Quinta parte: El adiós al pasado
"-Vamos, deje esos tapetes y esa loza y que se vayan al diablo. Hay otras cosas de qué preocuparse. Sí, es una lástima que no nos viéramos ayer noche. Todo era muy distinto. Le habría explicado la mecánica celestial y respondido a todas esas condenadas preguntas. No, sin bromas. Sentía un gran deseo de hablar de mis cosas. Hablar de mi mujer, de mi hijo, de mi vida. ¡Caray, parece mentira que un hombre no pueda hablar con una mujer de su edad sin que se sospeche que hay algo detrás! Que el diablo se lleve todo lo que hay detrás y delante. Pero, por favor, planche, planche su ropa y no me haga caso. Hablaré, hablaré mucho. ¡Piense qué tiempos son éstos! ¡Y nosotros los vivimos! Cosas tan extraordinarias solamente ocurren una vez en la eternidad. Es como si un vendaval se hubiese llevado el tejado de toda Rusia, y nosotros junto con todo el pueblo nos hubiéramos encontrado, de pronto, a la intemperie, bajo el cielo. Y no hay nadie que nos guarde. ¡La libertad! La verdadera libertad no es la de la palabra, la de las reivindicaciones, sino una libertad caída del cielo, inesperadamente. es una libertad obtenida por casualidad, por error. ¡Y qué grandes se sienten los hombres en su desorientación! ¿Lo ha advertido? Como si cada uno se sintiera aplastado por sí mismo, por la fuerza heroica que ha descubierto en él. Pero le digo que planche. Se calla usted. ¿No le aburro? Voy a darle la otra plancha. Ayer estuve en el mitin nocturno. Un espectáculo extraordinario. La madrecita Rusia se ha movido. Incapaz de quedarse en su sitio, camina de un lado para otro, no se encuentra y habla y habla sin cesar. Y no basta que hablen sólo los hombres. Las estrellas y los árboles se han reunido y charlan, y las flores nocturnas filosofan y las casas celebran mítines. Es algo evangélico, ¿verdad? Como en el tiempo de los apóstoles. ¿Se acuerda de Pablo? "Hablad las lenguas y profetizad. Rogad para que se os dé el don de la interpretación".
-Comprendo lo que usted dice de los mítines, de los árboles y las estrellas. Sé lo que quiere decir. Yo también lo he experimentado.
-La mitad de esto lo ha hecho la guerra, el resto lo ha hecho la revolución. La guerra ha sido una interpretación artificial de la vida como si la existencia pudiera prorrogarse momentáneamente. ¡Qué absurdo! La revolución se ha producido sin intención, como un suspiro cuando se ha contenido. Y demasiado tiempo el aliento. Cada hombre se ha transformado y cambiado. Diríase que en cada persona se han producido dos revoluciones: una propia, individual, y la otra general. Tengo para mí que el socialismo es un mar en el cual deben de confluir como ríos todas esas distintas revoluciones individuales, el mar de la vida, el mar de la autenticidad de cada uno. El mar de la vida, digo, de esa vida que se puede ver en los cuadros, de la vida como la intuye el genio, creadoramente enriquecida. Pero hoy los hombres han decidido no experimentarla en los libros, sino en sí mismos; no en la abstracción, sino en la práctica.
Un repentino temblor de su voz traicionó en Zhivago una incipiente emoción. Dejando por un instante de planchar, Larisa Fiódorovna lo miró seria y asombrada. Él se turbó y perdió el hilo del discurso. Después de un breve y embarazoso silencio, siguió hablando: desordenadamente, sin ton ni son.
-En estos días se tienen deseos de vivir de un modo honrado y fecundo. Participar del fervor general. Y he aquí que, en medio de la alegría que ha conquistado a todos, veo su mirada extrañamente triste, perdida en la lejanía, Dios sabe dónde. ¡Qué no daría yo para que no fuese así, por que se leyera en su cara que está usted contenta de su destino y que no necesita a nadie! Por que alguna persona a quien usted quisiera, un amigo suyo o su marido (mejor si fuese un militar), me cogiera del brazo y me rogara que no me inquietase por tu suerte y que le evitase a usted mis solicitudes. Pero yo me soltaría el brazo, levantaría la mano y... ¡no sé lo que digo! Perdóneme, se lo ruego.
La voz volvió a traicionar al doctor".
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