sábado, 7 de marzo de 2015

"El siglo de las luces".- Alejo Carpentier (1904-1980)


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"Como un largo y tremebundo trueno de verano, anunciador de los ciclones que ennegrecen el cielo y derriban ciudades, sonó la bárbara noticia en todo el ámbito del Caribe, levantando clamores y encendiendo teas: promulgada era la Ley del 30 Floreal del Año X, por la cual se restablecía la esclavitud en las colonias francesas de América, quedando sin efecto el Decreto de 16 Pluvioso del Año II. Hubo un inmenso regocijo de propietarios, hacendados, terratenientes, prestamente enterados de lo que les interesaba -tan prestamente que los mensajes habían volado por sobre los barcos-, al saberse, además, que se regresaría al sistema colonial anterior a 1789, con lo cual se acababa de una vez con las lucubraciones humanitarias de la cochina Revolución. En la Guadalupe, en la Dominica, en la María Galante, la noticia fue dada con salvas e iluminaciones, en tanto que millares de "ci-devant ciudadanos libres" eran conducidos nuevamente a sus antiguos barracones, bajo una tempestad  de palos y trallazos. Los Grandes Blancos de antaño se echaron a los campos, seguidos de jaurías, en busca de sus antiguos siervos, devueltos a los caporales con cadenas al cuello. Tal fue el miedo de una posible confusión ante esa caza desaforada, que muchos manumisos de la época monárquica, poseedores de comercios y pequeñas tierras, reunieron sus pertenencias con el ánimo de irse a París. Pero a tiempo les atajó el intento un nuevo Decreto, del 5 Messidor, que prohibía la entrada en Francia de todo individuo de color. Bonaparte estimaba que ya sobraban negros en la Metrópoli, temiendo que su gran número comunicara a la sangre europea "el matiz que se había extendido en España, desde la invasión de los moros"... Víctor Hugues recibió la noticia una mañana, en el despacho de la casa de Gobierno, en compañía de Sieger: "Gran cimarronada vamos a tener", dijo el agente de negocios. "No les dejaremos tiempo", replicó Víctor. Y al punto mandó recados urgentes a los dueños de haciendas cercanas y jefes de milicias, para una reunión secreta que tendría lugar al día siguiente. Se trataba de actuar primero, publicándose la Ley de Floreal después de que la esclavitud, de hecho, quedara restablecida...Trazado el plan de acción, en medio de una alegría que estuvo a punto de desbordarse en excesos inmediatos, se esperó la hora del crepúsculo. Las puertas de la ciudad fueron cerradas; las fincas próximas, ocupadas por la tropa, y al estampido de un cañonazo disparado a las ocho de la noche, todos los negros que habían sido liberados por obra del Decreto del 16 Pluvioso se vieron rodeados por amos y soldados, que los condujeron, presos, a una pequeña llanura situada a orillas del Mahury. A medianoche se hacinaban allí varios centenares de negros temblorosos, atónitos, incapaces de explicarse el objeto de aquella concentración forzosa. Quien trataba de desprenderse de la masa humana sudorosa y amedrentada, era empujado a patadas y culatazos. Al fin, apareció Víctor Hugues. Parándose en un barril, a la luz de hachones, para ser visto por todos, desenrolló lentamente el papel en que aparecía transcrito el texto de la Ley, dándole lectura en tono solemne y pausado. Pronto traducidas en jerga por quienes mejor las habían escuchado, las palabras corrieron, de boca en boca, hasta los confines del campo. Se hizo saber luego, a los presentes, que quienes se negaran a someterse a su antigua servidumbre serían castigados con la más extremada severidad. Al día siguiente, sus propietarios vendrían a posesionarse nuevamente de ellos, conduciéndolos a sus respectivas fincas, haciendas y habitaciones. Los que no fuesen reclamados, serían puestos en venta pública. Un vasto llanto, convulsivo, exasperado -lloro colectivo, semejante a un vasto ulular de bestias acosadas-, partió de la negrada, en tanto que las Autoridades se retiraban, escoltadas por una ensordecedora batería de redoblantes..." 

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