martes, 17 de marzo de 2015

"El Crack-Up".- F. Scott Fitzgerald (1896-1940)


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"Con el final del invierno, sumergido en otro agradable período de esterilidad, y, mientras me tomaba un breve descanso, una nueva imagen de Norteamérica empezó a formarse ante mis ojos. Las dudas de 1919 se habían terminado -al parecer había pocas dudas acerca de lo que iba a suceder-, Norteamérica iba a entrar en la mayor y más brillante borrachera de la historia e iba a haber un montón de cosas que contar sobre ella. Todo el auge dorado estaba en el aire: sus magníficas generosidades, sus descaradas corrupciones y la tortuosa lucha a muerte de la vieja Norteamérica durante la prohibición. Todos los relatos que me venían a la cabeza tenían un toque de desastre: las encantadoras criaturas jóvenes de mis novelas iban a la ruina, las montañas de diamantes de mis relatos breves saltaban en pedazos, mis millonarios eran tan hermosos y malditos como los campesinos de Thomas Hardy. En la realidad estas cosas todavía no habían pasado, pero yo estaba bien seguro de que vivir no era el asunto precipitado y descuidado que esta gente creía: esta generación sólo un poco más joven que la mía.
 Porque mi ventaja la constituía encontrarme en la línea divisoria entre las dos generaciones, y en ella me instalé un tanto afectadamente. [...]
 En sólo tres días me casé y la prensa machacaba A este lado del paraíso lo mismo que se machacan los extras en las películas.
 Con su publicación yo había entrado en un estado de locura maníaco depresiva. Rabia y felicidad se alternaban de hora en hora. Un montón de gente pensó que era un fraude, y a lo mejor lo era, y otro montón de gente pensó que era una mentira, que no lo era. Aturdido concedía una entrevista: hablé de que era un gran escritor y de cómo había alcanzado tales alturas. [...]
 Aturdido dije a la editorial Scribner que no esperaba que vendieran más de veinte mil ejemplares de mi novela, y cuando callaron las risas me dijeron que una venta de cinco mil era excelente para una primera novela. Creo que una semana después de la publicación del libro ya se había superado la cifra de veinte mil, pero me tomaba tan en serio que ni siquiera lo encontré divertido. [...]
 Pero uno ya era profesional, y el nuevo mundo no podía presentarse sin quitarse de delante al viejo. Uno va desarrollando progresivamente una cierta coraza protectora tanto contra la alabanza como contra el ataque. Con excesiva frecuencia ocurre que a la gente le gustan tus cosas por motivos equivocados o que les gustan a gente cuyo desprecio hubiera resultado un cumplido. Ninguna carrera decente se ha basado jamás en el público y uno aprende a seguir adelante sin precedentes y sin miedo. Al hacer cuentas, descubrí que en 1919 había ganado ochocientos dólares escribiendo, y que en 1920 había ganado dieciocho mil, a base de relatos, derechos cinematográficos y el libro. El precio de mis relatos había subido de treinta dólares a mil. Es un precio bajo para lo que me pagarían posteriormente durante la Prosperidad, pero lo que me pareció entonces no puede ser exagerado.
 El sueño se había realizado pronto y su realización traía consigo determinados beneficios y determinadas cargas. El éxito prematuro le proporciona a uno una idea casi mística del destino en cuanto opuesto a la fuerza de voluntad: en su grado peor, el error napoleónico. El hombre que llega joven cree ejercitar su voluntad porque brilla su buena estrella. El hombre, que sólo se afirma a los treinta años, tiene una idea equilibrada de lo que han contribuido el destino y la fuerza de voluntad, el que ya tiene cuarenta es posible que sólo ponga el énfasis en la voluntad. Esto queda de manifiesto cuando las tormentas azotan tu dominio del oficio.
 La compensación de un éxito muy temprano es la convicción de que la vida es un asunto romántico. Uno sigue siendo joven en el mejor de los sentidos. Cuando los objetivos primarios de amor y dinero pudieron considerarse garantizados y el encumbramiento vacilante perdió su fascinación, conté con bastantes años para desperdiciar, años que honestamente no puedo lamentar para la búsqueda del eterno Carnaval a orillas del mar".

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