lunes, 9 de marzo de 2015

"Bajo el volcán".- Malcolm Lowry (1909-1957)


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"VI
 ...Nel mezzo del puerco cammin di nostra vita ritrovai in... Hugh se desplomó en el sofá del porche.
 En el jardín aullaban fuertes ráfagas de cálido viento. Refrescado por la natación y por un almuerzo de sándwiches de pavo, con el puro que antes le diera Geoff parcialmente escudado en el parapeto, permanecía observando las nubes que atravesaban con velocidad vertiginosa los cielos mexicanos. ¡Qué rápidas pasaban, con qué exagerada rapidez! A mitad de nuestra vida, a mitad del puerco camino de nuestra vida...
 Veintinueve nubes. A los veintinueve un hombre estaba en su trigésimo año. Y él tenía veintinueve. Y ahora sabía al fin -aunque la sensación quizá lo había venido invadiendo en el curso de toda la mañana- lo que era sentir el intolerable impacto de este conocimiento que pudo haber adquirido a los veintidós, pero que no adquirió, que cuando menos debió haber alcanzado a los veinticinco, pero que no obstante, por alguna razón, tampoco alcanzó entonces: este conocimiento hasta ahora asociado con seres tambaleantes al borde de la tumba  con A. E. Housman, de que no se puede ser eternamente joven: que, de hecho, en un abrir y cerrar de ojos, ya no se es joven. Porque en menos de cuatro años que transcurrían con tal rapidez que el cigarrillo fumado hoy parecía haberse fumado ayer, tendría treinta y tres; en siete más, cuarenta: y en cuarenta y siete, ochenta. Sesenta y siete años parecía un plazo cómodamente largo, pero entonces tendría cien. Ya no soy un prodigio. Ya no tengo excusa alguna para seguirme portando de esta manera irresponsable. Después de todo, no soy un tipo tan arrojado. No soy joven. Por otra parte: soy un prodigio. Soy joven. Soy un tipo arrojado. ¿No es así? Eres un mentiroso, decían los árboles agitándose en el jardín. Eres un traidor, mascullaban las hojas de los plátanos. Y también un cobarde, añadieron caprichosas notas musicales, que eran quizá indicio de que en el zócalo comenzaba la feria. Y están perdiendo la batalla del Ebro. Por tu culpa, dijo el viento. Traidor hasta con tus amigos periodistas a quienes te gustaba denigrar y que son en realidad, admítelo, hombres valerosos...
[...] De pronto Hugh se enderezó, esparciendo por doquiera la ceniza de su puro. Y, no obstante, ¿no significa nada el que ya comience a expiar, a expiar por mi pasado tan inmensamente negativo, egoísta, absurdo y deshonesto? ¿No significa nada el que esté dispuesto a sentarme encima de un cargamento de dinamita con destino a los acosados ejércitos republicanos? ¿No significa nada que, después de todo, esté dispuesto a sacrificar mi vida por la humanidad, aunque no sea en pequeños detalles? ¿Nada para vosotros que pasáis?... Aunque no quedaba muy en claro qué diablos esperaba, si ninguno de sus amigos sabía que iba a hacerlo. En cuanto al Cónsul, lo creía tal vez capaz hasta de algo más temerario. Y había que admitir (y esta idea del Cónsul, tan desagradablemente cercana a la verdad, no le repugnaba) que toda la estúpida belleza de semejante decisión que alguien tomase en tal época, estribaba en el hecho de que era demasiado fútil, que era demasiado tarde, que los republicanos ya habían perdido y que si alguien lograba salir con vida, nadie podría decir de él que lo había arrastrado una ola de entusiasmo popular en favor de España, cuando hasta los mismos rusos se habían dado por vencidos y las brigadas internacionales se habían retirado. Muerte y verdad podían hacerse rimar si fuese menester. También existía el viejo truco de decirle a cualquiera que se sacudiese de sus pies el polvo de la Ciudad de Destrucción, que huía de sí mismo y de sus responsabilidades. Pero le asaltó el útil pensamiento: no tengo responsabilidad alguna. ¿Y cómo puedo escapar de mí mismo cuando carezco de sede en este mundo? Sin hogar. Madero a la deriva en el Océano Índico. ¿Disfrazarme de intocable -lo cual no sería tan difícil e ir a prisión a las islas Andaman durante setenta y siete años, hasta que Inglaterra dé libertad a la India? Pero te diré esto: al proceder de esta suerte cohibirías a Mahatma Gandhi que, en secreto, es la única figura pública por la que sientes respeto. No; también lo siento por Stalin, Cárdenas y Jawaharlal Nehru y sólo cohibiría a los tres con mi respeto..."  

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