"Cuando se leen el Christian Directory o la Eterna Paz del Santo, de Baxter, o cualquier otro trabajo análogo, lo primero que sorprende en los juicios emitidos sobre la propiedad y su adquisición es la especial acentuación de los elementos ebioníticos del Nuevo Testamento. La riqueza constituye en sí misma un grave peligro, sus tentaciones son incesantes, y el aspirar a ella no sólo es absurdo por comparación con la infinita superioridad del reino de Dios, sino que es también éticamente reprobable. El ascetismo se endereza ahora a matar toda aspiración al enriquecimiento con bienes materiales con más dureza que en Calvino, quien no creía que la riqueza constituyese un obstáculo para la acción de los clérigos, sino todo lo contrario, un laudable aumento de su prestigio ya que con el lucro podían crearse un patrimonio, con la sola condición de evitar el escándalo. Podrían amontonarse las citas extraídas de los escritos puritanos condenando el afán de bienes y dinero, que contrastan duramente con los tratados morales de la última época de la Edad Media, infinitamente más despreocupada en este punto. Y las objeciones contra la riqueza están seriamente pensadas y sólo precisa hacer algunas precisiones para darse cuenta de su auténtico sentido y entronque éticos. Lo que realmente es reprobable para la moral es el descanso en la riqueza, el gozar de los bienes, con la inevitable consecuencia de sensualidad y ociosidad y la consiguiente desviación de las aspiraciones hacia una vida "santa". Sólo por ese peligro del "descanso en la riqueza" es ésta condenable; pues el "reposo eterno del santo" está en la otra vida; pero aquí en la tierra, el hombre que quiera asegurarse de su estado de gracia, tiene que "realizar las obras del que le ha enviado, mientras es día". Según la voluntad inequívocamente revelada de Dios, lo que sirve para aumentar su gloria no es el ocio ni el goce, sino el obrar; por tanto, el primero y principal de todos los pecados es la dilapidación del tiempo: la duración de la vida es demasiado breve y preciosa para "afianzar" nuestro destino. Perder el tiempo en la vida social, en "cotilleo", en lujos, incluso en dedicar al sueño más tiempo del indispensable para la salud -de seis a ocho horas como máximo- es absolutamente condenable desde el punto de vista moral. Todavía no se lee como en Franklin: "el tiempo es dinero", pero el principio tiene ya vigencia en el orden espiritual; el tiempo es infinitamente valioso puesto que toda hora perdida es una hora que se roba al trabajo en servicio de la gloria de Dios. Por eso es también disvaliosa e incluso moralmente reprobable, en ciertos casos,la contemplación inactiva, por lo menos cuando se realiza a costa del trabajo profesional pues, para Dios, es aquélla mucho menos grata que el cumplimiento de su voluntad en la profesión. Y en último término, ya existe el domingo para dedicarlo a la contemplación; a este propósito observa Baxter que los que permanecen ociosos en su profesión son precisamente los mismos que nunca tienen tiempo para Dios cuando llega la hora de dedicárselo.
A esto se debe la insistente predicación de Baxter en su obra principal a favor del trabajo duro y continuado, corporal o espiritual. Dos motivos cooperan a ello. En primer lugar, el trabajo es el más antiguo y acreditado medio ascético, reconocido como tal por la Iglesia occidental en todos los tiempos, no sólo contra el Oriente sino contra casi todas las reglas monásticas del mundo; además, es el preventivo más eficaz contra todas aquellas tentaciones que el puritanismo agrupó bajo el concepto de unclean life, cuyo papel no es nada secundario. La diferencia entre la ascesis sexual puritana y el ascetismo monacal es meramente de grado, no de principio, y por el modo de entender la vida matrimonial resulta incluso más rígido que aquélla. En efecto, el comercio sexual sólo es lícito incluso en el matrimonio como medio querido por Dios para aumentar su gloria, de acuerdo con el precepto: "creced y multiplicaos". Contra la tentación sexual, como contra la duda o la angustia religiosa, se prescriben distintos remedios: dieta sobria, régimen vegetariano, baños fríos; pero, sobre todo, esta máxima: "trabaja duramente en tu profesión".
Pero, además de esto, el trabajo es fundamentalmente un fin absoluto de la vida, prescrito por Dios. El principio paulino: "quien no trabaja que no coma" se aplica incondicionalmente a todos; sentir disgusto en el trabajo es prueba de que falta el estado de gracia".
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