Capítulo XVI: El vagabundo.
"Mientras Quintin tenía con las dos condesas la conversación necesaria para asegurarles que el personaje extraordinario que se les agregara era realmente el guía que el rey debía enviarles, observó que este hombre, no solamente volvía varias veces la cabeza para mirarlos sino que, con singular agilidad, más propia de un mico que de un hombre, tendíase casi a la redonda sobre la silla con la cabeza vuelta hacia ellos, para poder considerarlos con mayor atención.
Poco satisfecho de ello, adelantóse Quintin hacia el gitano y, viéndole recobrar la posición regular, le dijo:
-Paréceme, camarada, que nos guiáis a ciegas, pues miráis más la cola que las orejas del caballo.
-Aun cuando fuese realmente ciego -respondió el gitano-, no por eso me hallaría menos en estado de guiaros por todas las provincias del reino de Francia y de los contiguos.
-Sin embargo, ¿no sois francés?
-No.
-¿A qué nación pertenecéis?
-A ninguna.
-¿Cómo a ninguna?
-A ninguna, repito. Soy un zíngaro, un bohemio, un gitano, todo lo que les plazca llamarnos a los señores europeos en sus diferentes idiomas; pero no pertenezco a ninguna nación.
-¿Sois cristiano?
Hizo el gitano un signo negativo.
-¡Perro! -dijo Quintin, pues en aquella época era muy poco tolerante el espíritu del cristianismo-. ¿Eres musulmán?
-No -respondió el guía, con tanta indiferencia como laconismo y sin mostrarse ofendido ni sorprendido del tono con el que le hablaba Durward-.
-¿Sois, pues, pagano? ¿Qué sois, en una palabra?
-No profeso religión alguna.
La admiración hizo estremecer a Quintin; pues si bien había oído hablar de sarracenos e idólatras, no creía, ni jamás había pasado por su imaginación, que pudiese existir una raza de hombres que no practicase ningún culto. Sin embargo, su sorpresa no le impidió preguntar a su guía dónde moraba en la actualidad.
-En los países donde me encuentro momentáneamente -respondió el gitano-. No tengo morada fija.
-¿Cómo conserváis vuestras propiedades?
-No teniendo otras que los vestidos que me cubren y el caballo que monto.
-Es aseado vuestro traje y vuestro caballo excelente. ¿Cuáles son vuestros medios de subsistencia?
-Lo que me presenta la casualidad; como cuando me aguija el hambre y bebo cuando tengo sed.
-¿Bajo qué leyes vives?
-Sólo obedezco a quien me da la gana y por el tiempo que se me antoja.
-Pero, ¿quién es vuestro jefe? ¿Quién os manda?
-El padre de nuestra tribu, cuando a mí me place; no reconozco ningún dueño.
-Carecéis, pues, de todo lo que poseen los demás hombres. No tenéis ni leyes, ni jefes, ni medios de subsistencia ni morada fija. Os falta patria: apiádase de vosotros el cielo y no reconocéis (¡Dios se digne iluminaros!) un Ser Supremo. ¿Qué os queda pues, privado así de religión, de gobierno y de toda felicidad doméstica?
-La libertad. No estoy sometido ni obedezco ni respeto a nadie. Voy adonde quiero, vivo como puedo y muero cuando es fuerza morir.
-Pero podéis ser condenado y ejecutado en un instante a la primera orden de un juez.
-No lo niego; ello no sería más que morir con alguna anticipación.
-Y si os sepultan en una cárcel, ¿de qué os sirve entonces esa libertad que tanto encarecéis?
-La encuentro en mis pensamientos, que ninguna cadena puede constreñir, en tanto que los vuestros, aun cuando tenéis libres los miembros, hállanse sujetos por las ataduras de vuestras leyes, de vuestros sueños, de adhesión local y fantásticas visiones de política civil. Mi espíritu es libre, aunque sufra mi cuerpo entre cadenas. Vosotros, al contrario, tenéis encadenado el espíritu cuando goza vuestro cuerpo de libertad".
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