lunes, 18 de mayo de 2015

"Discurso del método".- René Descartes (1596-1650)


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Cuarta parte: pruebas de la existencia de Dios y del alma humana, o fundamentos de la metafísica

 "Luego, examinando con atención lo que yo era, y viendo que podía imaginar que no tenía cuerpo y que no había mundo ni lugar alguno en que estuviese, pero que no por eso podía imaginar que no existía, sino que, por el contrario, del hecho mismo de tener ocupado el pensamiento en dudar de la verdad de las demás cosas se seguía muy evidente y ciertamente que yo existía; mientras que, si hubiese cesado de pensar, aunque el resto de lo que había imaginado hubiese sido verdadero, no hubiera tenido razón alguna para creer en mi existencia, conocí por esto que yo era una sustancia cuya completa esencia o naturaleza consiste sólo en pensar, y que para existir no tiene necesidad de ningún lugar ni depende de ninguna cosa material; de modo que este yo, es decir, el alma, por la que soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo, y hasta más fácil de conocer que él, y aunque él no existiese, ella no dejaría de ser todo lo que es.
 Después de esto me puse a considerar lo que se requiere, en general, para que una proposición sea verdadera y cierta; pues, en vista de que acababa de encontrar una que sabía que lo era, pensé que debía saber también en qué consistía esta certidumbre. Y habiendo observado que en la proposición pienso, luego existo, lo único que me asegura de que digo la verdad es que veo muy claramente que para pensar es necesario ser, juzgué que podía tomar como regla general que las cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas, y que solamente hay alguna dificultad en advertir bien cuáles son las que en realidad concebimos distintamente.
 A continuación, reflexionando en este hecho de que yo dudaba, y en que, por consiguiente, mi ser no era enteramente perfecto, puesto que veía claramente que había más perfección en conocer  que en dudar, quise indagar de dónde había aprendido yo a pensar en algo más perfecto que yo mismo, y conocí con evidencia que tenía que ser de alguna naturaleza que, en efecto, fuese más perfecta. En lo referente a los pensamientos que yo tenía de muchas otras cosas exteriores a mí, como el cielo, la tierra, la luz, el calor y otras mil, no me costaba tanto trabajo saber de dónde procedían, porque, no encontrando en ellas nada que me pareciese hacerlas superiores a mí, podía creer que si eran verdaderas, dependían de mi naturaleza, en cuanto que ella poseía alguna perfección, y si no lo eran, que las tenía de la nada, es decir, que estaban en mí por ser yo defectuoso. Pero no podía ocurrir lo mismo con la idea de un ser más perfecto que el mío, pues el tenerla de la nada era cosa manifiestamente imposible. Y, como no hay menos repugnancia en que lo más perfecto sea consecuencia y dependencia de lo menos perfecto que en algo proceda de nada, no podía venirme tampoco de mí mismo. De modo que no quedaba sino que hubiese sido puesta en mí por una naturaleza verdaderamente más perfecta que yo, e incluso que reuniese en sí todas las perfecciones de que yo pudiera tener alguna idea; es decir, para explicarme en una sola palabra, que fuese Dios. [...]
 En fin, si todavía hay hombres que no estén bastante persuadidos de la existencia de Dios y del alma por las razones que he expuesto, quiero que sepan que todas las demás cosas de que se creen quizá más seguros, como de tener un cuerpo, y de que hay astros y una tierra y cosas semejantes, son menos ciertas; pues, aunque de estas cosas se tenga una seguridad moral, tal que parezca no poder dudar de ellas a menos de ser extravagante, tampoco se puede negar, no obstante, cuando de certeza metafísica se trata, a menos de ser irrazonable, que sea suficiente motivo para no estar completamente seguro de ellas el haber advertido que, mientras se duerme, puede uno imaginarse de la misma manera que tiene otro cuerpo y que ve otros astros y otra tierra, sin que haya nada de ello. Pues, ¡de dónde se sabe que los pensamientos que sobrevienen en el sueño son más falsos que los demás, siendo así que con frecuencia no son menos vivos y expresos? Y por mucho que estudien la cuestión los espíritus más selectos, no creo que puedan dar ninguna razón suficiente para evitar esta duda, si no presuponen la existencia de Dios".

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