"-¡Vaya vida!
-Sabemos que nos hemos despertado esta mañana, pero no sabemos lo que nos ocurrirá antes de que oscurezca. -En dialecto, la frase es más breve e intensa.
-Aquí estamos. -Es decir, dentro de un momento podríamos dejar de estar.
En estos días, en Palermo, por la calle, en el autobús, en la barbería, se oyen estas exclamaciones, estas sentencias. Pero se engañaría uno mucho si creyera que expresan condolencia de alguien que ha muerto de un infarto o ha sido atropellado por un coche. El típico lamento con que el siciliano se compadece, no del difunto, sino de sí, precariamente vivo. Esta vez se trata de un sonado suceso: un periodista secuestrado mientras regresaba a casa, en pleno centro, a las nueve de la noche.
Alguien, osadamente, va al fondo del asunto: "Ha sido un imbécil".
Con osadía aún mayor, un individuo, en el autobús, pregunta a su vecino:
-En su opinión, ¿sigue todavía con vida?
-¿Todavía con vida? ¡Usted bromea!
Es la respuesta que el otro esperaba".
[...]
***
"Son como el perro y el gato, suele decirse. Pero en casa de un vecino mío, aquí en el campo, hay cuatro perros y un gato que no se llevan como perros y gatos; y no sólo conviven pacíficamente, sino que los perros hacen cuanto pueden para mantener en el gato la ilusión, que cultiva dramáticamente, de ser un perro. Pero es toda una historia, y me gustaría saber escribirla como Chejov escribe la de la perrita Kachtanka. En cualquier caso, los datos son los siguientes: huérfano y superviviente de sus hermanos, el gato ha sido amamantado por la perra, a la que sólo habían dejado uno de los hijos; creció retozando con su hermano de leche, y tratado como él por la perra que lo había amamantado y por los otros dos perros. Ninguno le discutió nunca el puesto en la mesa, o sea, en torno a la cazuela de barro en la que se les sirve el rancho, ni el hueso a roer. Nunca le gruñeron; al contrario, los perros son más tolerantes con él que entre sí. El perro de Trilussa dice: "aun sabiendo que era un gato, procuraba tratarlo como un perro". En cambio, estos perros han tratado al gato mucho mejor que a un perro, soportando su infatigable vivacidad y sus caprichos. Pero la verdad es que siempre han sabido que es un gato. El gato, por el contrario, no lo sabe. Se cree un perro. A veces un perro venido a menos; otras un perro virtuoso, de un virtuosismo inaccesible a los demás perros. Pero aunque haga el perro reprimiendo los maullidos y yendo detrás del amo, mostrándose contento, igual que los perros, cuando el amo sale con el fusil, o se abandone a una hazaña de gato trepando hasta la cima de un árbol, lo suyo es un drama. Y hay que suponer que llegó al colmo este año, el día de la apertura de la caza. También él se fue detrás del amo, haciendo de todo al comienzo para estar alegre como los perros, saltando, corriendo. Pero, luego, se ha cansado, se ha aburrido, se ha quedado a un lado. Y acabó por perderse. A la noche no regresó a casa. Los perros, que no habían podido vigilarlo, entregados como estaban al placer de la caza, al regresar observarían su ausencia y tal vez sentirían remordimiento. Es posible que hayan ido a buscarlo. El hecho es que a la tarde del día siguiente el gato estaba entre ellos: los perros contentos en torno a él, especialmente su hermano de leche. Pero el gato mostraba disgusto ante los juegos a que lo invitaba el hermano, indiferencia, melancolía. Tal vez había entendido que no era un perro, y que los demás lo engañaban piadosamente tratándole como perro. Y sigue viviendo como antes, pero con cierto cansancio y descuido, como repentinamente envejecido. "Si no soy un perro, en nombre de Dios, ¿qué soy?", parece preguntarse, apartado, tendido sobre una silla: como un gato".
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