lunes, 25 de enero de 2016

"Ellos".- Amado Nervo (1870-1919)

 
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La libertad

 "Ramírez sale de su casa con dirección al taller.  El airecillo fresco le picotea el rostro y le tonifica los nervios.  El día se muestra despejado, la luz del sol invade en oleadas de oro las calles, bruñe los edificios y transfigura la nieve de las montañas lejanas.
 Ramírez se siente feliz de vivir y experimenta esa alegre necesidad de trabajo que es propia de hombres sanos.  En llegando al taller, continuará la talla de un mueble estilo Luis XV en el que ha puesto sus complacencias. Se trata de un respaldo de nogal, coronado por un casco, con una gran cimera, rodeada de motivos más vagos, de volutas en que la molicie de las curvas alardea de toda su gracia; de rizos, de ondulaciones mil, donde la imaginación puede poner los contornos de cuantas figuras sueñe.
 Ramírez está en paz con la vida, con la sociedad, consigo mismo, y contento de su fuerza y de su inteligencia.  Ramírez es un optimista.
 Todo contribuye, por lo demás, a que Ramírez sea un optimista. En el hogar, modesto, pero confortable y limpio, ha saboreado la gran taza de café con leche que las manos activas y cordiales de la esposa joven, alegre, le han servido, en la pequeña alcoba llena de gorjeos de dos amorcillos morenos que juegan aún en la cama.
 Gana un buen jornal. El patrón lo quiere. Con las economías que su mujer, solícita y previsora, reúne, Ramírez acabará por abrir un taller. Educará bien a sus hijos y les dejará un honorable patrimonio. La moral en acción, ¿no es eso?
 Cuando Ramírez llega a esta parte de su pensamiento, empieza a percibir voces nutridas, cantos de vivos compases, gritos, y recuerda que numerosos obreros de diferentes fábricas han decidido declararse en huelga, por lo de siempre: aumento de jornal, disminución de horas de trabajo o ambas cosas a la vez.
 A él le hablaron de organizar un grupo, de tomar la palabra en una manifestación, de influir en el ánimo de los oficiales que trabajaban con él, para que todos, absolutamente todos, acudiesen al llamamiento de sus compañeros, y él rehusó secamente.
 -Yo no tengo de qué quejarme -respondió.
 La masa de obreros, entre tanto, se aproximaba y, al distinguir a Ramírez, la intensidad de sus voces aumentó: primero le llamaron "tránsfuga". Luego, "traidor".
 Una delegación se aproximó enseguida a él y lo invitó, con palabras en que apuntaban tonos de amenaza, a que se uniese a ellos.
 El jefe de la delegación, uno de los huelguistas más influyentes, le indicó que debía hacerlo.
 -¿Debo? ¿Por qué? -preguntó Ramírez.
 -Por solidaridad -respondió el jefe, dignándose discutir con él.
 -Yo no estoy de acuerdo con vosotros -insinuó Ramírez-. Yo estoy satisfecho de mi situación actual. Necesito trabajar y trabajaré.
 -No trabajarás-dijo el otro-, porque estás obligado a solidarizarte con nosotros.
 -Yo no puedo -replicó Ramírez- solidarizarme con gentes que piensan de diferente manera que yo.
 -Hay, sin embargo, deberes mutuos.
 -Nunca serán más grandes que los que yo tengo para con mi mujer y para con mis hijos.
 -Nosotros trabajamos por la justicia y por la libertad.
 -Pues empezad por ser justos conmigo: empezad por respetar mi libertad, la libertad de un obrero que quiere trabajar.
 -Es que, trabajando, ayudas a la tiranía del Capital.
 -Y no trabajando me someto a otra tiranía peor: la vuestra, la de la huelga. Ahora bien, entre las dos tiranías, prefiero la de uno a la de muchos, la que yo elijo a aquélla que se me impone.
 -La huelga es un derecho.
 -Pero no un deber.
 -Si no estás con nosotros, estás contra nosotros.
 -Ni lo uno ni lo otro. Luchad por obtener lo que os plazca, no me opongo; pero, puesto que reclamáis derechos, empezad por respetar uno indiscutible, el que yo tengo de hacer lo que me plazca, mi derecho al trabajo.
 -No trabajarás.
 -Sí, trabajaré. Es preciso que mi mujer y mis hijos coman. Holgad vosotros, si así os conviene.
 -Primero son tus compañeros.
 -Primero son mi mujer y mis hijos.
 -No trabajarás.
 En esto los gritos recomienzan: ¡Muera la Tiranía! ¡Viva la Libertad!"

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