lunes, 18 de enero de 2016

"El vellocino de oro".- Robert Graves (1895-1985)


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Orfeo canta a la creación

 "Rea suspiró y respondió con placidez:
 -Querido Zagreo, o Zeus, o como quieras que te llamen, ¿es que has adivinado lo cansada que estoy del orden natural y metódico de este patente universo y de la ingrata labor de supervisarlo? Gobiérnalo tú, Hijo, ¡gobiérnalo, desde luego! Déjame que me recueste un rato para meditar sin prisas. Sí, yo seré tu esposa, tu hija y tu esclava; y cuantas contiendas o perturbaciones traigas a mi hermoso universo por actos de razón, como lo llamas tú, te las perdonaré, porque tú aún eres muy joven y no se puede esperar que comprendas las cosas tan bien como yo. Pero te ruego que tengas cuidado con las Tres Furias, nacidas de las gotas de sangre que cayeron de los genitales cortados de tu padre; trátalas bien, o algún día lo vengarán. Registremos el tiempo, las fechas, la genealogía y la historia, ¿por qué no?, aunque preveo que te van a causar mucha más ansiedad y mucho más placer del que merecen. Y, ¿cómo no?, utiliza la lógica como apoyo para tu inteligencia atrofiada y como justificación de tus absurdos errores. Sin embargo, primero he de imponerte una condición: habrá dos islas, una en el mar del occidente y otra en el mar de Oriente, que yo conservaré para mi culto antiguo. Allí ni tú, ni ninguna otra deidad en la que puedas dividirte tendrá jurisdicción alguna; solamente yo y mi serpiente Muerte, cuando se me antoje mandarla venir. La del Occidente será la isla de la inocencia, y la de Oriente será la de la iluminación; en ninguna de ellas se llevará cuenta del tiempo sino que cada día será como mil años, y viceversa.
 Inmediatamente hizo surgir de las aguas la isla occidental, como un jardín, a un día de navegación de España; y también cubrió con una nube el órgano seccionado de Crono, que los Dáctilos se llevaron cuidadosamente a la isla oriental, que ya existía, donde se convirtió en su compañero, el alegre dios de cabeza de pez, Príapo.
 Entonces Zeus dijo:
 -Esposa, acepto tus condiciones si tú consientes que tu otro yo Anfitrite ceda el dominio de los mares a mi oscuro hermano Posidón.
 Rea contestó:
 -Consiento, esposo, pero reservando para mi propio uso las aguas que se extienden a cinco millas alrededor de mis dos islas; también puedes gobernar el cielo en lugar de Eurínome, y poseer todas las estrellas y planetas y el propio sol; pero yo me reservo la luna para mí.
 Cerraron el trato con un apretón de manos y Zeus, para demostrarle su poder, le dio un fuerte cachete en el oído, y bailó armado una danza amenazadora, golpeando, con su hacha de piedra de rayo, su escudo de oro y haciendo que el trueno resonara horriblemente por las bóvedas del firmamento. Rea sonreía. No había perdido en el trato su control sobre tres cosas de suma importancia, que Zeus ya nunca logró arrancarle: el viento, la muerte y el destino. Por esto sonreía.
 Al poco rato, Zeus frunció el ceño y le dijo que dejara de sonreír y fuera a asarle un buey, pues tenía hambre. Ésta fue la primera orden jamás recibida por Rea, que se quedó allí indecisa, porque la idea de comer carne asada le repugnaba. Zeus volvió a golpearla y le gritó:
 -¡Date prisa, mujer, date prisa! ¿Por qué crees que he inventado el fuego si no es para que me ases o me hiervas sabrosas comidas?
 Rea se encogió de hombros e hizo lo que le había mandado, pero al principio Zeus no pudo convencerla de que compartiese con él el festín.
 Entonces Zeus, para demostrar su poder, hizo desaparecer la mayor parte de su humanidad con un diluvio, y formó con barro un nuevo hombre llamado Deucalión y una nueva mujer llamada Pirra y les infundió vida con su aliento. Con su nacimiento terminó por fin la segunda Edad y empezó la tercera Edad, la de Bronce. En la Edad de Bronce Zeus le dio muchos hijos a Rea, a quien había impuesto el nuevo nombre de Hera, pero no los dejó permanecer mucho tiempo junto a ella". 

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