jueves, 7 de enero de 2016

"Una cuestión personal".- Kenzaburo Oé (1935)


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Capítulo primero

 "Se encontraba en la calle de los bares baratos. Entre la multitud que desfilaba a su lado había muchos borrachos. Tenía la garganta seca y necesitaba un trago, aunque tuviese que beberlo solo. Giró la cabeza sobre su largo cuello delgado e inspeccionó los bares a ambos lados de la calle. En realidad, no tenía la menor intención de detenerse en ninguno de ellos. Podía imaginar la reacción de su suegra en caso de que llegara apestando a whisky junto a la cama de su mujer y su hijo recién nacido. No quería que sus suegros lo viesen borracho; nunca más.
 El suegro de Bird daba clases en una pequeña universidad privada, pero hasta su retiro había sido director del departamento de inglés de la universidad a la que asistía Bird. No tanto gracias a su suerte como a la buena voluntad de su suegro, Bird pudo conseguir, a su edad, un puesto de profesor en una academia preuniversitaria. Estimaba al anciano y le temía reverencialmente. Nunca había conocido a una persona mayor tan noble como su suegro. No quería volver a decepcionarlo.
  Bird se casó en mayo, a la edad de veinticinco años, y durante ese primer verano permaneció borracho cuatro semanas seguidas. De pronto, como un Robinson Crusoe embrutecido, había comenzado a ir a la deriva por un mar de alcohol. Descuidó sus obligaciones como licenciado, su trabajo, sus estudios de postgrado. Lo abandonó todo sin pensar, y pasaba el día entero, e incluso hasta bastante tarde por la noche, sentado en la cocina de su departamento, a oscuras, escuchando música y bebiendo whisky. Ahora recordaba esos terribles días y le parecía que, a excepción de escuchar música, beber y sumirse en un sueño alcoholizado, no había realizado ninguna actividad propia de un ser humano. Cuatro semanas más tarde, Bird se recuperó de una dolorosa borrachera de setecientas horas y descubrió en sí mismo, desgraciadamente sobrio, la desolación de una ciudad destrozada por la guerra. Era como un débil mental al que sólo le quedara una mínima oportunidad de recuperarse, pero tenía que volver a ordenarlo todo, no sólo a sí mismo sino también sus relaciones con el mundo exterior. Dejó los seminarios universitarios y pidió ayuda a su suegro para conseguir un puesto de profesor. Ahora, dos años después, su esposa estaba a punto de tener su primer hijo. Si llegaba a presentarse en el hospital tras envenenar nuevamente su sangre con alcohol, su suegra huiría de allí presa de una histeria frenética, llevándose consigo a su hija y a su nieto.
 A Bird le preocupaba el deseo, oculto pero arraigado en lo más profundo de sí, que todavía le atraía hacia el alcohol. Tras cuatro semanas sumido en el infierno del whisky, muchas veces se preguntó cómo pudo permanecer borracho durante setecientas horas. Pero nunca llegó a una respuesta definitiva. Y mientras su descenso a los abismos del whisky constituyera un enigma, cabía un riesgo constante de recaída repentina.
 En uno de los libros sobre África que leía tan ávidamente, había encontrado el siguiente pasaje: "Los exploradores coinciden invariablemente en que las celebraciones con abundante alcohol siguen siendo frecuentes en las aldeas africanas. Ello permite suponer que la vida en este hermoso país todavía carece de algo fundamental. Profundas insatisfacciones llevan a sus habitantes a la desesperación y el abandono de sí mismos". Releyendo este trozo, referido a las pequeñas aldeas de Sudán, Bird comprendió que se negaba a reconocer y analizar las carencias e insatisfacciones existentes en su propia vida. Pero como estaba seguro de que las había, se cuidaba de no volver a recaer en el alcohol.
 Bird llegó a la plaza situada en el centro del barrio del placer, donde todo el bullicio y la actividad de las calles aledañas parecían concentrarse como los radios de una rueda. El reloj de bombillas eléctricas del teatro situado en medio de la plaza marcaba las siete de la tarde: era hora de averiguar cómo estaba su esposa. Desde las tres de la tarde, Bird había telefoneado cada hora a su suegra, que permanecía en el hospital".

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