jueves, 26 de marzo de 2015

"Conocimiento y libertad".- Noam Chomsky (1928)

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"Se ha argüido alguna vez que la nombración es en última instancia inexplicable y que el deseo de explicar la nombración yendo más allá del simple registro de los hechos del uso del lenguaje o de la aportación de "pruebas de la buena construcción de una serie" no es sino "el resultado del proteico impulso metafísico a trascender el lenguaje". Ésta parece una conclusión innecesaria. Sobre la base de los datos del uso y las pruebas experimentales, se puede intentar formular una explicación teorética sistemática del sistema de conceptos que un individuo ha internalizado y que emplea, y además, elaborar el sistema de principios, de condiciones y de supuestos a priori que le han llevado a construir este sistema a partir de su limitada experiencia. Es difícil ver por qué razón una empresa como ésta, sean cuales sean sus probabilidades de éxito, refleja un "proteico impulso metafísico". Parece un programa perfectamente inteligible. Ninguna teoría de los conceptos internalizados o de la base para la adquisición de un sistema de conceptos estará nunca totalmente determinada por los datos; la tarea no es, pues, una trivialidad. Más aún, no hay ninguna razón previa para suponer que la inducción o "generalización", tomando estas nociones en un sentido claro, tengan mucho que ver con el asunto.
 Russell da por supuesto, lo mismo que Wittgenstein y muchos otros autores, que hay "dos maneras de llegar a saber lo que una palabra significa": la definición verbal, por medio de otras palabras, o la definición ostensiva directa. Como caracterización de la situación de hecho, esto resulta dudoso. La definición verbal genuina es probablemente cosa más bien rara. Es bien conocida la dificultad de dar una definición verbal de los conceptos ordinarios. Piénsese en los intentos, de éxito sin duda aún sólo parcial, de definir conceptos tales como "juego" o "promesa", por ejemplo. Lo que por lo general llamamos "definiciones verbales" son meros indicios, que pueden ser interpretados adecuadamente por quien posee ya una teoría del lenguaje y del mundo rica y altamente articulada. Pero sin duda cabe decir lo mismo de la "definición ostensiva". Una vez más, ni los cánones de Mill ni cualquier otro esquema conocido dará razón de la uniformidad y especificidad con que un niño o un adulto comprende lo que una palabra nueva significa o denota, bajo las condiciones de la definición ostensiva. Esto resultará más bien obvio a cualquiera que intente programar una computadora, pongamos por caso, para que haga lo mismo. En condiciones normales, aprendemos las palabras mediante una exposición limitada a su uso. En cierto modo, nuestros contactos con el mundo, breves y personales y limitados, nos bastan para determinar lo que las palabras significan. Cuando tratamos de analizar cualquier ejemplo específico -por ejemplo, palabras tan fácilmente aprendidas como "error" [mistake], "intentar" [try], "esperar" [expect], "comparar" o "morir" o incluso nombres comunes-, vemos que supuestos más bien ricos acerca del mundo real y acerca de las interconexiones de los conceptos contribuyen a situar el término adecuadamente en el sistema del lenguaje. Ésta es a estas alturas una observación corriente, y no necesito insistir en ella. Pero parece que ayuda a disipar la recalcitrante atracción de un enfoque del problema de la adquisición de conocimiento que toma los supuestos empiricistas como punto de partida para los que se supone ser los casos más simples.
 De hecho, ¿qué contenido hay en la tesis de que una parte de la teoría empiricista parece verdadera sin reserva alguna, a saber, que las palabras que yo entiendo derivan su significación de mi experiencia? Que la experiencia es necesaria para poner en acción las estructuras innatas, para activar un sistema de ideas innatas, es algo que suponen muy explícitamente Descartes, Leibniz y otros autores, como parte integrante de teorías que no pueden ser consideradas "empiricistas" si queremos que el término retenga alguna significación. Además de esto, diferencias como las que existen entre individuos y entre las diversas lenguas por lo que respecta a los sistemas de conceptos empleados, tienen que ser atribuidas a la experiencia, si damos por supuesto, como parece razonable, que no hay adaptación genética específica a una u otra lengua, y si abstraemos [o prescindimos] de las variaciones individuales en cuanto a capacidad mental. ¿Qué amplitud tienen estas diferencias? Es obvio que se trata se una cuestión empírica, pero lo poco que sabemos sobre la especificidad y complejidad de las creencias en comparación con la pobreza la experiencia invita a sospechar que es en el mejor de los casos falaz afirmar que las palabras que yo comprendo derivan su significación de mi experiencia". 

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