sábado, 23 de enero de 2016

"Cantar de Roldán".- Anónimo (siglo XI)

 
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Carlomagno derrota a los sarracenos a orillas del Ebro
 
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 "El emperador hace sonar sus clarines y luego el barón cabalga con su gran hueste. Han encontrado las huellas de los de España; emprenden la persecución, todos con el mismo intento. Cuando el rey ve que declina el atardecer, desmonta el rey en la hierba verde de un prado, se postra en tierra y ruega a Nuestro Señor que por él haga parar el sol, retrasar la noche y prolongar el día. He aquí que un ángel que suele hablar con él le ha ordenado al punto: "Carlos, cabalga, que no te falta la claridad. Dios sabe que has perdido la flor de Francia. Te puedes vengar de la gente criminosa." A estas palabras el emperador ha montado.
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 Dios obró un milagro muy grande por Carlomagno, pues el sol se quedó quieto. Los paganos huyen; bien los francos los persiguen. Los van alcanzando en Val Tenebrosa; hacia Zaragoza los persiguen atacando y los van matando a pleno golpe y les copan las vías y los caminos mayores. Queda ante ellos el río Ebro: es muy profundo, terrible y rápido, y en él no hay barca, galeaza ni chalana. Los paganos invocan a uno de sus dioses, Tervagán, y luego se precipitan dentro [del río], pero no tienen salvación. Los que llevan armadura son los más pesados; cayeron al fondo algunos de ellos; los demás van flotando a la deriva, y los más afortunados han bebido tanto que se han ahogado en terrible afán. Los franceses gritan: "¡Malogrado Roldán!"
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 Cuando Carlos ve que todos los paganos han muerto, unos por las armas y la mayoría ahogados, y que sus caballeros tienen gran botín, el gallardo rey echa pie a tierra, se postra y da gracias a Dios. Cuando se levanta, el sol se ha puesto. Dijo el emperador: "Tiempo es de acampar; es tarde para volver a Roncesvalles. Nuestros caballos están cansados y rendidos: quitadles las sillas, los frenos que llevan en la cabeza y dejadlos refrescar por estos prados". Responden los francos: "Señor, decís bien."
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 El emperador ha establecido su campamento. Los franceses desmontan en la tierra desierta. Han quitado a los caballos las sillas y los frenos dorados sacan de bajo sus cabezas; les entregan los prados, donde hay mucha hierba fresca: no les pueden prestar otro cuidado. El que está muy cansado se duerme en el suelo. Aquella noche no apostaron centinelas.
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 El emperador se ha acostado en un prado; el barón deja en la cabecera su gran azcona; aquella noche no quiere desarmarse. Lleva puesta su blanca loriga jalde, enlazado su yelmo gemado de oro y ceñida a Joyosa, de la cual nunca hubo par y que muda de reflejos treinta veces al día. Mucho podríamos hablar de la lanza con la que Nuestro Señor fue herido en la cruz. Carlos, por la gracia de Dios, posee su hierro y lo hizo engastar en la dorada empuñadura. Por este honor y por esta bondad la espada recibió el nombre de Joyosa. Los barones franceses no lo deben olvidar: por ella tienen por enseña gritar Monjoya, y por ello ninguna gente puede oponérseles.

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 Clara es la noche y resplandeciente la luna. Carlos se acuesta, pero siente dolor por Roldán y fuerte pesadumbre por Oliveros y por los doce pares y la francesa gente que ha dejado muertos ensangrentados en Roncesvalles. No puede evitar llorar y lamentarlos y ruega a Dios que sea protector de sus almas. El rey está cansado, pues la pena es muy grande, y se ha dormido: no puede más. Los francos se duermen ahora por todos los prados; no hay caballo que pueda mantenerse en pie: el que quiere hierba, la come echado. Mucho ha aprendido el que bien conoce afanes".  

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