jueves, 21 de mayo de 2015

"Tunc".- Lawrence Durrell (1912-1990)


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II
 "Prosiguió su discurso, aderezándolo con gestos atinados y expresivos.
 -¿Qué puedo, entonces, decirles acerca del hombre, de los hombres que levantaron e idearon este trofeo? En verdad, todo. Y además, todo cuanto ustedes saben perfectamente bien, aunque quizá sin percatarse de ello. Porque todos nosotros hemos pasado nuestro período de vida intrauterina, ¿verdad? Todos fuimos alguna vez habitantes de la prehistoria y todos, también, nos abrimos paso hacia esto que llamamos mundo. Si yo puedo narrarles ahora la autobiografía de esta obra de arte es, simplemente, porque comienza con mi propio nacimiento: les daré su genealogía al hablarles de la mía.
 En las primeras veinticuatro horas de vida debemos sobrellevar una reorganización total de la criatura recién nacida; de animal acuático se transforma en terrestre. Ni la metamorfosis de la crisálida en mariposa es tan radical, tan completa, tan drástica. La piel, por ejemplo, de órgano interno y enclaustrado que era pasa a ser órgano externo, expuesto a la fría e inclemente atmósfera. El cuerpo del pequeño mártir debe soportar un atroz descenso de temperatura. Luz y sonido perforan como pequeños taladros sus ojos y oídos. No es extraño que yo chillara". -Y al decir esto, Caradoc lanzó un alarido breve pero espeluznante-. Luego, y para proseguir con el tema, el recién nacido, como un explorador, debe satisfacer sus propias necesidades de oxígeno. ¿Es esto libertad? Y ¡qué decir de los estímulos que recibe la diminuta máquina! ¿Por qué tendrían que ser tan difíciles de aceptar? pequeñas bocanadas de mortífero monóxido de carbono, con su secuela de leve pero inevitable hipoxia. ¡Ayyy! ¿Puede entonces parecer extraño que mi único deseo fuese regresar no sólo al acogedor seno materno, sino más lejos aún, a los testículos del mono ancestral, del que mi padre fue apenas un intermediario? Puedo asegurarles que todo esto no le resultó a Caradoc nada divertido. Mi centro respiratorio trabajaba con dificultad. Tendido sobre la losa, la losa funeraria de mi vida inmortal, me retorcía como una raya dentro de una sartén. pero esto, que ya era demasiado, no era todavía suficiente. A las pocas horas se me impuso una reorganización más violenta aún: todo mi sistema cardiovascular, tan bien equilibrado e instalado en el estado socialista del vientre materno, debió pasar, del torpe pero generoso latido de la nutrición placentaria, a un nuevo orden, a un sistema enteramente nuevo. A partir de ese momento mis pulmones habrían de ser mi principal, mi única, en verdad, fuente de oxígeno. Piénselo y se apiadarán de la temblorosa criatura.
 Al decir esto, y a modo de ilustración, el orador se retorció en una serie de estremecimientos y dio un tirón a la botella, como si ella pudiese darle calor y consuelo ante tan penosos recuerdos.
 -Cuando nacemos, nuestros centros reguladores del calor están dolorosamente inmaduros, y deben transcurrir semanas y semanas antes de que los motores se perfeccionen. Al nacer, como he dicho, se produce un calamitoso descenso de temperatura, pero no existen todavía dientes para castañear. Es preciso superar todo eso, y de alguna manera, yo lo logré. Sí. Alcancé el estado conocido con el nombre de poiquilotermia, una temperatura que cambia de acuerdo con la de la atmósfera. El médico se extasiaba con la palabreja: ¡poiquilotermia! Me introdujo un dinamómetro en el trasero y comenzó a descifrar los impulsos, marcando el tiempo con el dedo. pero yo me moría de deseos de renunciar a esa lucha desigual, de retirar mi pensión y abandonar el campo de batalla. No puedo negar, sin embargo, que ya durante mi período de vida intrauterina había adquirido cierta práctica en tragar. también había experimentado algunos lánguidos movimientos del tubo gastrointestinal, una práctica puramente imitativa. Aunque no sabía de su significado más de lo que sabe un recluta acerca de las verdaderas intenciones de un entrenamiento militar intensivo; menos, en verdad, mucho menos, diría yo. El recluta puede intuir, pero yo ¿cómo podía imaginar mi propio futuro?
 Claro está que ya existían ciertos movimientos de succión antes de que hubiese nada digno de ser succionado, como quien dice. Ah, la teta. ¡Qué inefable alivio cuando apareció! ¡Qué premio de consolación!
 Amigos míos, es fundamental que comprendamos todo esto para poder pensar seriamente en el Partenón. El interior de un bebé es estéril al nacer; pero, a las pocas horas... ¡caramba!, es como si hubiese absorbido todos los gérmenes que hacen que la vida humana sea tan digna de no ser vivida entre nuestros mortales contemporáneos".  
 

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