jueves, 22 de septiembre de 2016

"La cabaña del tío Tom".- Harriet Beecher Stowe (1811-1896)


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 Capítulo XVI: El ama de Tom y sus opiniones

 "-A Eva siempre le ha gustado estar con los negros y  yo creo que eso está bien para algunos niños. Yo jugaba siempre con los pequeños negros de mi padre y nunca me hizo ningún daño. Pero Eva siempre se pone al mismo nivel que todas las criaturas que se acercan a ella. Es una cosa extraña de la niña. Nunca he podido quitarle la costumbre. Y creo que St. Clare le anima a ello. El caso es que St. Clare mima a todas las criaturas bajo este techo menos a su esposa.
 De nuevo la señorita Ophelia se quedó sentada en silencio.
 -No hay más remedio -dijo Marie- que someter a los criados y mantenerlos en su sitio. Para mí ha sido algo natural desde la niñez. Eva es capaz de malcriar a una casa entera. No sé qué será de ella cuando le llegue el turno de llevar una casa personalmente. Estoy de acuerdo con ser amables con los criados, siempre lo soy; pero hay que ponerlos en su sitio. Eva no lo hace nunca; ¡no hay manera de meterle en la cabeza cuál es el sitio de un criado! ¡Ya la has oído ofrecerse a cuidarme por las noches para que duerma Mammy! Es sólo una muestra de lo que haría todo el tiempo, si se la dejara sola.
 Pero -dijo la señorita Ophelia, francamente- supongo que consideras que tus criados son seres humanos y merecen descansar cuando se fatigan.
 -Por supuesto, naturalmente; soy muy meticulosa en dejarles tener todo lo que viene bien, cualquier cosa que no me incomode a mí, desde luego. Mammy puede recuperar el sueño a cualquier hora, no es ningún problema. Es lo más dormilón que he conocido nunca; cosiendo, de pie o sentada, esa criatura se queda dormida en todas partes. No hay peligro de que Mammy se quede sin dormir. Pero tratar a los criados como si fuesen flores exóticas o jarrones de porcelana, eso es ridículo -dijo Marie, sumergiéndose lánguidamente en las profundidades de un voluminoso sofá mullido y acercándose un elegante frasco de sales de cristal tallado.
 -Verás -continuó con una vocecilla tenue y delicada, como el último suspiro de un jazmín árabe o algo igualmente etéreo-, verás, prima Ophelia, no hablo muy a menudo de mí misma. No es mi costumbre, ni me agrada. De hecho, no tengo fuerza para hacerlo. Pero hay cuestiones en las que discrepamos St. Clare y yo. St. Clare nunca me ha comprendido, nunca me ha apreciado. Creo que eso es la raíz de mi mala salud. St. Clare tiene buenas intenciones, quiero creer, pero los hombres son, por naturaleza, egoístas y desconsiderados con las mujeres. O, por lo menos, ésa es la impresión que tengo.
 [...] oliendo su frasco de sales nuevamente para refortalecerse, continuó:
 -Verás, aporté mi propio dinero y criados cuando me casé con St. Clare y tengo derecho legal a disponer de ellos como me plazca. St. Clare tenía su propia fortuna y sus propios criados y me parece bien que los lleve a su manera, pero siempre se empeña en interferir. Tiene unas ideas curiosas y extravagantes sobre las cosas, especialmente sobre cómo tratar a los criados. Se comporta realmente como si antepusiera los criados a mí y a sí mismo también; les deja hacer toda clase de travesuras y no levanta un dedo contra ellos. Ahora bien, en algunas cosas, St. Clare es tremendo de verdad y me asusta, a pesar del aspecto de buen humor que suele tener. Ahora se ha empeñado en que, pase lo que pase, nadie imponga ningún castigo en esta casa excepto él y yo; y lo dice de tal manera que no me atrevo a llevarle la contraria. Puedes ver adónde conduce eso; St. Clare no levanta la mano aunque lo pisoteen todos ellos y yo... ya ves lo cruel que sería pedirme que me esforzara. Tú sabes que estos criados sólo son niños grandes.
 -No sé absolutamente nada del asunto y doy gracias al Señor de que así sea -dijo escuetamente la señorita Ophelia.
 -Bien, pero tendrás que saber algo y saberlo a tu costa, si te quedas aquí. No sabes con qué hatajo de ingratos, tontos, descuidados, infantiles, poco razonables y provocativos tendrás que vértelas. [...] No sabes, no puedes imaginarte las pruebas constantes a las que someten a un ama de casa, a todas horas y en todas partes".

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