jueves, 14 de mayo de 2015

"Tristán e Isolda".- Gottfried von Strassburg (+ c. 1215)


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 "Una mirada amorosa de los ojos del ser amado hace que desaparezcan con toda seguridad cien mil dolores del corazón y del cuerpo. Un beso de los labios del amado que venga del fondo del corazón, oh, ¡cómo puede poner fin a la añoranza y a los padecimientos del corazón!
 Yo sé bien que Tristán e Isolda, los dos impacientes, restaron también gran cantidad del dolor y de la aflicción que sentían cuando alcanzaron la meta de su común deseo. La añoranza que oprime los pensamientos se desvaneció. Aquello que ansían los enamorados lo hacían juntos a menudo, cada vez que se les presentaba la oportunidad. Cada vez que se les ofrecía la posibilidad, entregaban y recibían con toda sinceridad el tributo debido a ellos mismos y al amor. Se sentían extremadamente bien durante el viaje. Ahora que su desconocimiento se había visto superado, su confianza era fuerte y poderosa. Esto era inteligente y razonable. Porque quienes se ocultan mutuamente sus sentimientos una vez que los han descubierto, concediendo entonces valor al pudor y enajenándose del amor, cometen un latrocinio contra ellos mismos y mezclan el amor con dolor. Estos dos enamorados no se ocultaban nada. Mediante conversaciones y miradas compartían la misma confianza. Así pasaron el viaje, llenas sus vidas de alegría, si bien no sin dejar de tener un precio: tenían miedo de lo que se les venía encima. Ya antes les atemorizaba lo que luego habría de tener lugar, lo que les robaría mucha alegría y los pondría en grave peligro: el que la bella Isolda tuviera que ser entregada a un hombre al que no deseaba pertenecer. Además de esto había otra preocupación que inquietaba a los dos: la perdida virginidad de Isolda. Esto los apesadumbraba. Ambos sufrían por ello. Sin embargo, esta aflicción era para ellos ligera y soportable porque se podían satisfacer mutuamente sus deseos con creces muy frecuentemente y una vez y otra. Cuando se hubieron acercado a Cornualles hasta el punto de que la costa era bien visible, todos se alegraron. Todos estaban contentos menos Tristán e Isolda. Para ellos era angustioso y opresivo. Si les hubieran permitido elegir, no habrían avistado nunca tierra. El temor por su honra les causaba gran dolor. No sabían cómo iban a arreglárselas para ocultarle al rey la perdida virginidad de Isolda. Pero por muy inermes que parezcan dos enamorados infantiles en su inexperiencia, había una salida en la que pensarían para sacar a la muchacha de su apuro.
 Cuando el amor acierta a jugar su juego con niños inexpertos, entonces es posible encontrar en esos niños sentido común e inteligencia.
 No vamos a dar muchos rodeos. Isolda encontró pese a su juventud una salida, la mejor que en ese momento se les ofrecía. [...]
 De nada sirve seguir hablando. Si buscamos diversión, no podemos evitar el tener que soportar también tristeza.
 Por grato que nos parezca el amor, no podemos tampoco dejar de pensar en el honor. Quien sólo quiere preocuparse por los placeres del cuerpo, acaba perdiendo su honra. Por mucho que Tristán disfrutaba de la vida que llevaba, su sentido del honor no dejaba de tirar de él. Su lealtad le oprimía para que se percatara de ella y entregara a Marke su mujer. Las dos cosas, sentido del honor y lealtad, oprimían con intensidad su corazón y su razón. Hasta entonces habían estado subordinados al amor, cuando él prefirió el amor antes que a ellos. Estos dos perdedores triunfaron ahora sobre el amor". 

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