sábado, 23 de mayo de 2015

"Las crónicas del Sochantre".- Álvaro Cunqueiro (1911-1981)


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Tercera parte: Viajes y aventuras. II

 "-Sobre las once -aseguró dirigiéndose a monsieur De Nancy, que echaba una mirada a la plaza por el ventano-, le sacan la funda a la guillotina. Hoy no hay más penado que un ciego de Guimiliau, al que oyeron en Saint-Malo cantar unas coplas realistas.
 -¡Los ciegos siempre fueron sagrados en Bretaña!
 -Madame, los nuevos tiempos no quitan la gorra a nadie.
 -Este ciego que va a probar hoy la cuchilla del Gran Guillotin -dijo Mamers el Cojo, mientras le aceptaba a monsieur De Nancy una toma de rapé-, digo yo que no será el ciego del milagro de Saint-Pol de Léon, que también era de Guimiliau, hijo de una tejedora que venía en los otoños a Quimper, a tejer ropas de abrigo por las casas. El padre parece que era un cobertorero de Châteaulin. Nació el niño bisojo, y en el ojo bizco se le fue poniendo una nube roja, de forma que al poco tiempo quedó ciego de él. Sabido es que los bizcos de ojos rojos aportan muy fácilmente la desgracia, y aquél de Guimiliau desde que empezó a andar sembraba en el país pérdidas a montones, males de ojo, extravíos de dinero y de gentes, pedrisco en el trigo cuando no tizón, o se quemaban almiares y pajares, se volvían rabiosos los perros, malparían las vacas y casadas que lo habían mirado, le venía fiebre postema al ganado lanar, y cualquiera que cayese donde había pisado el tuerto, o rompía por un nada brazo y pierna, o quedaba herniado; se alteraba el vino en las tabernas, y cuando lo llevaron en romería al convento de Mermuid, a las señoras monjas les salieron verrugas en el ombligo. Lo tenían por apestado y lo corrían a pedradas del camino y de las calles y uno del lugar de Claouët, que ya había matado a un quesero en una fiesta, se había comprometido con un tío del niño para ahogarlo en el pozo de Carantec el día de San Andrés Avelino, que se había empeñado en que fuera el tuertecillo quien le había maleficiado un toro que tenía, que quedó muerto de pie cuando iba a cubrir a la vaca del cura de Rancy; una vaca negra que había venido de la Gran Cartuja. Se supo que el bizco había visto pasar la vaca desde un otero. El cura también estaba cabreado, pues por estar ya parada la vaca para ser cubierta y luego no serlo, se le puso el celo vario y no se logró de ella cría alguna.
 De la sidra que había traído para animar la espera, echó Memers, que nunca había hablado tanto ni tan seguido, dos tragos largos, con gran movimiento de nuez, la que tenía suelta desde que lo ahorcaron en Rennes. Se limpió en la sobremanga y muy esmeradamente.
 -A consecuencia de una voz que corrió de ocultis por Guimiliau supo la tejedora lo tramado contra el fruto de su vientre, y determinó llevarlo a Saint-Pol de Léon ofrecido, con una cabecita de cera en las manos y vestido de primer cristiano, el día en que celebraban allí la fiesta los cesteros de Kerjean. La madre se arrodilló delante del santo con el niño en el regazo, pues tendría sobre nueve años el bizquito, y le pedía a San Pol que se lo curase o lo llevase, pues aquélla no era vida, y la manía que había en Guimiliau era la de ahogar al bizco o volarle la cabeza de una pedrada. Y estaba la madre llorando y demandando ayuda de santo tan estimado y hasta le prometía un ojo de plata, al propio tiempo que fuera hacían los cesteros la corrida de la pólvora, en la que son tan famosos, y aquel año se estrenaba una rueda que se llamaba "Le siège d'Arras", y había una de regalo que mandara el Valenciano de Brest, que era el mejor fabricante de fuegos de artificio que había entonces en Bretaña, y se llamaba la rueda "La noya bomba", y fue quemándose ésta cuando un petardo de luz con varilla de aumento, que era parte del quitasol de la figura, chocó contra la linterna del ábside, rompió dos vidrios, y vino a quebrar en la propia mitra del santo: una salva de chispas fue a caer sobre la madre y el hijo, con la oportunidad de que la mayor le quemó al bizco el ojo sano, pasando de tuerto a ciego. Los ciegos eran otrora, como decía madame, sagrados en Bretaña, por lo que se consideró aquello un milagro de San Pol, que había encontrado un camino tan sorprendente para salir de la demanda. La casa de la tejedora se llenó de limosnas, y hasta el dueño del toro vino de rodillas desde Clouët a Guimiliau con dos docenas de huevos en un cesto, y venía gente de la nobleza a tocar la cabeza del cieguecito".

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