Capítulo XIX
"-Encontraría mucho más amable por su parte si en lugar de obsequiarme con detestables espiritualidades, simplificara mi cometido de esposa viniendo a establecerse en nuestro apartamento.
-No veo la necesidad de ser amable con usted -repuso sonriendo Camilo.
Evidentemente, el muchacho (y Carlota ya lo había notado el día anterior) ya no era el corderito de antes: las desventuras le habían llevado a una casi completa madurez y el colegio le había pervertido enormemente (es extraordinario hasta qué punto la compañía de chiquillos sea perniciosa para la ingenuidad de los adultos: ¡señoras, no lleven nunca a su marido al colegio!).
-Le ruego que no intente ser espiritual -exclamó Carlota-. Usted debe trasladarse allí y vivir con su esposa. ¡No daríamos poca satisfacción a los chismosos de la ciudad si llegaran a saber cómo está el asunto!
Camilo suspiró.
-Debo confesarle una cosa terrible -dijo, y sacando una hoja de papel de un cajón se la tendió-. Es la hoja de notas del colegio. Como verá he sacado un cuatro en Historia, un tres en Geografía, uno en análisis lógica y cinco en Filosofía. ¡Con estas horribles notas jamás tendría valor de cruzar el umbral de su casa! ¡Soy un zoquete, señora!
Carlota comprendió que la situación había dado una vuelta completa: ahora ella imploraba y él bromeaba.
Entonces habló con voz desfallecida.
-¡Todos están en contra mía! Tío Casimiro me obliga a casarme en cuarenta y ocho horas, mi madre no me comprende, mi prima me calumnia, mi abuela me obliga a representar papeles indignos de mí y, luego, la emprende conmigo a bofetadas... Y ahora usted se convierte en mi enemigo y se burla de mí. ¿Qué pecado cometí eligiéndole como marido? ¿Acaso cree que si no hubiera sentido enseguida algo hacia usted me habría casado? ¡Es usted un asesino!
Un sollozo la impidió continuar y Camilo juntó las manos en actitud implorante.
-¡Cálmese, por Dios! Volveré. Comeré y dormiré en su casa, pero continuaré trabajando aquí. Pero tenga presente que esto no cambiará en lo más mínimo mis decisiones. Además, estoy seguro de que muy pronto será usted misma quien me rogará que me vaya de su lado para siempre.
-De acuerdo -dijo Carlota-. Nadie le obligará a hacer nada en contra de su voluntad.
Cuando Carlota hubo salido, Camilo se puso a pasear de un lado a otro, en todas direcciones, por la gran estancia, dando furiosas patadas a todo cuanto hallaba próximo a sus pies.
-¡Ya estoy otra vez metido en la trampa! -gritó-. Todo iba estupendamente, tenía la sartén por el mango y, por cuatro lagrimitas, ¡todo al diablo! Además, he olvidado mi papel como un comediante de melodrama de décima categoría. Cuando ella ha dicho: "Debe vivir con su esposa", yo debía haberla interrumpido diciendo: "El caso es, mi buena señora, que yo, en cambio, tengo la intención de vivir lo más alejado posible de usted." Y explicarle el proyecto de anulación. Pero en lugar de eso, por el simple gusto de sacar a relucir la papeleta de notas, lo he echado todo a perder.
Se sentó y, recuperando la confianza en sí mismo, decidió: "A pesar de todo, ¡no hay nada que hacer, señora Carlota! ¡Camilo Debrai podrá ser estúpido incluso cien veces pero jamás ciento una!"
Luego, reflexionando en lo que acababa de decir, corrigió: "Sí, ¡Camilo Debrai podrá ser estúpido incluso ciento una veces, pero jamás ciento dos!"
Y, a decir verdad, Camilo logró mantener su decisión hasta entrada la noche".
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