro de los hechos del uso del lenguaje o de la aportación de "pruebas de la buena construcción de una serie" no es sino "el resultado del proteico impulso metafísico a trascender el lenguaje". Ésta parece una conclusión innecesaria. Sobre la base de los datos del uso y las pruebas experimentales, se puede intentar formular una explicación teorética sistemática del sistema de conceptos que un individuo ha internalizado y que emplea, y además, elaborar el sistema de principios, de condiciones y de supuestos a priori que le han llevado a construir este sistema a partir de su limitada experiencia. Es difícil ver por qué razón una empresa como ésta, sean cuales sean sus probabilidades de éxito, refleja un "proteico impulso metafísico". Parece un programa perfectamente inteligible. Ninguna teoría de los conceptos internalizados o de la base para la adquisición de un sistema de conceptos estará nunca totalmente determinada por los datos; la tarea no es, pues, una trivialidad. Más aún, no hay ninguna razón previa para suponer que la inducción o "generalización", tomando estas nociones en un sentido claro, tengan mucho que ver con el asunto.
 Russell da por supuesto, lo mismo que Wittgenstein y muchos otros autores, que hay "dos maneras de llegar a saber lo que una palabra significa": la definición verbal, por medio de otras palabras, o la definición ostensiva directa. Como caracterización de la situación de hecho, esto resulta dudoso. La definición verbal genuina es probablemente cosa más bien rara. Es bien conocida la dificultad de dar una definición verbal de los conceptos ordinarios. Piénsese en los intentos, de éxito sin duda aún sólo parcial, de definir conceptos tales como "juego" o "promesa", por ejemplo. Lo que por lo general llamamos "definiciones verbales" son meros indicios, que pueden ser interpretados adecuadamente por quien posee ya una teoría del lenguaje y del mundo rica y altamente articulada. Pero sin duda cabe decir lo mismo de la "definición ostensiva". Una vez más, ni los cánones de Mill ni cualquier otro esquema conocido dará razón de la uniformidad y especificidad con que un niño o un adulto comprende lo que una palabra nueva significa o denota, bajo las condiciones de la definición ostensiva. Esto resultará más bien obvio a cualquiera que intente programar una computadora, pongamos por caso, para que haga lo mismo. En condiciones normales, aprendemos las palabras mediante una exposición limitada a su uso. En cierto modo, nuestros contactos con el mundo, breves y personales y limitados, nos bastan para determinar lo que las palabras significan. Cuando tratamos de analizar cualquier ejemplo específico -por ejemplo, palabras tan fácilmente aprendidas como "error" [mistake], "intentar" [try], "esperar" [expect], "comparar" o "morir" o incluso nombres comunes-, vemos que supuestos más bien ricos acerca del mundo real y acerca de las interconexiones de los conceptos contribuyen a situar el término adecuadamente en el sistema del lenguaje. Ésta es a estas alturas una observación corriente, y no necesito insistir en ella. Pero parece que ayuda a disipar la recalcitrante atracción de un enfoque del problema de la adquisición de conocimiento que toma los supuestos empiricistas como punto de partida para los que se supone ser los casos más simples.
 De hecho, ¿qué contenido hay en la tesis de que una parte de la teoría empiricista parece verdadera sin reserva alguna, a saber, que las palabras que yo entiendo derivan su significación de mi experiencia? Que la experiencia es necesaria para poner en acción las estructuras innatas, para activar un sistema de ideas innatas, es algo que suponen muy explícitamente Descartes, Leibniz y otros autores, como parte integrante de teorías que no pueden ser consideradas "empiricistas" si queremos que el término retenga alguna significación. Además de esto, diferencias como las que existen entre individuos y entre las diversas lenguas por lo que respecta a los sistemas de conceptos empleados, tienen que ser atribuidas a la experiencia, si damos por supuesto, como parece razonable, que no hay adaptación genética específica a una u otra lengua, y si abstraemos [o prescindimos] de las variaciones individuales en cuanto a capacidad mental. ¿Qué amplitud tienen estas diferencias? Es obvio que se trata se una cuestión empírica, pero lo poco que sabemos sobre la especificidad y complejidad de las creencias en comparación con la pobreza la experiencia invita a sospechar que es en el mejor de los casos falaz afirmar que las palabras que yo comprendo derivan su significación de mi experiencia". 

miércoles, 25 de marzo de 2015

"El sistema periódico".- Primo Levi (1919-1987)

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"Casi al mismo tiempo me llegó a casa la carta que esperaba; pero no era como la esperaba. No era una carta típica, atenida a un paradigma. Llegados a este punto, si la historia que estoy contando fuera inventada, a mí no me cabría introducir más que uno de estos dos tipos de carta: o una carta humilde, cálida y cristiana de alemán converso, o bien otra altiva y glacial, de bellaco, de nazi impenitente. Pero esta historia no es inventada, y la realidad resulta siempre más compleja que la invención, menos peinada, más tosca, menos rotunda. Es muy raro que permanezca en un solo plano.
 Era una carta de ocho folios e incluía una foto que me estremeció. El rostro era "aquel" rostro; aunque envejecido [...] Era evidentemente obra de un escritor poco avezado; una retórica de medias verdades, llena de digresiones y de elogios exagerados, enternecedora, pedante y empachosa que se oponía a cualquier juicio breve y global.
 Atribuía los acontecimientos de Auschwitz al Hombre, sin hacer más distinciones. Los deploraba, y se consolaba pensando en otros hombres que yo citaba en mi libro, como Alberto o Lorenzo "contra los cuales se embotan las armas de la noche". La frase era mía, pero repetida por él me sonaba hipócrita y desentonada. Contaba su historia. "Arrastrado en un principio por el general entusiasmo que despertó el régimen de Hitler", se había inscrito en un partido nacionalista estudiantil que, poco después, se incorporó oficialmente a las S.A.; había logrado salirse y comentaba que "incluso esto se ve que era posible". Durante la guerra, había sido movilizado en una compañía antiaérea y, solamente entonces ante las ruinas de la ciudad, había sentido "vergüenza y desprecio" por la guerra. En mayo de 1944 había podido (¡como yo!) hacer valer su condición de químico, había sido destinado a la fábrica de Schkopan de la IG-Farben, de la cual la de Auschwitz era una copia ampliada. En Schkopan se había encargado de adiestrar en las tareas de laboratorio a un grupo de chicas ucranianas, que efectivamente yo había conocido en Auschwitz, y cuya extraña familiaridad con el doctor Müller no me explicaba. Hasta noviembre de 1944 no le habían mandado a Auschwitz con esas chicas. El nombre de Auschwitz no tenía por aquel tiempo ningún significado, ni para él ni para ninguna otra persona de las que conocía. Pero a su llegada, había tenido una breve conversación con el director cuando se lo presentaron (probablemente el ingeniero Faust), y éste le había advertido que "a los judíos de Buna no había que asignarles más que las tareas más modestas, y la compasión para con ellas no estaba permitida".
 Había sido destinado a trabajar directamente a las órdenes del doctor Pannwitz, el que me sometió a mí a un curioso "examen de Estado" para cerciorarse de mis capacidades profesionales. Müller manifestaba tener una pésima impresión de su superior, y me puntualizaba que había muerto en 1946 de un tumor cerebral. Era él, Müller, el responsable de la organización del laboratorio de Buna; aseguraba que no había sabido nada de aquel examen y que había sido él mismo quien nos escogió a los tres especialistas, y especialmente a mí. Según esta versión, improbable pero no imposible, yo le debía a Müller mi supervivencia. Afirmaba haber mantenido conmigo una relación casi de amistad entre iguales, haber charlado conmigo de problemas científicos, y haber pensado mucho, en aquella coyuntura, sobre cuáles eran "los preciados valores humanos que otros hombres destruían por pura brutalidad". Yo no sólo no recordaba ninguna conversación de ese estilo (y mi memoria sobre ese período, como ya he dicho, es excelente) sino que el mero hecho de imaginar algo así, con aquel telón de fondo de desintegración, desconfianza mutua y cansancio mortal, estaba totalmente fuera de la realidad y no podía explicarse más que al calor de un ingenio y posterior wishful thinking. Seguramente era una cosa que él había contado a mucha gente, y no se daba cuenta de que la única persona en el mundo que no podía prestarle crédito era precisamente yo. Seguramente de buena fe, se había construido un pasado en el cual sentirse cómodo". 

martes, 24 de marzo de 2015

"Loco [Cuentos]".-Guy de Maupassant (1850-1893)


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"26 de junio.-¿Por qué, pues, matar es un crimen? Sí, ¿por qué? Es, por el contrario, la ley de la naturaleza. Todo ser tiene por misión matar: mata para vivir y mata para matar.  -Matar es condición de nuestra índole; ¡es preciso matar! El animal mata sin cesar, todo el día, a cada instante de su existencia-. El hombre mata sin cesar para alimentarse pero como necesita también matar por voluptuosidad, ¡ha inventado la caza! El niño mata a los insectos que encuentra, a los pajaritos, todas las bestezuelas que caen sus manos. Pero eso no colma la irresistible necesidad de matanza que hay en nosotros. No basta con matar animales; necesitamos también matar hombres. Antaño, se satisfacía esa necesidad con sacrificios humanos. Hoy, la precisión de vivir en sociedad ha convertido el asesinato en un crimen. ¡Al asesino se le condena y se le castiga! Pero como no podemos vivir sin entregarnos a ese instinto natural e imperioso de muerte, nos descargamos, de vez en cuando, con guerras en las que un pueblo entero degüella a otro pueblo. Entonces se produce un derroche de sangre, un derroche en el que pierden la cabeza los ejércitos y con el cual se emborrachan también los burgueses, las mujeres y los niños que leen, por la noche, a la luz de la lámpara, el exaltado relato de las matanzas.
 Podría suponerse que se desprecia a aquellos destinados a realizar esas carnicerías humanas. ¡No! ¡Se les colma de honores! Se les viste de oro y paños llamativos; llevan plumas en la cabeza, adornos en el pecho; y se les otorgan cruces, recompensas, títulos de todas clases. Son orgullosos, respetados, adorados por las mujeres, aclamados por la multitud, ¡únicamente porque su misión es derramar sangre humana! Arrastran por las calles sus utensilios de muerte que el transeúnte vestido de negro contempla con envidia. ¡Pues matar es la gran ley de la naturaleza impresa en el corazón del ser! ¡Nada hay más hermoso ni honorable que matar!
 30 de junio.- Matar es la ley, porque la naturaleza ama la eterna juventud. Parece gritar con todos sus actos inconscientes: "¡Rápido! ¡Rápido! ¡Rápido!" Cuanto más destruye, más se renueva.
 2 de julio.- El ser -¡qué es el ser? Todo y nada. Gracias al pensamiento, es el reflejo de todo. Gracias a la memoria y a la ciencia, es un resumen del mundo, cuya historia porta en sí. Espejo de las cosas y espejo de los hechos, ¡cada ser humano se convierte en un pequeño universo en el universo!
 Pero, viajad: contemplad cómo bullen las razas, ¡y el hombre ya no es nada! ¿Ya nada, nada! Subid a una barca, alejaos de la orilla cubierta de muchedumbre y pronto no divisaréis más que la costa. El ser imperceptible desaparece, tan pequeño es, tan insignificante. Cruzad Europa en un tren rápido y mirad por la ventanilla. Hombres, hombres, siempre hombres, innumerables, desconocidos, que hormiguean en los campos, que hormiguean por las calles; campesinos estúpidos que a lo sumo saben destripar la tierra; mujeres repugnantes que a lo sumo saben hacer la comida del macho y parir. Id a la India, id a China y veréis agitarse también miles de millones de seres que nacen, viven y mueren sin dejar más rastros que la hormiga aplastada en un camino. Id a las tierras de los negros, alojados en cabañas de barro; a las tierras de los árabes blancos, cobijados bajo una tela parda que flota al viento y comprenderéis que el ser aislado, determinado, no es nada, nada. ¿La raza lo es todo? ¿Qué es el ser, un ser cualquiera de una tribu errante del desierto? Y a esa gente, que es sabia, no le inquieta la muerte. El hombre no significa nada entre ellos. Matan a sus enemigos: es la guerra. Lo mismo se hacía antes de mansión en mansión, de provincia en provincia.
 Sí, cruzad el mundo y mirad cómo hormiguean los humanos, innumerables y desconocidos. ¿Desconocidos? ¡Ah! ¡Esa es la clave del problema! ¡Matar es un crimen porque hemos numerado a los seres! Cuando nacen, se les registra, se les da un nombre, se les bautiza. La ley se apodera de ellos. ¡Eso es! El ser que no está inscrito no cuenta: matadlo en el páramo o en el desierto, matadlo en la montaña o en el llano, ¿qué importa? La naturaleza ama la muerte; ¡ella no castiga, no!
 Lo que es sagrado, ¡no faltaba más!, es el registro civil. ¡Eso es! Es él el que defiende al hombre. El ser es sagrado porque está inscrito en el registro civil. Respetad al registro civil, al Dios legal. ¡De rodillas!
 El Estado puede matar, por su parte, porque tiene derecho a modificar el registro civil. Cuando ha sacrificado a doscientos mil hombres en una guerra, los borra del registro civil, los suprime a manos de sus escribientes. Se acabó. Pero nosotros, que no podemos cambiar los libros de los ayuntamientos, debemos respetar la vida. ¡Registro civil, gloriosa Divinidad que reinas en los templos de las municipalidades, te saludo! Eres más fuerte que la naturaleza. ¡Ja,ja!".