miércoles, 21 de septiembre de 2016

"El fenómeno humano".- Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955)

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 III.-El pensamiento
 Capítulo I: El nacimiento del pensamiento
 b) Mecanismo teórico

 "Los naturalistas y los filósofos han defendido, a lo largo de la Historia, las tesis más opuestas respecto del psiquismo de los animales. Para los Escolásticos de la antigua Escuela, el instinto es una especie de subinteligencia homogénea y estática que señala uno de los estadios ontológicos y lógicos a través de los cuales, en el Universo, el ser "se degrada", se irisa, desde el Espíritu puro hasta la pura Materialidad. Para el Cartesiano sólo existe el pensamiento, y el animal desprovisto de todo interior no es más que un autómata. Para la mayoría de los biólogos modernos, finalmente, tal como lo recordaba más arriba, nada separa claramente instinto y pensamiento pues uno y otro no son mucho más que una especie de luminiscencia de la que se envolvería el juego, único esencial, de los determinismos de la Materia.
 En todas estas diferentes opiniones se descubre la parte que hay de verdad, al mismo tiempo que aparece la causa de error, tan pronto como, colocándose en el punto de vista adoptado en estas páginas, uno se decide a reconocer: 1) que el instinto, lejos de ser un epifenómeno, traduce por medio de sus diversas expresiones el mismo fenómeno vital, y 2), que representa, en consecuencia, una magnitud variable.
 ¿Qué sucede, en efecto, si para contemplar la Naturaleza nos colocamos bajo ese sesgo?
 En primer lugar, comprobaremos mejor en nuestro espíritu el hecho y la razón de la diversidad de los comportamientos animales. Desde el momento en que la Evolución es transformación primariamente psíquica, no hay un instinto en la Naturaleza, sino una multitud de formas de instintos, cada uno de los cuales corresponde a una solución particular del problema de la Vida. El psiquismo de un Insecto no es (y no puede serlo) el de un Vertebrado, ni el instinto de una Ardilla es el de un Gato o el de un Elefante, y ello en virtud precisamente de su misma posición en el Árbol de la Vida.
 Por este mismo hecho empezamos a ver destacarse legítimamente, en esa variedad, un relieve, dibujarse una gradación. Si el instinto es magnitud variable, los instintos no podrían ser sólo diversos; forman, bajo su complejidad, un sistema creciente; dibujan, en su conjunto, una especie de abanico en el que los términos superiores sobre cada nerviación se reconocen cada vex en un radio mayor de elección, apoyada sobre un centro mejor definido de coordinación y de consciencia. Y es precisamente esto mismo lo que observamos. El psiquismo de un Perro, dígase lo que se quiera, es posiblemente superior al de un Topo o al de un Pez.
 Una vez dicho esto, con lo que no hago más que presentar desde otro ángulo lo que ya nos había revelado el estudio de la Vida, los espiritualistas pueden tranquilizarse cuando en los animales superiores (los grandes Monos en particular) advierten o se les obliga a ver, maneras y reacciones que recuerdan extrañamente aquellas de las cuales se sirven para definir la Naturaleza y para reivindicar su presencia en el Hombre, de un "alma racional". Si la historia de la Vida no es, como hemos dicho, sino un movimiento de consciencia velado de morfología, es inevitable que, hacia la cumbre de la serie, en las inmediaciones del Hombre, los psiquismos se presenten y aparezcan a flor de inteligencia. Que es precisamente lo que ocurre.
 Y con ello es la "paradoja humana" misma la que se esclarece. Estamos confusos al verificar cómo "Anthropos", a pesar de algunas preeminencias mentales indiscutibles, difiere poco anatómicamente de los demás Antropoides, tan confusos que casi renunciaríamos, por lo menos en su punto de origen, a separarlos. Pero esta extraordinaria semejanza, ¿no era precisamente lo que debía acontecer?" 

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