domingo, 31 de mayo de 2015

"Hipólito".- Eurípides (480 a.C. - 406 a.C.)


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"Fedra: Mujeres de Trozén que habitáis esta entrada de la tierra de Pélope, son muchas veces ya las que, en el largo espacio de la noche, he meditado sobre lo triste que es la vida de los hombres. Yo creo que sus desgracias no dependen de su entendimiento, pues muchos de ellos son sensatos; más bien hay que mirarlo de este modo: sabemos, conocemos lo que es bueno, pero no lo cumplimos; los unos, por cobardes y los otros, prefiriendo un placer en lugar de lo honroso. Son muchos los placeres de la vida: la larga charla y el ocio -dulce mal- y la falsa vergüenza. Hay dos: una que es buena y otra que es ruina de la casa; si se las definiera claramente, no serían dos con la misma palabra.
 Y pues que pienso así, no iba a borrarlo con ningún encantamiento hasta cambiar de pensamiento. Voy a contarte los caminos de mi mente. Cuando el amor me hirió, busqué el modo de soportarlo mejor. Comencé por callar y encubrir mi mal, porque no es fiel la lengua que sabe reprender la audacia de los otros pero recibe muchos males por obra de sí misma. Luego quise hacer frente a la pasión venciéndola con mi buen juicio. Y, al fin, en tercer término, después de que no logré por estos medios derrotar a Afrodita, me resolví a morir, que es el consejo más seguro: nadie podrá negarlo. Ojalá me sea dado, cuando obro el bien, no hacerlo inadvertido y si realizo el mal, que no sea con testigos. Mi acción y mi pasión, bien lo veía, eran infames; y además, siendo mujer, sería odiada por todos. Oh, ¡muriera con infamia la primera que deshonró su lecho con extraños! Fue de mansiones nobles de donde se extendió este mal a las mujeres; cuando las de alta cuna aceptan algo deshonroso, mucho más a las gentes parecerá que es cosa noble. Y odio a las recatadas en palabras pero que ocultamente tienen audacias de pecado. ¿Cómo, diosa Afrodita, hija del mar, miran al rostro de su esposo y no temen que sus cómplices, las sombras y paredes de la casa, cobren voz?
 Esto es, amigas, lo que me hace morir, para que nunca me sorprendan llevando deshonor a mi marido ni tampoco a los hijos que he dado a luz: libres, pudiendo hablar ante cualquiera, habiten la noble ciudad de Atenas, teniendo un nombre limpio por su madre. Pues hace esclavo a un hombre, aun valeroso, el saber la deshonra de su madre o su padre. Sólo una cosa dura hasta el fin de la vida: una conducta recta y noble, cuando existe. A los malvados los saca a la luz el tiempo, cuando llega, poniéndoles su espejo ante la vista, igual que a una muchacha; no sea contada yo entre ellos.
 Coro: ¡Ah! ¡Qué hermosa es siempre la virtud! Recoge buena fama entre los hombres.
 Nodriza: Dueña mía, hace un momento, tu pasión me hizo sentir un terror repentino; pero ahora veo que fui demasiado ligera, pues entre los mortales son más sabios los segundos pensamientos. Nada extraño has sufrido, ni fuera de razón: te ha infundido su pasión la diosa. Amas: ¿qué maravilla es esto? Igual que muchas otras. Y siendo así, ¿vas a perder tu vida por causa del amor? No va a compensar a los enamorados y a los que hayan de estarlo, si es que deben morir. A Afrodita no puede hacerse frente cuando se lanza con violencia: al que encuentra soberbio y desdeñoso, lo aprisiona -no lo dudes- y se ensaña con él. Camina por el aire, está en la ola del mar, todo nació de ella. Siembra los hijos, da el amor, del cual hemos nacido todos cuantos vivimos en la tierra. Los que conocen los escritos de los hombres de otro tiempo y tienen trato con las musas saben que Zeus ansió la boda de Semele y saben que la Aurora de hermosa luz llevó al Olimpo a Céfalo, al lado de los dioses, por amor, y sin embargo, viven en el cielo y no se ocultan de los dioses sino que, en mi sentir, están contentos de que el amor les derrotara.
 Y tú, ¿no cederás? En ese caso, debería tu padre haberte dado el ser como a un ser diferente o bajo el reino de otros dioses, si es que no has de aceptar ahora estas leyes. ¿Cuántos maridos, hombres sensatos, imaginas que, al ver su lecho deshonrado, fingieron no ver nada? ¿Y cuántos padres no ayudaron a sus hijos a conseguir algún amor culpable? Esto es propio de sabios: que no se vea lo que no es honorable. Los mortales no deben de querer su vida demasiado perfecta, pues ni el techo que cubre su morada son capaces de ajustarlo exactamente. Y tú, caída en el océano del poderío divino, ¿cómo podrás nadar hasta la orilla? En verdad, si hay más de bueno que de malo en ti, siendo humana, es grande ya tu ventura.
 Ea, pues, niña querida, deja tu obstinación y cesa en tu impiedad; pues impiedad es esto: querer tener más fuerza que los dioses. Ten el valor de amar: la diosa lo ha querido. Ya que sufres de amor, vence tu sufrimiento. Porque hay encantamientos, filtros de amor; encontraremos una medicina para este dolor. ¡Si no hallamos recursos las mujeres, difícilmente los hallarán los hombres!"  

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