miércoles, 13 de mayo de 2015

"Temporada de ángeles".- Lisandro Otero (1932-2008)


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Catorce.- Primavera y verano de 1643

 "Y entonces apareció Cromwell, el coronel Cromwell. ¡Cromwell, Cromwell, Cromwell! Cuántas veces le asaltaba a Stanton este nombre en los últimos tiempos: repetido en los discursos, mencionado en las calles, discutido en las hospederías, insultado en la Corte, admirado por los cabeza redonda, maldecido por los caballeros: Cromwell. ¿De dónde había surgido este desaliñado y taciturno diputado? Stanton le había visto en los recesos del Parlamento, escuchó algunos de sus pocos y mediocres discursos en Westminster, pero le acuciaba la curiosidad: ¿de dónde surgía este militar aficionado, este hacendado que pretendía reformar el Ejército con métodos de los que nunca antes se había oído hablar? El Rey fracasó intentando obtener una rápida victoria, eso era sabido, como también lo era que muchos trataban de salir indemnes de la guerra, con el menor quebranto posible: por ello pagaban impuestos al bando que dominaba en su región o costeaban la leva de un contingente armado para evitar la confiscación de sus dominios, buscando más la salvaguarda de sus caudales que cumplir con una conciencia que no poseían. Pero ése no era el caso de este Cromwell, quien parecía creer en lo que decía. Sí, creía evidentemente en las doctrinas y en los discursos, con grandes esfuerzos, contracciones, espasmos y estertores del espíritu: de ello había dado pruebas. Quizás su infancia influyera: se decía que siendo niño observó una visión radiante que le predijo que sería el más grande hombre de Inglaterra; si ello sucedió realmente -pensó Stanton al saberlo-, quién sabe la marca indeleble, las precipitaciones y torbellinos, las ambiciones que una quimera puede desencadenar. Se decía que su familia, tíos y primos, se había enriquecido con el saqueo y las expropiaciones de monasterios en tiempos de Enrique VIII; se decía que aún un infante, soñó que un día sería rey y lo contó a sus padres; se decía que jugando con el príncipe de Gales, el futuro Carlos I, lo derribó por tierra; se decía que un mono lo raptó de su cuna; se decía que pasó su tiempo en la Universidad de Cambridge entre putas y borracheras y descuidó sus estudios, pero, aun los que hablaban de su temprano libertinaje, terminaban por admitir que no había sido ni un lascivo hereje ni un beato austero, sino un joven como otro cualquiera, sin especial disposición para la vida académica, cierto, y, aunque aprendió su latín, sus cartas y discursos evidenciaban su escaso dominio de la retórica; también se sabía que le gustaban la cetrería y la caza y los juegos de azar y nunca abandonó estas aficiones. Lo que más impresionaba era su talante hosco y melancólico, y a veces, cuando ardía en el fuego de la fe, diríase un profeta; actuaba como un poseído, como un instrumento predilecto de Dios. ¿Qué más, qué más, qué otro informe, hablilla o murmuración llegó a Stanton sobre aquel dispuesto Coronel? Su preceptor, en Cambridge, afirmaba que el muchacho apetecía más la gesta que la especulación, y su proceder inmodesto asombraba a todos en la universidad pues llegaba a extremos como el de acosar a jóvenes mujeres en la calle para lograr un beso audaz y sorpresivo. ¡Qué extraños caminos recorre el espíritu de los hombres! Aquel aprendiz de libertino era, pocos años después, el más sombrío de los seres. ¿Sería la muerte de Roberto, su primogénito, la que precipitó la transformación? ¿Habrían sido ciertas las leyendas sobre el picaresco calavera o eran, como algunos afirmaban, elaboraciones de los propagandistas monárquicos en sus campañas por desmerecer a un hábil jefe enemigo? Isabel Bouchier era una guapa esposa y poseía una excelente dote; tuvieron cuatro hijos y cuatro hijas, y la casa de Ely, con sus renegridas vigas visibles en la pared blanca de cal, parcialmente ornamentada por la hiedra trepadora, con sus altas chimeneas como vigías protectores, y sus ventanales de vidrio emplomado, era un grato refugio para la familia; y a los veintinueve años Cromwell fue elegido al Parlamento como uno de los dos representantes de Huntingdon, ¿qué más podía pedir a tan temprana edad?"

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