Primera parte. XXVIII
"Les rogó que se sentasen e informó de que el orden del día sólo incluía un asunto, introducido a petición del secretario general y formulado por el propio Sir John, a saber, "acción a favor de los objetivos e ideales de la Sociedad de Naciones".
Ninguno de los directores sabía en qué debía consistir tal acción, ni tampoco, por supuesto, Sir John, quien esperaba que lo informasen sus subordinados de lo que él quería. Todos, empero, hablaron por los codos, uno tras otro, ya que la regla suprema era no dejarse apabullar nunca, parecer siempre competente, guardarse muy mucho de confesar que uno no comprendía o no sabía.
Chapucearon, pues, atrevidamente, con garbo, sin acabar de enterarse muy bien de qué se trataba. Al tiempo que sus colegas, hartos de cualquier exposición larga y ajena, garabateaban dibujitos geométricos en sus libretas de notas y los perfeccionaban melancólicamente, van Vries declaró durante diez minutos que resultaba indispensable preparar un plan de acción, no sólo sistemático sino incluso concreto. A continuación intervino Benedetti para desarrollar dos puntos que declaró fundamentales, a saber, primo, que, en su humilde opinión, más que un plan de acción era menester adoptar un programa de acción, un programa, el matiz era, a su juicio, capital, al menos así lo estimaba; y, secundo, que el programa de acción debía concebirse como proyecto específico, no tenía reparos en decirlo, específico.
Los demás directores asintieron, reconociendo todos la absoluta necesidad de un proyecto específico. Gustaban mucho los proyectos específicos en la Secretaría. No terminaba de saberse qué añadía la palabra "específico" al término "proyecto", pero un proyecto específico resultaba mucho más serio y concreto que un simple proyecto. De hecho, nadie sabía la diferencia existente entre un proyecto y un proyecto específico, ni se le había ocurrido nunca a nadie plantearse el sentido y utilidad de tan cotizado adjetivo. [...]
Tomando a su vez la palabra, Basset, director de la sección cultural, señaló que se debería actuar en estrecha colaboración con las organizaciones graciosamente interesadas. ¡Pero poniendo las cartas boca arriba!, interrumpió Maxwell, director de la sección de planes y relaciones, ¡y dejando bien claro desde un principio que la Secretaría impondría su criterio sobre el proyecto específico! ¡Pero ojo!, exclamó Johnson, ¡habría motivos para ser prudentes y actuar de pleno acuerdo con los Estados Miembros! A tal efecto, resultaba indispensable mandar un cuestionario a los distintos gobiernos, dado que el proyecto específico de programa de acción únicamente había de redactarse en base a sus respuestas. Orlando estimó que lo mejor sería entrar en relación con los distintos ministerios de Educación nacional, con vistas a la elaboración de un programa de conferencias escolares acerca de los objetivos e ideales de la Sociedad de Naciones.
Volviendo a la carga, Basset, [...] sostuvo que "el proyecto específico debería incluir un programa de acción no sólo sistemático y concreto sino también coordinado, resultando indispensable un especialísimo esfuerzo de coordinación, por una parte, entre las distintas secciones de la Secretaría y, por otra, entre la Secretaría y las distintas instituciones intergubernamentales, al objeto de poner remedio a conflictos, problemas de competencia y dobles asientos, siendo además objetivo final del proyecto específico en cuestión, tras acuerdo de los distintos gobiernos interesados, la creación, en la Secretaría, de una sección de promoción de los objetivos e ideales de la Sociedad de Naciones". [...]
Deseosos de brillar ante el jefe silencioso, aquellos caballeros se entregaban de lleno, e improvisaron con entusiasmo, evocando en el extraño lenguaje de la Secretaría "las situaciones por explorar", "el consenso general que se debía lograr sobre el reparto de responsabilidades, tanto de orden organizativo como operativo", "los distintos modos de abordar el problema", "las puestas a punto de instituciones especializadas", "las facilidades que habían de solicitarse a los gobiernos apelando su espíritu cooperativo", "las experiencias pasadas que justificaban sobradamente la urgente necesidad de una acción concreta", "las dificultades prácticamente inexistentes", "los alentadores discursos recientemente oídos en el Consejo"... Y así sucesivamente, todo ello salpicado de propuestas confusas y contradictorias, meticulosamente anotadas por la taquígrafa, que no comprendía nada porque era inteligente.
De súbito, se hizo un silencio. Habían organizado tal embrollo que ya nadie sabía ni por dónde iban ni lo que se había decidido. Salvó la situación Maxwell, al proponer la clásica solución de pereza, a saber, "la constitución de un grupo de trabajo que sondease la situación y presentase a una comisión ad hoc, formada posteriormente e integrada por los delegados de los gobiernos, un anteproyecto específico de proposiciones concretas, que constituirían las grandes líneas de un programa a largo plazo de acción sistemática y coordinada en pro de los objetivos e ideales de la Sociedad de Naciones".
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