jueves, 21 de enero de 2016

"El callejón de los milagros".- Naguib Mahfuz (1911-2006)

 
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 "Radwan Hussainy se había enzarzado en uno de sus largos discursos, llenos de exhortaciones piadosas y reflexiones morales. Se volvió hacia el hombre que conversaba con él para decirle:
-No digas nunca que te aburres. El aburrimiento es señal de falta de fe en Dios. Significa que uno está harto de la vida. Y la vida es un don divino. ¿Cómo puede un creyente encontrarla aburrida o pesada? Me dirás que estás cansado de eso o de lo otro. Pero eso y lo otro vienen de Dios. No te rebeles contra los actos del Creador. Todo posee su belleza y su sabor, pero la amargura de un alma puede echar a perder los más sabrosos manjares. Hazme caso, el sufrimiento tiene su parte alegre, la desesperación también es dulce y la muerte no carece de sentido. Todas las cosas son hermosas, todo sabe bien. ¿Cómo podemos aburrirnos con el cielo azul, la hierba verde, las flores perfumadas, con la maravillosa capacidad de amar que tiene el corazón y ante la infinita fuerza del espíritu para creer? ¿Cómo es posible aburrirse en un mundo en el que están los seres que amamos, que admiramos, que nos aman y que nos admiran?  Invoca a Dios contra el demonio maligno y no digas que te aburres...
 Tomó un sorbo de té con canela y prosiguió:
 -A la desgracia hay que enfrentarse con amor: él nos consolará y nos devolverá la alegría. El amor es el mejor remedio. En los pliegues del infortunio se esconde la felicidad, como el diamante en la grieta de la mina. Dejémonos instruir por la sabiduría del amor.
 Su rostro blanco y rosa despedía una luz alegre y la barba lo envolvía de un halo lunar. En contraste con la solidez de su calma, todo el entorno daba la impresión de ajetreo e inquietud. La pureza de su mirada inspiraba fe, bondad, amor y desinterés. Podría argüirse que después de su fracaso en la universidad, y ante la forzada renuncia a labrarse una carrera, y después de ver morir a todos sus hijos, no había tenido más remedio que refugiarse en el reino del amor y la generosidad para cobrar ascendiente sobre el corazón del prójimo. Pero el mundo está lleno de desgraciados que han sufrido parecidos reveses y se han hundido en la locura o en la desesperación y ensombrecen la Tierra y la religión con su amargura y su rencor. Fuera cual fuese el secreto drama de su alma, su sinceridad era indudable. Era sincero en su fe, en su amor y en su generosidad. En cambio, resultaba extraño que hombre de bondad y generosidad tan reputada (y su reputación había llegado muy lejos) se comportara con tanta dureza y brusquedad, con tanta aspereza y grosería, en su propia casa. Se dirá, sin duda, que obligado a renunciar al poder en el mundo, lo ejercía sobre el único ser sometido a su voluntad, sobre su esposa. Que compensaba su impotencia mostrándose duro con ella. Pero hay que tener en cuenta las circunstancias de su medio social y de su época, las costumbres y prejuicios que regían, en su ambiente, la condición femenina. La mayoría de las personas de la clase social a la que pertenecía Hussainy creían que a la mujer había que tratarla como a una niña, que ésta era la única manera de hacerla feliz. Y lo cierto era que su esposa era la primera en estar convencida de que no tenía motivos de queja; estaba muy orgullosa de su marido, pero la pérdida de sus hijos le había dejado una herida incurable..."

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