jueves, 2 de junio de 2016

"El mundo es ancho y ajeno".- Ciro Alegría (1909-1967)


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 Capítulo X: Goces y penas de la coca

 "Los comuneros, naturalmente, conocían la dulce coca. Compraban las fragrantes hojas de color verde claro en las tiendas de los pueblos o alguno incursionaba para adquirirlas en los valles cálidos donde se cultivan. Al macerarlas con cal, se endulzan y producen un sutil enervamiento o una grata excitación. La coca es buena para el hambre, para la sed, para la fatiga, para el calor, para el frío, para el dolor, para la alegría, para todo es buena. Es buena para la vida. A la coca preguntan los brujos y quien desee catipar, con la coca se obsequia a los cerros, laguna y ríos encantados; con la coca sanan los enfermos; con la coca viven los vivos; llevando coca entre las manos se van los muertos. La coca es sabia y benéfica.
 Amadeo Illas la masticaba habitualmente para solazarse y estar bien, pues su cuerpo no podía pasar sin ella. Ahora iba a conocerla mejor, pues trabajaría en Calchis, hacienda de coca.
 Él y su mujer caminaron leguas para llegar allí. Uno de los caporales los instaló en una casa de adobe situada frente a un maizal por cosechar. La casa tenía dos piezas. El maizal era también para ellos. Además, les dio diez almudes de trigo, diez de papas y cinco de maíz. Por último, dijo a Illas.
 -Este arriendo fue de un peón que se ha ido de pícaro. Lo pagarás bajando al temple para la rauma y la lampea, cada tres meses. Si trabajas bien puedes ganar, además, cincuenta centavos al día.
 Amadeo Illas conocía qué era la lampea, también sabía que se llamaba rauma al acto de deshojar la planta de coca pero ignoraba el significado de temple. Después de vacilar, preguntó:
 -¿Y qué es temple?
 El caporal sonreía diciendo:
 -¡Vaya con la pregunta! Temple es el lugar donde se produce la coca. Los temples de esta hacienda están abajo, en esa abra, al borde del río Calchis.
 Se quedó mirándolos y preguntó a su vez:
 -¿Y ustedes, de dónde son y qué han cultivado, que no saben?
 -Somos de la comunidá de Rumi y sembramos trigo y maíz y aura último cosas de puna...
 -¡Ah, es muy distinto el cultivo de la coca, pero ya te acostumbrarás!
 Cuando el caporal se marchó, Amadeo Illas y su mujer inspeccionaron la casa. Las habitaciones eran espaciosas, ancho el corredor. Parecía casa de la comunidad feliz. Después fueron al maizal, ubicado en una ladera. Era grande y dentro de él crecían zapallos, chiclayos, frejoles y pallares. Las mazorcas ya estaban granando. Pronto habría choclos. Tornaron a la casa y la mujer se puso a cocinar en dos ollas que habían llevado.  Encontró una rota que serviría de tiesto para la cancha. La sal escaseaba y Amadeo dijo que al día siguiente iría por ella a la casa-hacienda. Ya habían estado allí primeramente. Quedaba tras una falda lejana donde humeaban otros bohíos... Fue, pues, y además de la sal, trajo de la bodega ají, unos espejuelos que le habían gustado y agujas e hilo y trajo también dos camisas de tocuyo, pues le dijeron que las de la lana eran muy calurosas para el trabajo de la rauma. Con sus nuevas adquisiciones y los víveres debía, en total, treinta soles. No era mucho si podía ganar cincuenta centavos al día. ¡Qué gran salario! Otras haciendas pagaban diez y veinte. Por eso caminaron hasta Calchis.
 Corridos unos días, el caporal notificó a Illas que debía bajar al temple. La mujer preparó cancha hasta llenar una alforja con ella y Amadeo marchóse de amanecida. Su compañera lo vio partir con pena por la separación e inquietud ante el nuevo trabajo que, sin duda, sería rudo. Además, era la primera vez que se quedaba sola en una casa y tenía temor. Nada le dijo, sin embargo, y Amadeo fue cerros abajo perdiéndose pronto por un barranco".

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