Seis de la tarde
"-Oiga, usted, Santiago, no meta tanto oro en la labor porque no es necesario. Me he dado cuenta de que esta última semana gasta usted panes como si yo tuviera una mina en el almacén.
Al señor Santiago le temblaron las manos cuando cogió con la delicada pinceleta el pan de oro para aplicarlo en e la mancha almagre del bol.
-Don Fernando, gasto el que tengo que gastar. -Le entró una rabia sorda-. ¿O se cree usted que me lo llevo?
El dueño agravó el rostro. Al señor Santiago le faltaron momentáneamente las fuerzas. No se atrevió a mirarle a la cara.
-Yo no creo nada, Santiago; nada, a pesar de lo que me dicen por ahí. Lo único que le digo es que no emplee tanto oro. ¿Me ha entendido?
El señor Santiago siguió trabajando.
-Sí, don Fernando, le he entendido.
El dueño se marchó a la oficina. El señor Santiago le vio a través de la mampara de cristales sentarse en su mesa y comenzar a escribir sobre los grandes libros de contabilidad. Pensó en el que había ido con el cuento al dueño. El que le había ido con el cuento seguramente tenía también cosas que ocultar, porque en el taller todo el mundo se llevaba lo que podía, desde las virolas de las brochas hasta los botes de esmalte. Pasó revista mentalmente a los obreros que trabajaban con él. Iba pasando los nombres y añadiendo hasta la filiación política del compañero. "Fulano no ha podido ser; es de mi sindicato. Fulano tampoco; todo lo que se le puede quitar al burgués le parece bien. Fulano, éste... -se quedó un instante meditando-, éste que se traga los santos ha podido ser; en cuanto me entere me va a oír." El nombre se le fijó obstinadamente en la cabeza. "Sí, éste es el que ha tenido que ser. Menudo perro está hecho. Mucho andar con los curas a vueltas a todas horas y luego es capaz de denunciar a un compañero sin más ni más, simplemente por darle coba al burgués."
El señor Santiago llegó triste y no quiso explicarle a su mujer la causa de su tristeza. Tenía que terminar una chapuza para una tienda del Rastro, pero no se puso a trabajar. Se sentó un momento e inmediatamente se lanzó a la calle.
-¿Adónde vas, Santiago? -preguntó su mujer.
La respuesta fue un portazo.
Carmen se dejaba aconsejar por su madre.
-Tú no debes relacionarte ahora con ninguno de estos perdis del barrio. Tú tienes que picar más alto. Claro, todavía no ha llegado el momento pero un empleado con porvenir es lo que te conviene. Hay que saberse guardar. Todas las mujeres se tienen que recoger. Recogerse a tiempo es lo acertado, es la clave. -Usaba el verbo recoger en el sentido matrimonial de buscar refugio en un hombre, porque las cosas de este mundo estaban dispuestas así, según decía-. Anda ahí y que trabajen ellos. Tú a las cosas de la casa. Una mujer no debe trabajar fuera de su casa cuando se ha casado, porque fuera acechan malos vientos y si no se quiere faltar al hombre que se quiere, lo mejor es no ponerse en situación de hacerlo.
Las elecciones del año 1936 fueron movidas en el barrio. A un vecino de la casa le abrieron la cabeza en un bar, de un botellazo, por manifestarse en términos no muy escogidos sobre la política de las izquierdas, justamente en el bar donde el señor Santiago y sus amigos se reunían a hablar de la vida, de la política y sus problemas. Lo llevaron a casa, entre el señor Santiago y dos amigos, después de haberlo pasado por la Casa de Socorro, con la cabeza envuelta en vendas y el cuerpo desmadejado.
-Ha sido un accidente por irse de la lengua -precisó el señor Santiago-. En los tiempos que corren lo mejor es no irse de la mui, dejarla quieta en remojo, aunque sea de vinagre. Hay que aguantar, porque en cuanto uno se manifiesta en público le atizan por donde menos se espera. A éste le han dado una buena lección, que no va a olvidar en su vida.
El señor Santiago y sus amigos no cumplían las más elementales reglas de salvaguarda personal porque se pasaban los atardeceres en la taberna o en el bar, discutiendo fervorosamente programas políticos y posibles conveniencias para la clase obrera.
-Nosotros tenemos que estar contra los burgueses, porque es de ley que estemos contra los que nos explotan. Si yo sé el oficio tan bien como mi burgués, no sé por qué va a ser él el amo y yo el esclavo que le ayuda a engordar y a comprarle a su señora lo que tenga por gusto. Naturalmente que él ha heredado todo de su padre, que si no lo hubiese heredado estaría ahora como nosotros aquí, discutiendo los pros y los contras del derecho de heredar. Eso de heredar era una cosa que se debía suprimir.
Había un guasón en la taberna que les tomaba el pelo a todos con sus frases:
-Señor Santiago, y si uno hereda de su papá en vez de una buena renta, una buena sífilis, ¿qué dice usted: que se suprima el derecho a heredar?
Se reían todos; el señor Santiago se molestaba:
-Eso es otra cosa, amigo. Porque en este país todo tiene muy mala organización. Al que tiene sífilis, en cualquier país civilizado, le prohíben tener hijos y se acabó".
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