Sátira X: De la vanidad de nuestros deseos
"Pocos hay en las tierras desde Gades
hasta el Ganges, vecino de la aurora,
que el bien del mal disciernan, apartando
las nieblas del error. Pues, ¿cuándo es norte
la razón al temor o anhelo nuestro?
O, ¿qué proyecto con tan buen auspicio
forjaste que después no te pesara
al verlo ya logrado? ¡Cuántas veces
los dioses destruyeran nuestras casas
si fáciles oyeran nuestros ruegos!
Cosas nocivas en la paz pedimos,
cosas nocivas en la guerra. A muchos
la muerte dio su tórrida elocuencia. [...]
El voto más común, el que en los templos
resuena a cada instante, es que se aumente
nuestro caudal, y que en el Foro sea
el arca nuestra la mayor de todas. [...]
Miran los hombres cual supremos bienes
los bélicos despojos, la loriga
colgada en los magníficos trofeos,
cascos pendientes de los yelmos rotos,
el carro sin timón, la pompa y galas
de las vencidas naves, y el cautivo
bajo el arco triunfal encadenado. [...]
Dame una larga vida, multiplica / ¡oh Júpiter!, mis años. Tal es el ruego
que alzando al cielo el amarillo rostro / a los dioses diriges. Mas ¡de cuántos
males y cuán prolijos no está llena / senectud prolongada! Ya deforme
queda la faz, do su primera huella / la edad pone, afeándola; se torna
árida piel el cutis sonrosado; / las mejillas se caen y se cubren
de más arrugas que la vieja mona / cuando se espulga en el país en donde
Tabraca muestra sus umbrosas selvas. / Mucho entre sí los jóvenes difieren;
no así los viejos, todos son iguales: / los labios tiemplan al hablar, desnuda
calvicie muestra su cabeza y fluye / húmeda su nariz, como en la infancia.
La encía inerme masticar no puede / sin gran esfuerzo el pan; es a su esposa
y a sus hijos y a sí mismo, grave y molesto / y al mismo Coso adulador. Su torpe
paladar, en el vino, en los manjares, / en nada halla placer y hasta le niega
dulces favores el amor. La ruina / de otros sentidos mira. Pues, ¿qué gusto
puede en el canto hallar, aunque sea eximio / el tañedor o sea Seleuco o sean
los que al teatro van con áureas ropas? / ¿Qué le importa el asiento si oye apenas
de trompas y cornetas el sonido? / A gritos le ha de hablar el que viniere
a anunciarle la hora o la visita. / Su helado cuerpo, ya de sangre exhausto,
tan sólo puede reanimar la fiebre; / todos los males a la vez le asedian
cual apiñado ejército, y si el nombre / de ellos saber pretendes, te diría
mejor cuántos caprichos Hipia tiene / [...]
A uno la espalda, al otro los riñones / duelen; éste las piernas siente flojas;
aquél ciego quedó y envidia al tuerto; / éste recibe por ajena mano
en los rugosos labios la comida, / y el que al mirar la cena ya las fauces
dilatarse sentía, abre la boca / y la alarga, cual tierno golondrino,
a quien la madre con el pico lleno, / y ayuna aún acércase volando".
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