Acto primero. Escena I
(Sala de una posada. El marqués de Forlipópolis y el conde de Albaflorida.)
Marqués: Entre vos y yo hay cierta diferencia.
Conde: En la posada tanto vale vuestro dinero como el mío.
Marqués: Pero si la posadera me otorga ciertos privilegios, es porque los merezco más que vos.
Conde: ¿Por qué motivo?
Marqués: Porque yo soy el marqués de Forlipópolis.
Conde: Y yo, el conde de Albaflorida.
Marqués: ¡Ya, conde! Condado comprado.
Conde: Yo he comprado el condado como vos habéis vendido el marquesado.
Marqués: Bueno, basta; yo soy quien soy, y se me debe respeto.
Conde: ¿Y quién os está faltando al respeto? Sois vos quien, hablando con demasiada libertad...
Marqués: Yo estoy en esta posada porque amo a la posadera. Todos lo saben, y todos han de respetar a una joven que me gusta.
Conde: ¡Ah, ésta sí que es buena! ¿Acaso pretendéis impedirme que corteje a Mirandolina? ¿Por qué creéis que estoy en Florencia? ¿Por qué imagináis que estoy en esta posada?
Marqués: Bueno. No conseguiréis nada.
Conde: ¿Yo no, y vos sí?
Marqués: Yo sí, y vos no. Mirandolina necesita mi protección.
Conde: Lo que Mirandolina necesita es dinero, no protección.
Marqués: ¿Dinero?... Eso no me falta.
Conde: Yo gasto un cequí al día, señor marqués, y la regalo continuamente.
Marqués: Pues yo lo que hago no lo digo.
Conde: Vos no lo decís, pero se sabe.
Marqués: No se sabe todo.
Conde: Sí, querido señor marqués, se sabe. Los criados lo dicen. Tres reales al día.
[...]
Escena IV
El Caballero de Rocatallada, desde su habitación, y los mismos
Caballero: Amigos, ¿qué alboroto es éste? ¿Hay algún desacuerdo entre vuestras mercedes?
Conde: Discutíamos sobre una cuestión muy interesante.
Marqués: (Irónico.) El conde discute conmigo sobre el valor de la nobleza.
Conde: Yo no le quito mérito a la nobleza, pero sostengo que, para darse caprichos, lo que hace falta es dinero.
Caballero: A decir verdad, querido marqués...
Marqués: Ea, hablaremos de otra cosa.
Caballero: ¿Cómo habéis llegado a esa discusión?
Conde: Por el motivo más tonto del mundo.
Marqués: ¡Sí, eso! El conde lo ridiculiza todo.
Conde: El señor marqués ama a la posadera. Yo la amo aún más que él. Él pretende que le corresponda como tributo a su nobleza. Yo lo espero como recompensa a mis atenciones. ¿No os parece que la cuestión es ridícula?
Marqués: Es que hay que ver con qué interés la protejo yo.
Conde: (Al Caballero.) Él la protege y yo gasto.
Caballero: La verdad es que no se puede discutir por un motivo que menos lo merezca".
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