sábado, 30 de enero de 2016

"La llamada de la selva".- Jack London (1876-1916)


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Capítulo I

 "Así era el perro Buck en el otoño de 1897, cuando multitud de individuos del mundo entero se sentían irresistiblemente atraídos hacia el norte por el descubrimiento que se había producido en Klondike. Pero Buck no leía los periódicos ni sabía que Manuel, uno de los ayudantes del jardinero, fuera un sujeto indeseable. Manuel tenía un vicio, le apasionaba la lotería china. y además jugaba confiando en un método, lo que le llevó a la ruina inevitable. Porque el jugar según un método requiere dinero y el salario de un ayudante de jardinero escasamente cubre las necesidades de una esposa y una numerosa prole.
 La memorable noche de la traición de Manuel, el juez se encontraba en una reunión de la Raisin Growers' Association* y los muchachos, atareados en la organización de un club deportivo. Nadie vio salir a Manuel con Buck y atravesar el huerto, y el animal supuso que era simplemente un paseo. Y nadie, aparte de un solitario individuo, les vio llegar al modesto apeadero conocido como College Park. Aquel sujeto habló con Manuel y hubo entre los dos un intercambio de monedas.
 -Podrías envolver la mercancía antes de entregarla -refunfuñó el desconocido y Manuel pasó una fuerte soga por el cuello de Buck, debajo del collar.
 -Si la retuerces lo dejarás sin aliento -dijo Manuel, y el desconocido afirmó con un gruñido.
Buck había aceptado la cuerda con serena dignidad. Era un acto insólito, pero él había aprendido a confiar en los hombres que conocía y a reconocerles una sabiduría superior a la suya. Pero cuando los extremos de la soga pasaron a manos del desconocido, soltó un gruñido amenazador. No había hecho más que dejar entrever su disgusto, convencido en su orgullo que una mera insinuación equivalía a una orden. Pero para su sorpresa, la soga se le tensó en torno al cuello y le cortó la respiración. Furioso, saltó hacia el hombre, quien lo interceptó a medio camino, lo aferró del cogote y, con un hábil movimiento, lo arrojó al suelo. A continuación, apretó con crueldad la soga, mientras Buck luchaba frenéticamente con la lengua fuera y un inútil jadeo de su gran pecho. Jamás en la vida lo habían tratado con tanta crueldad y nunca había experimentado un furor semejante. Pero las fuerzas le abandonaron, se le pusieron los ojos vidriosos y no se enteró siquiera de que, al detenerse el tren, los dos hombres lo arrojaban al interior del furgón de carga.
 Al volver en sí tuvo la vaga conciencia de que le dolía la lengua y de que estaba viajando en un vehículo que traqueteaba. El agudo y estridente silbato de la locomotora al acercarse a un cruce le reveló dónde estaba. Había viajado demasiadas veces con el juez, para no reconocer la sensación de estar en un furgón de carga. Abrió los ojos, y en ellos se reflejó la incontenible indignación de un monarca secuestrado. El hombre intentó cogerlo por el pescuezo pero Buck fue más rápido que él. Sus mandíbulas se cerraron sobre la mano y él no las aflojó hasta que, una vez más, perdió el sentido.
 -Le dan ataques -dijo el hombre, ocultando la mano herida ante la presencia del encargado del vagón, a quien había atraído el ruido del incidente-. Lo llevo a San Francisco. El amo lo manda a un veterinario que cree que podrá curarlo.
 Acerca del viaje de aquella noche habló el hombre con suma elocuencia en la trastienda de una taberna en el muelle de San Francisco.
 -No saco más que cincuenta por él -rezongó-; y no lo volvería a hacer por mil, a toca teja.
 Llevaba la mano envuelta en un pañuelo ensangrentado y tenía la pernera derecha del pantalón rasgada de la rodilla al tobillo.
 -¿Cuánto sacó el otro pasmado? -preguntó el tabernero.
 -Cien -fue la respuesta-. No habría aceptado ni un céntimo menos, así que...
 -Eso hace ciento cincuenta -calculó el tabernero-; y ése los vale, o yo no sé nada de perros". 
 
*Asociación de cultivadores de pasas

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